Carlos Ayala Ramírez
Adital
Desde la realidad salvadoreña, se
reconocen dos visiones opuestas en torno a la emigración. Si se acentúa el
aspecto económico, esta es vista como muy positiva porque abre oportunidades
laborales, genera ingresos y constituye, a través de las remas, una fuente
importante de divisas. En 2012 el país recibió cerca de 4 mil millones de
dólares en concepto de remesas. Por el contrario, desde una perspectiva social,
es denunciada como un mal, porque altera las estructuras y dinámicas
familiares, pone en riesgo la identidad nacional y genera nuevas dinámicas
críticas, incluyendo las delictivas.
Según el Informe de Desarrollo
Humano El Salvador 2013, el país es una de las naciones del mundo con mayor
porcentaje de su población que reside fuera de su territorio. Las estimaciones
gubernamentales indican que habría cerca de 9 millones de personas nacidas en
El Salvador, de las cuales 6.2 millones habitan en el país y alrededor de 2.8
millones fuera. Se estima que más del 85% residen en los Estados Unidos, cerca
del 5% en Canadá, mientras que el resto se encuentra disperso en América
Latina, Europa y Australia. Los emigrantes a Estados Unidos envían en promedio
a sus familias un 13% y un 14% de los ingresos totales que generan. El saldo
migratorio neto para la década 2000-2010, fue de 619,415, y el promedio anual
de migración para esa misma década fue de 61,942. La tendencia en los últimos
años sigue siendo al alza y no parece que pueda revertirse ni siquiera a
mediano plazo. Con ironía se suele decir que antes la economía del país se
sustentaba en la exportación de café, ahora se sostiene con la exportación
(expulsión) de personas.
Pero más allá de las cifras, el
informe de las Naciones Unidas destaca
las causas por las que los salvadoreños emigran. Enunciemos y expliquemos la
más determinante en el mundo de los pobres. La emigración es una estrategia
recurrente para aquellos en situación de carencias. Aunque según el discurso
dominante la decisión de emigrar es motivada por el "sueño americano”, lo
cierto es que, al menos en buena parte de la población pobre, dicha decisión,
además de ser muy difícil, es concebida como la única opción, en el sentido de
que se adopta cuando ya no hay más alternativas de sobrevivencia. Las personas
se ven presionadas u obligadas a cambiar su lugar de residencia, debido a que
sus vidas, su integridad física o su seguridad se ven amenazadas por la
precariedad económica o por la violencia generalizada. A esto se le denomina una "elección trágica”,
que se reafirma cuando las personas proyectan a futuro su condición de vida en
un país distinto al propio. Para muchos la emigración es precisamente el
obstáculo para lograr la felicidad, porque implica una ruptura no deseada con
la familia.
Pero no solo eso, es también una
elección trágica por los peligros que supone un viaje en condiciones de
indocumentado: riesgo creciente de ser victimizados por las pandillas y
carteles de narcotraficantes que controlan varias rutas de tránsito, dificultades
para encontrar trabajo y el permanente riesgo de ser deportado en cualquier
momento. Por otro lado, la decisión de emigrar implica altos costos económicos.
Hay familias que incluso venden parte o la totalidad de su patrimonio (casa,
terreno, animales, etc.), ya que el viaje puede rondar por los 6 mil dólares,
cantidad sumamente alta para una familia pobre. Todo el sacrificio realizado
tiene una sola meta: "sacar adelante a la familia”.
Ahora bien, la gran diferencia entre
el país de origen y el de destino radica en la posibilidad de encontrar un trabajo
acorde a las expectativas, principalmente en cuanto a estabilidad y
remuneración. Se calcula que el ingreso promedio mensual de los trabajadores salvadoreños en los
Estados Unidos, es 8 veces superior al ingreso promedio de la población ocupada
en El Salvador. En consecuencia, desde la pobreza, la emigración se concibe
como una estrategia familiar, es decir, su fin es potenciar las posibilidades
del grupo primario y no solamente la de la persona que se va.
Por otra parte, estudios recientes
dan cuenta del aumento dramático de
niños, niñas y adolescentes emigrantes indocumentados, provenientes de los tres
países del Triángulo Norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador).
El Departamento de Seguridad Nacional de
los Estados Unidos estima que, para 2014, el número de menores de esos tres
países que serán referidos al sistema de inmigración puede ascender a unos 60
mil, lo que representa un aumento de casi 160% respecto del año 2013, y más de
14 veces el número de niños retenidos en el año 2011. En El Salvador la emigración
de menores ha aumentado a tal grado que, según datos oficiales, el 5% de todos
los salvadoreños en 2013 eran menores, en comparación con el año 2011, en que
los menores repatriados representaron un 3% de todas las deportaciones.
Esas investigaciones también señalan
que la condición de migración indocumentada produce un impacto profundo en la
psicología y la identidad de los menores: desubicación, desenraizamiento, y la
experiencia de verse expuesto a experiencias traumáticas y de explotación. Fue
frente a ese drama que el papa Francisco hizo un llamado de atención sobre las
decenas de miles de niños que emigran desde Centroamérica y desde México. La
emergencia humanitaria, sentenció, debe implicar ser atendidos y protegidos.
Asimismo, manifestó que es "necesario un cambio de actitud hacia los emigrantes
y refugiados por parte de todos. Pasar de una actitud de defensa y de miedo, de
desinterés o de marginación (…), a una actitud que tenga a la base la cultura
del encuentro, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un
mundo mejor”.
En suma, la emigración desde la
pobreza pone de manifiesto la naturaleza excluyente del sistema económico. Este
pone a los emigrantes al margen de sus propias sociedades (negándoles derechos
fundamentales), para después expulsarlos hacia la búsqueda de mejores
condiciones de vida. Esta dinámica perversa solo puede ser revertida, cuando se
implemente un modelo de desarrollo que coloque a las personas en el centro de
su preocupación, invirtiendo en la expansión de sus capacidades para ampliar y
posibilitar opciones de vida digna. Este es ahora mismo uno de los retos
fundamentales que tienen los Estados, donde se producen los caudales de
emigración humana.
*Una colaboración para el reportage
#MigrantesAdital
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