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martes, 3 de marzo de 2020

¿Se negará el Partido Demócrata a nominar a Sanders incluso si gana?

                 Elecciones primarias en EE.UU.
Fuentes: Truthout

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Prácticamente todos los simpatizantes de Bernie Sanders con quienes he hablado estos días están viviendo la misma sensación de extrañeza. Se muestran optimistamente aterrados, prudentemente entusiasmados y tímidamente alborozados. ¿Por qué motivo? Porque su candidato es el claro favorito para la nominación a la presidencia de un Partido Demócrata cuyo núcleo desearía más que nada su fracaso.
Lo que atemoriza a los seguidores de Sanders y amarga su satisfacción es la preocupación (por otra parte muy real) de que el partido pueda frustrar su nominación en la convención. El partido cuenta con las herramientas para hacerlo si consigue encajar las piezas. Esta situación irregular provocaría un desorden generalizado.
Por nombrar solo un ejemplo de esta situación sin sentido, los tipos del establishment demócrata que han intentado convencer a la gente de que el éxito de Sanders en Iowa y New Hampshire es irrelevante son los mismos que sostienen que ese éxito supondría una completa capitulación ante Donald Trump en noviembre.
Si quieres tener una tarta no puedes comértela, porque si te la comes ya no la tienes. Hasta los niños entienden mejor que la dirección del Partido Demócrata lo que esto significa. Es el ala más institucional del partido la que está difundiendo este disparate, que sus portavoces más hiperventilados están convirtiendo en un estruendo en los informativos.
La línea de ataque más reciente contra Sanders ha sido decir que “tiene un techo”, que no puede ampliar su base más allá de los universitarios que quieren todo gratis y los burdos guerreros de Twitter que pueden ser o no trols pagados por Rusia. “Sanders coloca al establishment demócrata en modo pánico”, reza un titular del diario Politico. “Los moderados creen firmemente que una victoria de Sanders en las primarias supondría la reelección de Donald Trump”, explica el artículo.
Y, sin embargo, en esa misma nota de Politico podemos leer: “No se trata solo de la victoria de Sanders, sino del desequilibrio del resultado lo que atemoriza a los demócratas moderados. En tan solo un día, Sanders demostró que podía ampliar su coalición más allá de la estrecha base que muchos le adjudican y que se supone que limita su atractivo como candidato. En 2016, Sanders tuvo problemas para conseguir los votos de los afroamericanos, pero ahora está reduciendo la diferencia que le separa de Joe Biden en Carolina del Sur” (énfasis añadido). La idea de que Sanders podría convertirse en un formidable candidato nacional está empezando a penetrar la niebla del desasosiego del establishment demócrata.
Las cifras de Nevada muestran al detalle la fuerza de la ventaja de Sanders. El senador de Vermont se impuso en prácticamente todas las categorías necesarias para romper ese “techo” que el establishment demócrata nos habría hecho creer que limita sus oportunidades nacionales: los votantes latinos, los blancos, las mujeres, los sindicalistas, los trabajadores no sindicados y todos los grupos de edad excepto el de mayores de 65 años. Si bien Biden superó a Sanders entre los votantes negros en Nevada, lo hizo por un escaso margen, y Sanders lleva haciendo constantes avances en ese grupo. El apoyo de los votantes negros se verá sometido a una prueba más dura en Carolina del Sur.
Pero quizás lo más importante sea que Sanders está conquistando la lealtad de los votantes que no suelen participar en las elecciones o que nunca han votado anteriormente. Casi la mitad del país se abstuvo en 2016. Si Sanders es capaz de llevarles hasta las urnas, ese será el elemento decisivo de una coalición tremendamente poderosa y global. Dicho de otra manera, Sanders está construyendo una coalición que se asemeja a lo que el Partido Demócrata dice de sí mismo: diversa y representativa de toda una gama de grupos de edad y de población.
