“En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte,
Bienvenida sea,
siempre que ése, nuestro grito de guerra,
haya llegado hasta un oído receptivo,
y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas,
y otros hombres se apresten a entonar los cantos luctuosos
con tableteo de ametralladoras y nuevos gritos de guerra y de victoria”
Ernesto “Che” Guevara.
Desde el triunfo de la revolución cubana en 1959, Latinoamérica se
convirtió, poco a poco, en un continente de gran creación
revolucionaria, y, consecuentemente en el foco de preocupación
permanente del mayor imperio producido por el capitalismo, y la más
grande y feroz maquinaria asesina de la historia. Mucha sangre corrió
regando los campos de nuestro continente, mientras llegábamos al
triunfo de la revolución sandinista, lo que dio lugar a más violencia y
demencia en el vecino que aún cree que es nuestro dueño.
Aunque el colapso del mundo creado alrededor de la praxis soviética, no
tanto de su enriquecimiento de pensamiento, tuvo un impacto tremendo
sobre nosotros, nuestros movimientos de izquierda lograron adaptarse,
incluso a mimetizarse mientras pasaba la tormenta neoliberal, y luego
la experiencia victoriosa de la revolución bolivariana, nos enseñó la
importancia de no dejar de luchar nunca, al tiempo que nos mostró la
fragilidad teórica que arrastrábamos de aquellos manuales que el mismo
Che había desnudado en la década de los 60, y que, sin pretensiones de
profeta, había señalado como marcados por una ruta inexorable hacia el
fracaso.
Lo más importante del aporte del Che, mas allá
de la crítica certera, era la apertura a la producción teórica nuestro
americana, nos planteó el reto de pensar, sobre todo de pensar
orgánicamente. En esencia se nos planteaba la necesidad de hacer lo
mismo que en su momento hicieron Marx, Engels, Lenin, Gramsci y
Mariategui, producir heroicamente la filosofía de la praxis necesaria
para que nuestros pueblos adquirieran la capacidad de transformar su
realidad.
Con los éxitos electorales aprendimos a
entender bien (tal vez no tan bien) a ver con seriedad el tema del
poder, y a salirnos del marasmo reivindicador que teníamos como pasado
y referente inmediato. Pero estas lecciones las aprendimos del corazón
mismo del tradicionalismo de la derecha, acostumbrado a la alternancia
en el poder, la lógica de la despolitización y los paradigmas y
parámetros impuestos por la misma clase burguesa que intentamos
desplazar.
En este punto, avanzar se ha vuelto cada vez
más complicado, los pasos adelante se cuentan uno a uno, con algunas
concesiones, y la izquierda sin alcanzar la capacidad de dejar atrás
las causas que motivaron su terrible atomización durante el siglo XX.
Si para los partidos en el gobierno esto ha sido un reto mayor, y un
constante traspié, para los partidos de izquierda en oposición se ha
convertido en un muro insalvable, pues mientras algunos movimientos
buscan acumular fuerzas desde la oposición, diez más lo critican sin
misericordia recurriendo al expediente cuasi religioso del
“revisionismo”.
Por supuesto, una de las grandes
desventajas que enfrentamos es que nuestro enemigo nos ve como tales,
mientras nosotros, con el ánimo de estar a la altura del modelo
sistémico de “civilización” seguimos poniéndolos en la más elegante
posición de “adversarios”. Olvidamos muchas veces la posición que
ocupamos en una sociedad típicamente capitalista, y, lo que es peor,
creemos estar seguros de que es exactamente una sociedad socialista.
Si contamos todos los esfuerzos que hacemos por entrar dentro del campo
de medición de las cosas desde la óptica sistémica, nos daremos cuenta,
que nos metemos constantemente en una especie de jaula, en la que no
podemos más que aceptar como buena la idea de que la justicia y la
igualdad (temas en boga desde el liberalismo iluminista) se pueden
alcanzar a través del “gasto social”, a cargo del estado, mientras nos
acostumbramos a coexistir con una clase que está en permanente y
descarada conspiración contra las conquistas de nuestros pueblos y
nuestros gobiernos populares. Además, de la ofensiva constante de un
enemigo imperial-transnacional que debemos aprender a tratar con
pinzas.
