Querido Fidel,
Siendo
Cuba mi segunda patria, que me acogió con los brazos abiertos cuando
era perseguida en Chile por estar luchando por construir una sociedad
humanista y solidaria que ponía en cuestión los intereses de las élites
dominantes, y siendo tú el inspirador inicial de esos combates, he
sentido la necesidad de mandarte este mensaje en el momento en que vas
a empezar a recorrer tus 90 años de vida.
Me excuso por tratar de ver tú, pero me eres tan cercano que he sentido la necesidad de hacerlo.
Pienso
que al iniciar un año más de tu vida, debes sentirte feliz y realizado
porque, con tu ejemplo de dignidad, resistencia y solidaridad, has
servido de aliento e inspiración de todos los que en Nuestra América y
en el mundo luchan por un mundo mejor.
Nadie como tú
luchó por la unidad de las fuerzas revolucionarias y del pueblo,
transformando esta unidad en el pilar de tu estrategia política antes y
después de la victoria. Tomando en cuenta la realidad
político-ideológica de Cuba, preferiste evitar las discusiones teóricas
para centrar tu energía en la aplicación de una estrategia correcta
porque estabas convencido de que, en ese contexto, sería la práctica la
que lograría resolver con menos desgaste interno las diferencias
ideológicas y políticas de los distintos grupos revolucionarios. Y así
fue.
Quisiera reproducir aquí las cosas que tú dijiste
sobre este tema en distintos momentos de la lucha y que fueron
recogidos por mí en un pequeño libro titulado: La estrategia política de Fidel. Del Moncada a la victoria[1]
escrito en 1985, hace ya 30 años, publicado en Cuba por Ciencias
Sociales y reproducido en muchos países de América Latina y Estados
Unidos.
Pienso que te sentirás feliz al recordar estas
ideas que expusiste hace muchos años pero que tienen una actualidad
extraordinaria en la situación actual de nuestros países. Y ese será
mi mejor regalo, y será un regalo compartido, como todo lo tuyo, porque
haré circular este mensaje a través de diferentes redes para que ojalá
contribuya de alguna manera a construir esa unidad que es tan necesaria
para que podamos concentrar todos nuestros esfuerzos contra quienes
impiden el avance de nuestros pueblos.
Paso entonces a citar lo que entonces escribí.
Criterios acerca de la unidad de las fuerzas revolucionarias
En
relación a la conformación de la unidad de las fuerzas revolucionarias
Fidel proporciona algunos criterios de gran interés en una conversación
con estudiantes chilenos en 197l:
“Lo
ideal en política es la unidad de criterios, la unidad de doctrina, la
unidad de fuerzas, la unidad de mando como en una guerra. Porque una
revolución es eso: es como una guerra. Es difícil concebir la batalla
cuando se está en el medio de la batalla con diez mandos diferentes,
diez criterios diferentes, diez doctrinas militares diferentes y diez
tácticas. Lo ideal es la unidad. Ahora, eso es lo ideal. Otra cosa es
lo real. Y creo que cada país tiene que acostumbrarse a ir librando su
batalla en las condiciones en que se encuentre. ¿No puede haber una
unidad total? Bueno, vamos a buscar la unidad en este criterio, en este
otro y en este otro. Hay que buscar la unidad de objetivos, unidad en
determinadas cuestiones. Puesto que no se puede lograr el ideal de una
unidad absoluta en todo, ponerse de acuerdo en una serie de objetivos.
“El
mando único —si se quiere—, el estado mayor único, es lo ideal, pero no
es lo real. Y por lo tanto, habrá que adaptarse a la necesidad de
trabajar con lo que hay, con lo real.”[2]
En
relación al proceso de unificación de las fuerzas revolucionarias
podemos extraer tres grandes lecciones de la experiencia cubana:
La
primera, expresada ya en las palabras de Fidel anteriormente citadas:
es necesario que los dirigentes revolucionarios tengan como
preocupación central avanzar en el proceso de unidad de las fuerzas
revolucionarias y para ello no hay que partir de las metas máximas sino
de las metas mínimas. Un ejemplo de ello es el Pacto de México entre el
Movimiento 26 de Julio y el Directorio Revolucionario.
La
segunda: lo que más ayuda a la unificación de las fuerzas
revolucionarias es la puesta en práctica de una estrategia que
demuestre ser la más correcta en la lucha contra el enemigo principal.
Si produce frutos satisfactorios, se irán plegando a ella durante la
lucha, en el momento del triunfo o en los meses o años posteriores, el
resto de las fuerzas verdaderamente revolucionarias.
Si
la unidad a todo nivel se gesta prematuramente, antes de que estén
suficientemente maduras todas las condiciones para ello, lo que puede
ocurrir es que, o se llegue a conformar una unidad puramente formal que
tiende a caer hecha trizas ante el primer obstáculo que aparezca en el
camino, o puede producir la inhibición de estrategias correctas
representadas por grupos minoritarios que, en pro de la unidad, se
deciden a renunciar a ellas para someterse al criterio de la mayoría,
con las consecuencias negativas que ello tendrá para el proceso
revolucionario en su conjunto.
