Por: Emma Martínez
(10 de julio,
2015. Revolución TRESPUNTOCERO).- Un día en la vida de un niño
guatemalteco, trabajador de las fincas cafetaleras, que en su mayoría
son propiedad de alemanes, inicia a las cuatro de la mañana, pasa por
la porción de comida que le toca, si es que le toca, recoge el litro de
agua que le dan (para poco más de ocho horas), los canastos y/o
costales recolectores y durante horas camina entre matorrales donde
pueden haber fácilmente víboras, alacranes u otro animal que pueda
causarle un daño a su vida, usa sandalias viejas o si tiene suerte
algún par de tenis rotos que le regalaron, y aunque le queden grandes o
chicos lo mantienen más seguro a la hora de brincar para alcanzar las
ramas de los árboles.
Durante el recorrido por las
plantaciones puede lastimarse con las ramas o padecer una herida por
otro tipo de circunstancia, nadie lo va atender y a examinar, los
accesos a servicios clínicos son inexistentes y de tener la posibilidad
de ir a un médico tendría que trasladarse a Tapachula, siendo un
recorrido de cuatro horas de ida y vuelta, el costo de los pasajes y la
asistencia médica tendrían que correr por su cuenta, lo cual es
imposible y habría perdido un día de trabajo, si alguien más llegó, se
quedaría con su plaza.
“Se curan solitas las heridas, así
como los perros sanan solos, así nosotros, con agüita y soplándole
fuerte para que no arda. Había un clavo por donde yo andaba, me
prestaron unas sandalias, como ya están muy usadas, bien fácil la
atravesó el clavo y se me enterró en el pie. Me dolía muchísimo, y más
porque tuve que caminar como cuatro horas más, ya cuando llegué se me
había salido mucha sangre, me desmayé cuando vi el tamaño del hueco,
creo que se hizo más grande porque caminé…
Me lavé la herida, casi lloré pero
me aguante ya soy un hombre, esas cosas no se hacen, estoy solo y debo
resolver mis problemas como adulto que tiene responsabilidades con su
familia. Todo mi sueldo se lo daré a mi madre y espero alcance para que
yo vaya a la escuela.
Esto de tapiscar es hasta divertido,
mis amigos de la colonia juegan futbol pero yo soy un hombre con
responsabilidades, estoy en otro país y seré el sostén de mi familia,
mientras viva. Emmanuel, niño guatemalteco de 10 años.
“Gran parte de la subsistencia del café
en Chiapas, descansa en el trabajo migrante. Para que el café tenga
éxito en el mercado internacional, su competitividad suele apoyarse en
el abuso y flexibilidad de la mano de obra, en la división sexual,
generacional y étnica del trabajo, lo que permite a los propietarios
de las fincas el uso de mano de obra barata y disponible, así los
cafeticultores no tienen que conseguirla porque generalmente llega
sola”, explica la doctora Austreberta Nazar.
El Soconusco, Chiapas, desde hace más
de un siglo, se ha convertido en una región receptora de jornaleros
provinientes de Centroamérica, hasta hace unos años los niños
trabajaban junto a sus padres y hermanos, pero desde hace un lustro,
muchos menores viajan solos en busca de ganancias y un techo que les
permita sobrevivir a su pobreza.
El emporio agrícola del cultivo de
café de la región del Soconusco en Tapachula, recibe a población
infantil jornalera que se emplea principalmente en el corte de la
cereza del café, lo recoge del suelo, carga costales con el producto y
cuida a los hermanos y hermanas más pequeños. El colectivo infantil
constituye una importante fuente de mano de obra sumamente barata que
al pasar de los años se va especializando, lo cual favorece a los
finqueros.
Según la Organización Mundial para las
Migraciones (OIM), la situación laboral y social en la que se
encuentran los niños y niñas de origen guatemalteco en Chiapas es de
abuso y maltrato, ya que muchas fincas les quitan a los menores algún
documento u objeto personal para obligarlos a trabajar, sin pagarles,
solamente dándoles un plato de comida, hechos que nunca son, ni serán
denunciados por los infantes trabajadores.
Nazar afirma, “la discriminación hacia
la niñez trabajadora de origen migrante, también se manifiesta en el
hecho de que el estado chiapaneco sabe que hay población infantil
ocupada en dicha zona cafetalera, pero no existen políticas que
contrarresten las malas condiciones en las que viven y trabajan los
menores jornaleros, simplemente los invisibilizan para no adquirir
mayores responsabilidades”.
Las edades del colectivo infantil
trabajador se agrupan en diferentes porcentajes: los de mayor
concentración (33.3%) son los más pequeños, es decir de cero a menos
de 5 años, quienes viajan acompañados de personas adultas; un 24.6%
corresponde a niños y niñas de 5 a menos de 10 años que en ocasiones
viajan solos y 42.1% se mantiene en el rango de 10 a menos de 18 años,
en su mayoría llegan a trabajar solos y resultan de ayuda
imprescindible para el trabajo que se realiza en el campo, así como
para las actividades domésticas y de cuidados en las mismas fincas.
En las zonas cafetaleras, mujeres,
hombres e infantes trabajan por igual y durante las mismas horas, de
lunes a sábado durante 9 o 10 horas continuas, los domingos no son
obligatorios en 12 de las 13 fincas, pero son los menores no
acompañados quienes laboran ese día con mayor frecuencia, ya que es un
ingreso extra.
