Entrevista a Noam Chomsky, lingüista y filósofo
Ctxt
Ha
caído la nevada del siglo en Boston, el termómetro marca 15 bajo cero,
los autobuses no circulan y los coches patinan. A las once de la
mañana, como un clavo, el profesor emérito Noam Chomsky, lingüista y
filósofo, de 86 años, está ya en la brecha, dando una entrevista a un
periodista francés en su despacho del departamento de Lingüística del
Massachussets Institute of Technology (MIT).
Estamos en el
legendario Stata Center, construido por Frank Gehry en acero y
ladrillo. La facultad de Ciencias de la Información, Inteligencia e
Informática está abarrotada de estudiantes, con abrumadora mayoría
asiática. En la octava planta, junto a un ascensor, la guarida de
Chomsky y sus secuaces huele a café recién hecho, y se respira calma y
camaradería.
En un despacho contiguo al de Chomsky está el
nonagenario Morris Halle, un barbudo diminuto de ojos vivos, con la
chaqueta llena de migas y pinta de haber compartido vodka y
revoluciones con Bakunin. The New Yorker ha comparado a la pareja de
lingüistas con Dante y Virgilio, con Sherlock Holmes y Watson. Halle,
un lingüista egregio, fue quien llevó a Chomsky al MIT en 1955, cuando
nadie se atrevía a contratar a aquel joven judío, brillante y airado
recién doctorado en Harvard. En 1968, los dos escribieron a cuatro
manos el libro más importante de la historia de la Lingüística, The Sound Pattern of English,
que hizo por la fonología –el estudio del sonido de las palabras- lo
que Chomsky había hecho antes –a los 29 años- por la sintaxis: le dio
forma y la convirtió en una ciencia.
Otro personaje clave en la
vida de Chomsky es su secretaria, Bev Stohl, una mujer encantadora que
en un aparte bromea sobre los venerables maestros: “Ahí los tienes,
entre los dos suman más de 200 años”. El despacho de Chomsky, forrado
de libros sobre anarquía, guerra, historia y lingüística, es luminoso y
amplio, y está presidido por dos grandes fotos de Bertrand Russell,
ídolo y referencia del pensador ateo y pacifista. Chomsky sale a
recibir al segundo entrevistador del día con gesto afable y sonriente.
Se nota enseguida que ha perdido energía y oído y que tiene la voz
queda. Pero escucharlo sigue siendo toda una experiencia: tras abrazar
todas las causas justas y perdidas, el viejo azote del imperialismo
yanqui sigue siendo un Quijote incurable y un analista implacable.
Guarda memoria prodigiosa de fechas, hechos, libros y discursos, no
pierde el hilo en ningún momento y mantiene la cabeza clara, ágil y
potente.
Además de dar sus clases, escribir sus artículos y
atender a sus alumnos, Chomsky imparte conferencias allá donde le
invitan –“tengo la agenda llena hasta 2016”, dice- y contesta
personalmente a las docenas de mensajes y cartas que recibe cada día.
Según su secretaria, “el hombre no dice nunca que no, simplemente no
sabe”. La prueba llega al final de los 45 minutos de entrevista, cuando
el periodista le invita a ser presidente de honor del comité editorial
de CTXT. Chomsky responde: “Bueno, no participo en comités… ¡Pero si es
honorario, podría!”.
-Se le ve sonriente. ¿Todavía encuentra razones para ser optimista?
-Bueno,
algunas hay. Aunque no faltan tampoco para ser pesimista. La Humanidad
tendrá que decidir, y no a largo plazo, si quiere sobrevivir u olvidar
dos enormes e inminentes amenazas: una es las catástrofes
medioambientales, la otra es la guerra nuclear. El Boletín de los Científicos Atómicos,
que ha sido el principal monitor de cuestiones nucleares y estratégicas
durante muchos años, publica un famoso reloj del “Juicio Final”.
Determina la distancia a la que las manecillas del reloj deberían estar
de la medianoche. Y acaban de adelantarlo a tres minutos del final. Es
lo más cerca que hemos estado desde la Crisis de los Misiles de Cuba.
La amenaza nuclear sigue aumentando; siempre ha sido significativa, y
es casi un milagro que escapáramos de ella. En este momento, EEUU está
dedicando un billón de dólares a modernizar y poner al día su arsenal
nuclear. El Tratado de No Proliferación Nuclear nos obliga a
comprometernos a eliminar estas armas, a mostrar signos de querer
eliminarlas. No hay nada de eso. Rusia sigue su carrera, y algunas
potencias menores también.
-Pero casi nadie habla de ello.