Y,
tercero, algo muy importante para lograr la unidad perdurable de las
fuerzas revolucionarias —y de lo que Fidel fue siempre el máximo
promotor—, valorar en forma correcta el aporte de todas las fuerzas
revolucionarias sin fijar cuotas de poder ni en relación a su grado de
participación en el triunfo de la revolución, ni en relación a la
cantidad de militantes que tenga cada organización. Es decir,
establecer la igualdad de derechos de todos los participantes,
combatiendo cualquier “complejo de superioridad” que pudiese
presentarse en alguna de las organizaciones que conforman la unidad.
Los
más ricos aportes de Fidel sobre este tema se producen en su lucha
contra el sectarismo, especialmente en el llamado primer proceso a
Escalante, en marzo de 1962, cuando Aníbal Escalante, secretario de
organización de las ORI —primer esfuerzo por institucionalizar la
unidad de las fuerzas revolucionarias después del triunfo de la
revolución— empieza a copar todos los puestos y funciones con “viejos
militantes marxistas”, lo que en Cuba no quería decir otra cosa que ser
militante del PSP, único partido marxista antes de la revolución.
En
lugar de promoverse una organización libre de revolucionarios se estaba
creando una “coyunda”, una “camisa de fuerzas”, un “yugo”, “un ejército
de revolucionarios domesticados y amaestrados”. Fidel insiste, en ese
momento, en que es necesario combatir tanto el sectarismo “de la
Sierra” como el sectarismo “de los viejos militantes comunistas
marxistas”.
Y al respecto sostiene:
“La
revolución está por encima de todo lo que habíamos hecho cada uno de
nosotros: está por encima y es más importante que cada una de las
organizaciones que había aquí, Veintiséis, Partido Socialista Popular,
Directorio, todo. La revolución en sí misma es mucho más importante que
todo eso.
“¿Qué
es la revolución? La revolución es un gran tronco que tiene sus raíces.
Esas raíces, partiendo de diferentes puntos, se unieron en un tronco;
el tronco empieza a crecer. Las raíces tienen importancia, pero lo que
crece es el tronco de un gran árbol, de un árbol muy alto, cuyas raíces
vinieron y se juntaron en el tronco. El tronco es todo lo que hemos
hecho juntos ya, desde que nos juntamos; el tronco que crece es todo lo
que nos falta por hacer y seguiremos haciendo juntos. [...]
“Lo
importante no es lo que hayamos hecho cada uno separado, compañeros; lo
importante es lo que vamos a hacer juntos, lo que hace rato ya estamos
haciendo juntos: y lo que estamos haciendo juntos nos interesa a todos,
compañeros, por igual [...]”[3]
Ese
mismo día dirá en otro discurso refiriéndose a su caso personal: “Yo
también pertenecí a una organización. Pero las glorias de esa
organización son las glorias de Cuba, son las glorias del pueblo, son
las glorias de todos. Y yo un día —agrega— dejé de pertenecer a aquella
organización. ¿Qué día fue? El día [en] que nosotros habíamos hecho una
revolución más grande que nuestra organización; el día en que nosotros
teníamos un pueblo, un movimiento mucho más grande que nuestra
organización; hacia el final de la guerra, cuando teníamos ya un
ejército victorioso que habría de ser el ejército de la revolución y de
todo el pueblo; al triunfo, cuando el pueblo entero se sumó y mostró su
apoyo, su simpatía, su fuerza. Y al marchar a través de pueblos y
ciudades, vi muchos hombres y muchas mujeres; cientos, miles de hombres
y mujeres tenían sus uniformes rojo y negro del Movimiento 26 de Julio;
pero más y más miles tenían uniformes que no eran rojos ni negros, sino
camisas de trabajadores y de campesinos y de hombres humildes del
pueblo. Y desde aquel día, sinceramente, en lo más profundo de mi
corazón me pasé, de aquel movimiento al que queríamos, bajo cuyas
banderas lucharon los compañeros, me pasé al pueblo; pertenecí al
pueblo, a la revolución, porque realmente habíamos hecho algo superior
a nosotros mismos.”[4]
Deseándote
muchos años más de vida y de aportes a nuestras luchas se despide de ti
esta chilena, cubana, venezolana, latinoamericana, enviándote un abrazo
lleno de sueños y esperanzas.
12 agosto 2015
[1]
Fue publicado en Cuba bajo el título: Fidel: La estrategia política de
la victoria, Editorial de Ciencias Sociales, 2001. Se puede encontrar
en formato digital en: http://www.rebelion.org/docs/89864.pdf
[2] Fidel Castro, Conversación con los estudiantes de la Universidad de Concepción, en Cuba—Chile, Chile, 18 noviembre, 1971,
[3] Fidel Castro, Discurso del 26 de marzo de 1962, en Obra revolucionaria Nº 10, p.29—30; La revolución cubana..., op.citp. p.539.
[4]. Fidel Castro, Discurso del 26 de mayo de 1962, en Obra revolucionaria Nº11, 27 marzo, 1962, pp.36—37; La revolución cubana..., ob.cit. pp.545—546.
http://www.alainet.org/es/articulo/171710
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