Toda
realidad humana, tiene causas, conflictos y consecuencias y los hechos
se sitúan en un entorno y momento concretos que obligan a leer lo que
ocurre en medio de los estratégicos juegos de polarización creados para
dividir y debilitar, para imponer odios y eliminar historias comunes.
La otra América, la Bolivariana, padece una brutal arremetida del
capital para ponerla en indefensión y completar el programa de
colonización en marcha. Colombia, Venezuela y Ecuador, representan una
parte de esta realidad conjunta, son tres pequeñas naciones, no en el
concepto cuantitativo, si no en su situación, en su destino común
forjado en el marco de la patria grande de Bolívar que nació en
Caracas, luchó en el Sur, murió en Colombia y su legado es la otra
América, la de asombrosos paisajes y biodiversidades, la de países
independizados en cruentas batallas, la de 400 lenguas propias y
cientos de pueblos originarios que resisten como pueblos y de los
territorios con la riqueza mineral más extensa y valiosa del planeta.
Las tres naciones hermanas tienen en común también las aguas dulces más
caudalosas de la tierra que corren bajo nieves perpetuas y altas
montañas a cuya sombra se extienden complejos mestizajes, razas y
costumbres, culturas y cosmovisiones.
Son naciones
empobrecidas por el salvajismo del capital que trazó con su espada las
nuevas fronteras a imagen y semejanza de las rutas del despojo y
organiza las crisis para profundizar las fisuras que dividen y permiten
quedarse con el botín. Los ríos que unían pueblos y culturas son usados
como muros que aíslan y las lenguas que multiplicaban las voces son
cortadas para silenciar su resistencia. Las tres pequeñas naciones
conforman una familia con obligaciones múltiples y sus gentes que antes
podían transitar por Caracas, Bogotá o Quito por hacer parte de una
misma historia, de una misma cultura plural y heterogénea y de un modo
de ser latino de la patria grande, ahora son vistas con recelo, con
rabia y no falta quien acuse una traición por haber nacido a un lado y
cantar el himno del otro lado. Las cosas cambiaron paulatinamente, las
cambiaron las estrategias de los financistas globales con fórmulas
geoestratégicas de colonización, cuyas consecuencias reiteradas
muestran un S.XXI de migrantes, refugiados, exiliados, éxodos saltando
muros de sur a norte y sur a sur buscando las oportunidades negadas en
sus países.
A las tres hermanas les inocularon odios,
xenofobias, pasiones de guerra que usa la clase en el poder para
obtener réditos y votos y las mafias para cambiar de lado las
mercancías y pasar las ganancias de ilegales a legales. Colombia cambió
su filiación de estado hermano al inclinarse ante el norte depredador y
abandonar la construcción colectiva de su destino propio. La
desmembración de Panamá alentó conflictos por el territorio y la
soberanía que reviven periódicamente las hermanas. En el S.XXI mientras
Ecuador ejerciendo su soberanía expulsó una base militar ajena, Uribe
castigó a sus hermanas imponiendo la creación de 7 nuevas y potentes
bases militares para vigilarlas, espiarlas e intimidarlas. Venezuela
devolvió a la nación sus recursos petroleros y Colombia en cambio
ratificó su entrega a transnacionales a las que también entregó miles
de licencias -patentes de corso- para explotar sin interferencia la
riqueza mineral que rompe las fronteras y guarda la memoria de la
conquista que asesinó a pueblos enteros de la otra américa.
Cambiaron
las cosas entre las tres hermanas y cambiaron las formas de
relacionarse, decirse lo que sienten, hablarse con franqueza. Cambiaron
las éticas, las estéticas, la política, los discursos, las
solidaridades. Los pueblos hermanos son alentados a enemistarse,
maltratarse, matarse. Los cálculos indican que hay cerca de medio
millón de gentes colombianas en territorio Ecuatoriano, que llegaron
huyendo de la guerra o a quienes se les fabricó una guerra para
desterrarlos, pocos se van por el placer de vivir otra cultura, la
mayoría llega expulsada, excluida, amenazada, están allí por la acción
de la política y los mercados traducidos en expulsión y muerte. Igual
ha ocurrido con las migraciones a Venezuela a donde las cifras anuncian
entre 5 y 6 millones de gentes colombianas de varias generaciones
acogidas, muchos con doble nacionalidad, la mayoría víctimas de la
sistemática exclusión y guerra, muchos llegaron huyendo, unos
aprovecharon la hermandad para forjar allí su destino, otros porque no
encontraron lugar en los colapsados cordones de miseria de las ciudades
colombianas y la mayoría buscando las oportunidades para vivir con
dignidad y acceder a bienes básicos que en su territorio no
encontraron. Algunos fueron arrastrados por los intercambios desiguales
aprovechados para acaparar, revender y ganar dinero legal o ilegal a
costa de las necesidades de una población común atravesada por las
consecuencias catastróficas que deja el modelo global del capital.
Otros llegaron con planes de guerra y objetivos concretos, dispuestos a
conformar ejércitos, fomentar los odios y hacer del terror una política.
Lo
común a los migrantes de las tres hermanas, incluidos los más de tres
millones de colombianos en otros países, es que salieron del país en
busca de un refugio para escapar a las cruentas guerras del hambre, el
destierro, la exclusión y el conflicto armado que modelan nuevas
realidades de desarraigo y otras violencias que destrozan la
solidaridad. Nadie que huye es ilegal, como tampoco ningún derecho
humano puede ser una prebenda que concedan a voluntad los gobernantes.
Las tres hermanas tienen en común la necesidad de completar sus
conquistas por soberanía y territorio y la mayor violación en que
incurren los estados es impedir que las hermanas permanezcan unidas. La
tarea diplomática de esta coyuntura, varias veces repetida, es juntar
para derrotar a las mafias incrustadas en la democracia formal y evitar
el fomento a los valores de la guerra, menos ahora que los anhelos de
paz y el fin de la guerra alientan a los pueblos hermanos.
http://www.alainet.org/es/articulo/172012
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