Sin embargo las condiciones laborales,
en muchos casos son de explotación, cercanas a la esclavitud; Niños y
niñas tienen tres opciones mientras están en las fincas: realizar los
diferentes trabajos reproductivos del grupo doméstico; realizar los
diversos trabajos productivos relacionados con el café, donde cumplen
con obligaciones laborales, viven las extenuantes y precarias
condiciones de trabajo y no tienen una remuneración económica directa
por su trabajo, y los mayores de 14 años pueden insertarse como
trabajadores directos de las fincas, con un sueldo menor.
Azucena Morales, pertenece a
la comunidad La Conquista en la boca-costa del Departamento de San
Marcos, Guatemala. Tiene dos hijos, un niño de 2 años y una niña de 1,
ella tiene 16 años y es madre soltera.
Su principal fuente de ingresos, es
la cosecha de café, desde hace ocho años trabaja como jornalera en las
fincas de café alemanas ubicadas en la zona Soconusco de Chiapas, donde aun cuando es menor de edad, no representa ningún problema para sus empleadores.
“No pasa nada, a mis dos niños me
los llevo a tapiscar, a mi niña la cargo en la espalda, mientras al
niño lo dejo sentado en un lugar donde vea que no le va picar algo o a
lastimarse. Sí me pongo lenta porque me canso, pero intento
apresurarme, algunas veces termino con mi espalda toda lastimada y con
mucho dolor, aunque estoy muy cansada el dolor no me deja, pero me
aguanto, porque si me ven los señores me corren, y a dónde voy, si me
echaron la mano para que no vieran los meros dueños que venía con
bebés, nunca aceptan, que dicen que si les pasa algo, les pueden echar
la culpa”.
Las actividades, bajo las cuales se
desarrolla el trabajo infantil dentro de las fincas se caracterizan por
cambios bruscos de temperatura (en un mismo día puede haber lluvias,
humedad y calor) y el uso de instrumentos peligrosos de trabajo
(regularmente herramientas punzocortantes); la necesidad de caminar
largas distancias, reconocer caminos, administrar el tiempo, caminar
sobre terrenos lodosos y empinados, esquivar ramas, evitar resbalones,
aguantar piquetes de mosquitos u otros insectos, subir y bajar árboles,
cargar grandes cantidades de café (costales de entre 40 y 60 kg).
Circunstancias que pueden poner en
riesgo su vida de forma constante, por motivos como la estatura y
estado de nutrición de las y los niños migrantes, donde en muchos de
los casos padecen cuadros de anemia; esto debido a la alimentación
deficiente, donde la comida se constituye por frijoles, tortillas y
café (alimentos que los padres y madres costean o comparten con sus
hijos e hijas ya que éstos no son reconocidos como jornaleros o
ayudantes, o si son para menores trabajadores no acompañados, se les
descuenta un porcentaje, cuando se les paga), a esto se le suman las
precarias condiciones de vivienda, hacinamiento, aislamiento, carencia
de actividades recreativas y educativas integrales.
“Esos motivos, son las bases sobre las
cuales los menores migrantes fundan una vida que se caracteriza por
condiciones de abandono, vulnerabilidad, tensión, incertidumbre y
precarización, que son producto del respaldo que el gobierno estatal y
federal les brinda a las fincas, cuando hacen caso omiso de la
existencia de esta población que desde muy pequeña esta dañando su
organismo con actividades impropias de su edad y crecimiento y
experiencias de maltrato, que los dañarán psicológicamente”, asegura
Alexis Paniagua, investigador social, dedicado al estudio de las
migraciones en la zona fronteriza.
Quien agrega que, los menores
recolectores de café, son un rubro desconocido, al que casi nunca se le
ha dado ‘voz’, “la sociedad chiapaneca ve de una forma normal y
cotidiana que en cierta época del año vean a cientos de niños de origen
guatemalteco cargando grandes bultos de café, o se vean a menores de 10
años cortando la cereza del café, muchas veces sin haber probado bocado
durante más de seis horas.
La población jornalera enfrenta una
evidente desprotección en materia laboral: los contratos son verbales
y no garantizan los derechos como trabajadores y trabajadoras
migrantes. La falta de estos escritos, donde se establezcan los
términos y condiciones del trabajo, vuelve a la población jornalera
presa de engaño y explotación porque la mayoría de las veces los
contratistas prometen condiciones laborales distintas a las que ofrece
el empleador, principalmente cuando se trata de niños, a quienes les
hacen ver, que les están haciendo un ‘favor’, por permitirles trabajar.
“Es urgente que se visibilice el
trabajo infantil jornalero chiapaneco, observar las humillaciones
laborales y erradicarlas con el mismo ahínco, con que se escriben los
discursos que no pasan del papel, porque en el mismo tiempo que se
tardan en redactar frases hechas y lugares comunes, sobre cómo se salva
a la niñez extranjera de este calvario, se están desarrollando
condiciones de desprecio, discriminación y violencia física y
psicológica en menores, que muchas veces son usados por gobiernos y
organos defensores de derechos humanos, para decir la burda frase,
‘ayudamos a la infancia porque son futuro de la humanidad’. Seamos más
humanos y menos políticos, más humanos y menos convenencieros”,
puntualiza Paniagua.
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