No es complicado llegar a conclusiones sobre las
razones que nos orillan a vivir dentro de sus paradigmas, y aun ser
reproductores de algunos de sus vicios más terribles, siendo el más
notable el consumismo demencial, que se ve patente en todas nuestras
sociedades, donde aún no comenzamos a aprender una forma diferente de
vivir, una vía alternativa hacia la felicidad; hacia aquellas cosas,
que al decir del presidente Rafael Correa “tienen valor pero no tienen
precio”.
Básicamente, no podemos enseñarles a todas las
personas en detalle conceptos complejos y abstractos como valor, uso,
cambio, dinero, capital, precio, y por ende la formación, incluso a
nivel de cuadros es complicadísima. Desmontar la forma en que el
sistema funciona para ser una maquina perfecta de desposesión y
acumulación de riquezas, no es viable en pequeños panfletos o en
programas a través de medios de comunicación.
Menos fácil
es explicar la visión geoestratégica imperial, y porque no es cierto
que ellos son nuestros amigos (hablando de sus clases dominantes y sus
gobiernos) ni que llegan -disfrazados- de ONG por fines puramente
filantrópicos. Para poder lograr todo esto necesitamos desaprender todo
lo que nos ha llegado por la vía ideológica, en miles de formas, que
fomentan el individualismo, que hace que el éxito sea lo mismo que
tener mucho dinero, y que nos impone la idea de que la democracia es
solamente un asunto electoral.
En este sentido, la
política misma, es más bien una herramienta, aunque para muchos es un
fin en sí misma (y no su estudio sino su práctica, cada vez más cercana
al mal llamado pragmatismo). Una herramienta que nos debe llevar al
poder, o más bien a la construcción de él, mediante un proceso
constante de acumulación de fuerzas, que no solo debe darse en el
ámbito electoral. Como estamos parados hoy, debemos entender que una
vez que ganamos un proceso, ya nunca más podremos darnos el lujo de
perder; una victoria coyuntural del enemigo tendría efectos desastrosos
en nuestras organizaciones y en nuestros pueblos.
Y aquí
aparece nuevamente la necesaria sistematización de las ideas, la
coordinación continental, la articulación permanente de las nuevas
teorías, que son capaces de crear una línea estratégica que oriente un
verdadero proyecto integracionista, que considere una visión global,
que involucre a todos los partidos políticos de izquierda, que impulse
la unidad, que cree un nuevo balance en el planteamiento que establezca
las tácticas específicas que han de llevarnos al poder en definitiva y
a cambiar de una vez por todas las estructuras de nuestro continente.
Los famosos “Think Tanks” están destinados a crear los planes de corto,
mediano y largo plazo, los planteamientos coyunturales, los grandes
cambios que llevan a la mutación y reproducción del capitalismo. Esa,
que se ha convertido en una actividad fundamental para el sistema, debe
ser equiparada por aquellos que buscamos transformar el mundo, los que
somos revolucionarios y vemos la lucha más allá de nuestras propias
realidades biológicas e individuales, en general para la construcción
heroica, sin calcos ni copias que mencionó con mucho acierto José
Carlos Mariategui.
Durante la realización del III
Congreso del PSUV en julio pasado, el Presidente Nicolás Maduro anunció
la iniciativa de la constitución de un “Tanque de Pensamiento” (ojala
le podamos cambiar el nombre!). Este parece ser un paso fundamental y
ya está dado, la cuestión es avanzar y encontrar las condiciones para
estructurar lo que necesitamos y comenzar a avanzar, dentro de un
pensamiento colectivo, latinoamericanista, orgánico. Darle seguimiento
a aquella idea del presidente Maduro es trascendental para todo nuestro
continente, que debe incluso ser capaz de eliminar las barreras creadas
por las asimetrías que nos hacen ser unos menos importantes que otros.
Al final, la lógica debe ser reconocer que nunca es suficiente lo que
hacemos, siempre hay que hacer más, y aún siguen siendo válidas
aquellas palabras del Che: “Crear uno, dos, tres… muchos Vietnam,…”,
aun si somos pacíficos.
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