-No
se habla mucho, salvo algunos analistas estratégicos, expertos
económicos y otra gente preocupada por estas cuestiones. Pero hay
amenazas muy serias. Una es el conflicto en Ucrania. Uno confía en que
las potencias se frenarán, pero viendo los antecedentes no es en
absoluto seguro. Sólo un ejemplo: a principios de los años 80, la
Administración Reagan decidió sondear las defensas rusas. Así que
simularon ataques por tierra y aire, incluyendo armas nucleares. No
dijeron a los rusos lo que estaban haciendo porque querían provocar no
un simulacro sino una alerta real. Fue un momento de extrema tensión.
Reagan acababa de anunciar iniciativas estratégicas de defensa como la guerra de las galaxias, pero
los analistas de ambos bandos lo interpretaron como un arma de primer
ataque. No es un misil defensivo, si en algún momento llega a
funcionar, sino una garantía para lanzar el primer ataque. Ahora,
conforme los archivos rusos se han ido haciendo públicos, la
Inteligencia de EEUU ha reconocido que la amenaza fue extremadamente
seria. De hecho, un informe reciente asegura que casi estalla la guerra.
-Así que estamos vivos de milagro.
-Vuelvo
a su pregunta inicial… ¿Optimismo? Es siempre la misma historia.
Siempre, no importa cómo juzgues lo que está pasando en el mundo,
tienes, básicamente, dos opciones. Puedes decidir ser pesimista, decir
que no hay esperanza y abandonar todo esfuerzo, en cuyo caso
contribuyes a asegurar que suceda lo peor. O puedes agarrarte a
cualquier esperanza –siempre hay alguna– e intentar hacer lo que puedas
–y quizás así seas capaz de evitar un desastre, o incluso, de abrir el
camino a un mundo mejor.
-Usted cambió la lingüística cuando
tenía 29 años, y luego intentó cambiar el mundo. Todavía sigue en ello.
Imagino que lo segundo ha sido más duro que lo primero. ¿Ha valido la
pena?
-¡Cambiar la lingüística también fue bastante duro!
Tiene un poco de ciencia, aspectos de filosofía contemporánea… Creo que
he estado en el lado adecuado, aunque formo parte de una pequeña
minoría.
-¿Y diría que el balance ha sido positivo?
-Ha
habido éxitos, no sólo míos, sino de la oposición popular a la
violencia, a la guerra, a la desigualdad. El movimiento por los
derechos civiles –en el que yo no fui una figura de referencia pero
estuve involucrado, como tantos otros–, consiguió objetivos
significativos, aunque no todos los que perseguía, ni mucho menos. Si
hacemos caso a la retórica oficial, la lucha de Martin Luther King
acaba en 1963 con su famoso discurso Yo tengo un sueño,
que condujo a la legislación de los derechos civiles y a una mejora
significativa de los derechos de voto y de otros derechos en el Sur.
Pero King no se detuvo en ese punto. Continuó luchando contra el
racismo del Norte, y también intentó generar un movimiento por los
pobres, no sólo negros, sino los pobres en general. King fue asesinado
en Memphis (Tennessee) mientras apoyaba una huelga de funcionarios.
Luego, su mujer, su viuda, lideró la Marcha por el Sur, por todas las
zonas donde había habido disturbios, llegó a Washington y montó una
acampada, Resurrection City. Aquel era el Congreso más liberal
de la historia: les permitieron quedarse un tiempo, y luego mandaron a
la policía de noche, destruyeron el campamento y desalojaron a todo el
mundo. Ese fue el final del movimiento para atajar la pobreza. Hoy
sabemos que gran parte del problema no ha sido erradicado.
-Europa vive también el periodo más sombrío de los últimos 50 años.
-Ha
habido mejoras importantes, pero toparon con una barrera. Y esa barrera
empeoró con el asalto neoliberal contra la población mundial, que
empezó a finales de los años 70 y despegó con Reagan y Thatcher. Europa
es hoy una de las mayores víctimas de esas políticas económicas de
locos, que suman austeridad a la recesión. Incluso el FMI dice que ya
no tienen sentido. Pero sí tienen sentido desde un punto de vista:
están desmantelando el Estado del Bienestar, debilitando a los
trabajadores para aumentar el poder de los ricos y los privilegiados.
Visto así, es todo un éxito; el resultado es destruir las sociedades,
pero eso es una especie de pie de página que no tienes en cuenta si
estás sentado en las oficinas del Bundesbank.
-La sociedad ha empezado a moverse. ¿Cree que cambiarán las cosas?
-Hay
una resistencia muy significativa contra el asalto neoliberal. La más
importante se da en Sudamérica, es espectacular. Durante 500 años,
Sudamérica sufrió la dominación de las potencias imperiales
occidentales, la última de ellas, EEUU. Pero en los últimos 10 o 15
años ha empezado a romper con eso. Esto tiene mucha relevancia.
Latinoamérica fue uno de los socios más leales de los consensos de
Washington, de las políticas oficiales.
