José Steinsleger
Anticipadas
por las encuestas y consultores serios, las elecciones primarias,
abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) dieron su veredicto: con
lista única, Daniel Scioli, candidato del Frente para la Victoria
(FPV), obtuvo 38.5 por ciento de los votos.
Por su lado, el antikirchnerismo duro y light, que
encabezan Mauricio Macri (Cambiemos, tres candidatos) y Sergio Massa
(Nueva Alternativa, dos), sumó poco más de 50 por ciento. Y los cinco
partidos restantes juntaron cerca de 11 por ciento de los sufragios.
Scioli aventajó a los nombrados con más de ocho y 18 puntos de
diferencia. Mientras en la provincia de Buenos Aires (bastión
determinante del electorado nacional, donde mal conviven vastos
sectores carenciados, núcleos oligárquicos y clase media de altos
ingresos), el FPV, liderado por Aníbal Ibarra (jefe de gabinete),
obtuvo 40.5 con dos listas, superando con 10 puntos al candidato de
Macri.
Queda así despejado el camino hacia los comicios presidenciales del
25 de octubre próximo. Si Macri y Massa consiguen unirse, es posible
que haya segunda vuelta. De lo contrario, Scioli será el próximo
presidente de los argentinos. Resta identificar, entonces, a los que
aspiran a continuar (o desviar) el proyecto político que Néstor y
Cristina Fernández de Kirchner plantearon hace 12 años (2003). Pero
antes, algunas cargas de profundidad.
Desde, digamos, 1789, todos los políticos occidentales han tratado
de seducir a una de las señoras más esquivas y conflictivas del mundo:
la señora democracia, que mal haríamos en apuntar con mayúsculas, pues
una y mil veces ella ha dicho que la traten con discreción, respeto y
sin esos tangos ideológicos que suelen entonar los ayatolas del
marxismo
ideológicamente correcto.
Como fuere, la señora democracia continúa siendo ideal,
fantasmagórica, lejana… ¿utópica? Quienes eventualmente creyeron en
algún momento poseerla, más temprano que tarde advirtieron cómo se
diluía en sus brazos. Sin embargo, y a diferencia de otras épocas (algo
es algo), ningún político del mundo aspira hoy a ganar
antidemocráticamente una elección.
Luego ya se verá qué hacen los ganadores con tan díscola señora: si
la violan, engañan o maltratan (práctica común de los conservadores), o
la niegan y relativizan, como hacen los liberales de distinto pelaje
que custodian su virginidad. Tarea difícil, pues la democracia nunca
fue virgen.
¿Hermafrodita, quizás? Y es que para ser tal, la democracia requiere
de ideas claras y adjetivos fuertes, y totalmente distintos de los que
junto con la
libertad(su prima hermana) la esencializan despojándola de sustancia y representación real.
En Argentina, la democracia real sólo pudo manifestarse en el viejo peronismo y el nuevo de
los Kirchner. Dato duro de la realidad que, infructuosamente, los
demócratascon o sin adjetivos han puesto en cuestión desde 1945. Los unos, porque el peronismo siempre distribuía el ingreso en favor de las mayorías. Y los otros, porque sueñan con liquidar por decreto a los que se comen el pastel enterito.
¿
Izquierda,
centroo
derecha? En realidad, todas estas variables de los siglos XIX y XX se han dado cita en el peronismo, movimiento que enarbola banderas de justicia social, independencia económica, soberanía política. Por lo que, históricamente (y dependiendo de circunstancias puntuales), el peronismo expresa una identidad
nacional popularque en mucho depende de la correlación de fuerzas, o de la voluntad política de los dirigentes para alcanzar sus ideales.
Digámoslo con claridad: en favor o en contra, Argentina ha sido
ingobernable sin el peronismo. Apotegma que si bien puede ser
calificado de
opinión, se entiende mejor cuando hasta Macri (de quien nadie sospecharía afinidades peronistas) cambió su discurso en las últimas semanas.
Hoy, Macri defiende la estatización de los fondos de pensión, de YPF
y Aerolíneas Argentinas, la asignación universal por hijo, el
fútbol para todos. Y es que su asesor principal (un aventurero inescrupuloso de Ecuador, pero que conoce del derecho y el revés el perfil del porteño promedio) le ha dicho que ir contra las leyes sociales de
los Kle restaría votos.
Como jefe de la ciudad autónoma de Buenos Aires (CABA), urbe
macrocefálica que, así como la de Nueva York, difícil sería imaginar
proclive al socialismo, Macri representa a la perfección las fobias,
prejuicios y racismo de un vasto conglomerado de las clases medias y
altas ilustradas de Argentina. Padecimientos antropológicos que, en
menor medida, reproducen otras ciudades prósperas del país.
Por su lado, el ex jefe de gabinete de Cristina, Massa, cuenta con
capas de la sociedad similares a las que aglutina Macri. Sólo que de
filiación peronista, aunque crítica de
los K. De ahí la improbabilidad de que ambas fuerzas puedan unirse
por abajo, aunque consigan entenderse
por arriba.
Las PASO volvieron a convalidar que en Argentina la
lucha de clasespasa por el
hecho maldito del país burgués: el peronismo. Y fuera de él, las
izquierdasy
derechasno peronistas o antiperonistas juegan (a Dios gracias) un rol democráticamente simbólico y decorativo.
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