Guillermo Almeyra
En
Brasil, el país más grande y poblado de nuestro continente, el Partido
de los Trabajadores (PT) logró una victoria a lo Pirro a pesar de que
Lula lanzó todo su peso político a la campaña por la relección de Dilma
Rousseff, pues ésta superó por sólo tres millones de votos (menos de
tres puntos de porcentaje) a su adversario, el neoliberal declarado
Aécio Neves.
Desde hace años, en cada elección de Lula, el porcentaje de votos
del PT cae. Por otra parte, Dilma Rousseff no puede considerar suyos
todos los poco más de 50 millones de votos que obtuvo porque en la
segunda vuelta, una buena parte del millón y medio de votantes en la
primera vuelta de Luciana Genro, la trotskista ex parlamentaria del PT
en Río Grande do Sul, dio su voto crítico a la candidata petista contra
el peligro revanchista de Neves. También millones de electores que
antes votaron por Marina Silva contra el PT desacataron la orden de
votar por Neves en 47 de las 51 ciudades donde la evangélica había
sacado más sufragios que la presidenta y lo hicieron contra el hombre
de los banqueros (en Pernambuco, por citar sólo un ejemplo, Silva había
obtenido en el primer turno más de 60 por ciento y Dilma logró en el
segundo 71 por ciento, contra cerca de 40 de Neves).
En esta pelea entre dos sectores de la burguesía brasileña y dos
políticas burguesas que tienen muchos puntos en común, la representada
por el PT y dirigida por los centroderechistas que encabeza Lula logró
en efecto el apoyo electoral de los sectores más pobres mientras los
sectores decisivos de la burguesía nacional e internacional conseguían
canalizar a los más conservadores y ricos, desde las clases medias más
acomodadas hasta los financieros, terratenientes y especuladores.
De las urnas salen dos Brasil contrapuestos, ambos con políticas de
defensa del sistema capitalista, pero opuestas políticas sociales y que
tienen casi el mismo apoyo popular: el que encabeza el PT, con un poco
más de 51 por ciento de los votos y el del gran capital, con casi 49
por ciento.
Pero el menos numeroso puede hacer bajar la bolsa, las acciones de Petrobras, la moneda nacional como forma de
votarcontra el PT y canaliza la movilización –no forzosamente derechista– de la mayoría de los estudiantes y de buena parte de las clases medias (que en realidad protestan por la corrupción y protestaron antes del Mundial de futbol por el transporte y por la utilización insensata de los recursos públicos). El atraso político tradicional y la desinformación imperantes en el país facilitan también la acción intoxicadora de los medios de información dirigidos por grandes capitales.
No hubo ninguna victoria de la izquierda. El gobierno del PT salió
de los comicios políticamente debilitado y sin firme base social,
aunque tuvo el apoyo crítico de los sindicatos y de los campesinos más
radicales, como los del Movimiento de los Sin Tierra, muy descontentos
frente a la alianza de los gobiernos de Lula y de Dilma con los soyeros
y el gran capital. Tiene, además, un Senado mayoritariamente
conservador y muy hostil y una Cámara de Diputados con 28 partidos
diferentes, la gran mayoría oportunistas y reaccionarios, con los que
tendrá que negociar cada medida que proponga para tener o mantener una
base popular.
Neves
fue apoyado por el gran capital, la extrema derecha, los sectores más
reaccionarios (como la mayoría de las sectas evangélicas brasileñas que
son, en realidad, la simple creación de gente sin escrúpulos que
aprovecha para hacerse millonaria con la extrema ignorancia de muchos
brasileños). El mero asistencialismo de Lula y Dilma efectivamente sacó
de la extrema pobreza a millones de personas, pero las hizo
dependientes de las bolsas de comida y los subsidios del Estado
providencial, no las educó políticamente sino de un modo muy elemental
(hablando de un enfrentamiento de los
ricoscontra los
pobres). Sobre todo, impidió que los explotados y oprimidos fueran políticamente independientes y creadores de su propio destino.
Su política y su ideología, como el extractivismo desenfrenado
(soyero, minero, maderero); la idea capitalista del crecimiento
económico a cualquier costo, incluso del desarrollo social; la
expulsión del PT de los críticos de izquierda, y la visión de Brasil
como una unidad sin división de clases, impidieron que los trabajadores
se separasen de los explotadores y les contrapusieran su propio
programa.
La crisis mundial no deja hoy margen para las soluciones a medias ni
los compromisos podridos. La política distribucionista y paternalista
–en Brasil y en los otros países con gobierno
progresistas– está acabada. El gobierno del PT está, como dicen los italianos
en la fruta, terminando el banquete
progresista. Una parte del PSOL y de la izquierda anticapitalista, responsablemente, votó en la segunda vuelta contra Neves, evitando así lo peor y dándole un poco de oxígeno al gobierno. Otro sector del mismo partido y otros grupitos de extrema izquierda, como el PTSU y el PCR, prefirieron, en cambio, seguir diciendo que
todos son iguales, porque todos son partidos procapitalistas y llamaron a sumarse a los 30 millones que, por atraso y pereza mental, prefieren dejar que otros decidan por ellos. A la izquierda del PT, donde sin duda habrá diferenciaciones, no hay por lo tanto sino una estéril política sectaria de los abstencionistas sin propuestas o un apoyo crítico al gobierno que prolonga un poco más su
progresismo, pero que no crea las bases para una alternativa anticapitalista a la política neoliberal asistencialista y distribucionista de los ingresos, que ha perdido sus bases y está siendo golpeada ferozamente por la crisis. Una de las conclusiones de este peligrosísimo proceso es, por lo tanto, que hay que reconstruir una izquierda anticapitalista en Brasil para enfrentar los choques que se aproximan y abrir el camino a una fase más radical.
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