-El patio trasero…
-Pero
ha dejado de serlo; no del todo, pero por primera vez en medio milenio,
los países se están moviendo hacia la integración, que es un requisito
para la independencia. Estuvieron separados en el pasado, están
empezando a unirse. El símbolo de esto es que EEUU ha perdido sus bases
militares en América Latina, la última se cerró en Ecuador. Y otra
ilustración llamativa es lo que está pasando en las conferencias
continentales. En la última, que se celebró en Colombia, no pudieron
realizar una declaración conjunta. El motivo es que hubo dos países que
se opusieron: EEUU y Canadá. Esto era inimaginable en el pasado.
-Guantánamo sigue ahí. ¿Cree que Cuba intentará recuperar la base en las conversaciones de La Habana?
-Estoy seguro de que lo intentarán, pero dudo que EEUU acepte.
-He leído un artículo suyo reciente
en el que decía que Obama es un liberal conservador, un republicano
moderado, y que la de Nixon fue la Administración más izquierdista de
la historia.
-Nixon era un buen tipo…; hoy los estándares
han cambiado. Ahora Nixon parece un izquierdista, y Eisenhower un
radical incendiario. Eisenhower, al fin y al cabo, dijo que aquel que
calificara de locura la legislación del New Deal no podía formar parte
del sistema político americano. Ahora, todo eso ha desaparecido.
-¿Obama no es de izquierdas?
-El
término izquierda en EEUU se utiliza ahora para los moderados de
centro, porque el espectro se ha movido. Un viejo chiste decía que EEUU
es un Estado de un solo partido (el Partido de los Negocios) con dos
facciones (Demócratas y Republicanos); era bastante acertado. Ahora ya
no sirve. Sigue siendo un país de un solo partido, pero sólo hay una
facción: los republicanos moderados. Ése es el único partido operativo.
Se llaman demócratas, pero son similares a lo que solían ser los
republicanos moderados. El otro partido, el de los republicanos, se ha
salido de ese marco. Ha abandonado cualquier pretensión de ser un
partido parlamentario. Y lo ha reconocido. Uno de los líderes de
opinión conservadores más respetados, Norman Ornstein, ha descrito a
los republicanos como una insurgencia radical que ha abandonado todo
deseo de participar en la política parlamentaria.
-¿Hacia dónde van los neocons?
-El
partido se ha movilizado para alcanzar dos objetivos: uno, destruir el
país y que parezca culpa de los demócratas, de manera que ellos puedan
volver a gobernar. Su otro objetivo es simplemente servir al rico y al
poderoso. Pero como no puedes hacer de esto un programa político, han
hecho una cosa razonable: han movilizado a grandes sectores de la
población que siempre habían estado ahí pero no se habían organizado
como fuerza política. Uno de estos colectivos es el de los cristianos
evangélicos, que forman una parte enorme de la población. Y ahí tienes
al nuevo responsable del Comité Medioambiental del Senado, James
Inhofe, que afirma: “Es arrogante decir que los humanos pueden hacer
cualquier cosa contra la voluntad de Dios, como el cambio climático”.
Esto es antediluviano… No puedes ni llamarlo Edad de Piedra, las tribus
primitivas tenían más criterio. Pero esta es la esencia de la base
republicana, extremista y cristiana evangélica. El otro sector
movilizado es la gente aterrorizada. La sociedad de Estados Unidos es
ahora muy mestiza, pero la población blanca se está convirtiendo en
minoría. De forma que hay un gran sector de la población, y un grupo de
políticos, que dice: “Nos están robando el país”. Es una forma de decir
que hay demasiados rostros oscuros. Hispanos, sobre todo.
-¿Y musulmanes?
-También, pero los hispanos son ahora la principal fuente de miedo.
-El mito nacional funciona siempre contra la invasión de pueblos “inferiores”.
-Y
así sigue. Puede que no tenga una base histórica o biológica, pero está
en la conciencia colectiva. Y ahora estamos en el punto en el que
nuestra herencia mitológica anglosajona no sólo se ve amenazada, sino
desbordada por esos extranjeros que se están apoderando de nuestro
país. Todo esto es parte de lo que el ex Partido Republicano -tengo que
llamarlo ex- ha movilizado como base de esa política que roza el
delirio…
-Europa lleva un camino parecido…
-Es
delirante la forma en que la Troika está tomando decisiones en Europa.
Se puede calificar de delirante si se tienen en cuenta las
consecuencias humanas, pero desde el punto de vista de los que diseñan
la política no es delirante, a ellos les va estupendamente. Son más
ricos y poderosos que nunca, y están acabando con el enemigo, que es la
población en general.
-Aki Kaurismäki, el cineasta finlandés, lo llama capitalismo sádico.
-Es
que el capitalismo es intrínsecamente sádico; de hecho, Adam Smith
reconoció que cuando se le da rienda suelta y queda liberado de
ataduras externas, su naturaleza sádica se manifiesta porque es
intrínsecamente salvaje. ¿Qué es el capitalismo? Maximizar tus
beneficios a expensas del resto del mundo. Un famoso premio Nobel de
Economía, James M. Buchanan, dijo una vez que el ideal de todo ser
humano es ser el amo y que el resto del mundo sea su esclavo. Desde el
punto de vista de la economía neoclásica, por qué no, ése es el ideal.
-¿Un mundo sin derechos ni responsabilidades?
-Un
mundo sin reglas en el que los poderosos hacen lo que quieren. Y,
donde, milagrosamente, todo sale a la perfección. Es interesante
comprobar cómo Adam Smith planteó esto en la famosa expresión “mano
invisible”, que tanto se usa ahora. (…) Ahora vemos que, cuando el
capital carece de cortapisas, particularmente los mercados financieros,
todo salta por los aires. A eso es a lo que se está enfrentando hoy
Europa.
-Sorprendentemente, 25 años después de la caída del
Muro de Berlín, Syriza, un partido de izquierdas, ha ganado unas
elecciones en Europa. Es como si las políticas de la Troika hubieran
resucitado al enemigo…
-Yo no lo veo así… Por la sencilla
razón de que hay muchos mitos acerca del enemigo. Rusia estaba más
alejada del socialismo de lo que lo está hoy Estados Unidos; la
revolución bolchevique fue un gran fracaso para el socialismo, provocó
una tiranía autocrática en la que los trabajadores eran eso que Lenin
llamó un ejército proletario bajo el control de un líder que no tenía
nada que ver con el socialismo.
-¿Syriza no es entonces el péndulo de la Historia volviendo atrás?
-Para
los patrones actuales, Syriza es un partido de izquierdas, pero no lo
es por su programa. Es un partido anti-neoliberal. No exigen que los
trabajadores controlen la industria…
-No, claro, no son revolucionarios.
-Ni
socialistas tradicionales… Y esto no es una crítica, creo que es
positivo. Y lo mismo pasa con Podemos: son partidos que se levantan
contra el asalto neoliberal que está estrangulando y destrozando a los
países periféricos.
-Hablemos sobre la prensa. Usted ha criticado duramente a The New York Times y The New Yorker en sendos artículos recientes.
¿La decadencia de los periódicos tradicionales tiene que ver con su
cercanía al poder o, como aseguran los editores, es culpa de Internet?
-Escribo sobre The New York Times y The New Yorker
porque lo que me interesa es ese tipo de límite liberal. Prefiero que
otros denuncien a la Fox, que es una broma. Lo interesante son los
periódicos intelectuales, porque establecen el límite externo de la
crítica aceptable. Son una especie de guardianes. Dicen: “Puedes llegar
hasta aquí, pero no más allá”. Y lo hacen por un interés particular.
Desde un punto de vista doctrinal no creo que hayan cambiado, protegen
las estructuras del Estado desde hace mucho. El derrocamiento de la
democracia en Guatemala recibió un gran respaldo de los medios; el del
sistema parlamentario iraní en 1953 fue enormemente respaldado; la
Guerra de Vietnam, igual, gran apoyo todo el tiempo. De hecho, la única
crítica que se ha hecho a la Guerra de Vietnam hasta el momento es que
fue un fracaso. Cuando a Obama se le consideraba un gran héroe moral
porque se opuso a la invasión de Iraq, ¿qué dijo la prensa? Dijo que
esa guerra había sido un error garrafal, claro, porque no salió bien.
Si hubiera salido bien, habría sido perfecta…
-¿Guardianes del poder, pero no de la democracia?
-La
prensa vive un grave declive, pero creo que básicamente se debe al
funcionamiento de los mercados publicitarios. Los grandes medios son
grandes empresas, y viven esencialmente de la publicidad; ahora sus
fuentes de capital se están dispersando, y están en declive. Si
cogemos, por ejemplo, The Boston Globe, era un buen periódico,
uno de los mejores del país, pero ahora no tiene noticias
independientes en absoluto, funciona con agencias, apenas tiene
corresponsales. Lo mismo está ocurriendo en el resto del país. No se
trata de una actitud doctrinal, creo que está relacionado con el
funcionamiento de la sociedad de mercado: si no ganas suficiente
dinero, caes.
-¿Y no le parece raro que esos medios sigan defendiendo el modelo que les ha llevado a la ruina?
-Desde
un punto de vista doctrinal, sencillamente, de una forma abrumadora, no
sólo en los Estados Unidos, los medios defienden al poder. En Estados
Unidos ese poder son los negocios y el Estado. Aunque hay excepciones. The Wall Street Journal,
el principal periódico económico, publica muy buenas historias de
delitos empresariales. Por suerte, no estamos en un Estado fascista.
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