Si Joe Biden, Mike Bloomberg, Pete Buttigieg, Amy Klobuchar o Tom Steyer estuvieran logrando el apoyo que está logrando Sanders, el partido estaría levantando estatuas en su honor frente al cuartel general del Comité Nacional Demócrata. Sin embargo, a pesar de toda la ventaja lograda por Sanders, el impulso del que goza y su liderato en las encuestas, lo único que repite el establishment demócrata es que “Bernie no puede ganar”. The New York Times, el canal de noticias MSNBC, el Washington Post y otras publicaciones y cadenas no dejan de repetir la misma cantinela.
Si Elisabeth Warren o Tulsi Gabbard estuvieran en el lugar de Sanders, probablemente estarían diciendo o mismo. Esta es la verdad que debe afrontar cualquier candidato progresista que pretenda la nominación demócrata. El partido ha sido tremendamente alérgico a ese tipo de perfil desde la debacle de McGovern en 1972, y más aún desde la “revolución” Reagan en 1980. Una vez que los Clinton se hicieron con el partido en 1992, su fórmula mágica fue inclinarse hacia la derecha para atraer a los votantes republicanos “moderados”.
Pero a medida que el Partido Republicano se desplazaba más hacia la derecha, los Demócratas imitaban su movimiento, como si quisieran apaciguar a los votantes que hoy día podrán considerar a un republicano como Richard Nixon intolerablemente liberal. Se trata de una receta destinada al fracaso, como se ha visto claramente. Los pobres resultados obtenidos por Hillary Clinton no fueron una excepción sino una luz roja de aviso que el establishment demócrata se niega a tomar en serio.
Cuando la mitad del país no va a votar –a pesar de que el océano suba de nivel, el coste de los cuidados médicos se dispare y la ficción de la buena salud de la economía se desmonte día tras día– eso quiere decir que algo se está haciendo mal.
Algunos medios de comunicación argumentan que el Partido Demócrata se recuperará, que la victoria será su propio elixir si Sanders es capaz de continuar su buena racha. El miedo a la pérdida de algunas circunscripciones se compensará por las victorias en otros lugares que hace tiempo se resisten a los demócratas, como Georgia, Texas y Nevada. La energía que les proporcionaron las votaciones a mitad de legislatura en 2018 aún no ha desaparecido, y la palabra “socialista” ya no da tanto miedo como en el pasado, especialmente entre los electores jóvenes que decidirán esta votación.
De todas formas, hay una razón por la que los Biden, Bloomberg, Klobuchar y Buttigieg no tirarán la toalla de momento. Esa razón es la convención. Si Sanders no cuenta con suficientes delegados de ventaja, las reglas del juego permitirán que los llamados superdelegados nieguen la nominación al candidato con una mayoría de delegados. Este cuarteto de candidatos del establishment se mantendrá en la competición todo el tiempo que pueda, porque no pierden la esperanza de ser nominados si el partido decide no apoyar a Sanders. Y si, por alguna razón, Warren superara a Sanders en las siguientes primarias, se enfrentaría a la misma disyuntiva durante la convención. El dinero de Wall Street que impulsa el establishment demócrata la teme a ella tanto como a Sanders, si no más.
Esta situación no carecería de precedente. Los jefes del Partido Demócrata se negaron a apoyar a McGovern en 1972, en aquel entonces a pesar de que este ya había conseguido la nominación, basándose en un cálculo totalmente cínico: para ellos, era preferible un segundo mandato de Nixon antes que perder el control del partido.
¿Harán el mismo cálculo quienes detentan el poder dentro del establishment demócrata en la convención de Wisconsin este verano? Podría ocurrir. Si Sanders no consigue captar una clara mayoría de delegados durante las primarias y los caucus, puede que lo hagan. Las reglas lo permiten.
Hay una escena en la película de beisbol Major League (Una mujer en la liga), en la que el equipo averigua que la propietaria está haciendo todo lo que puede para que pierdan y conseguir con ello ganancias económicas. “Bueno, por lo que veo solo hay una cosa que podamos hacer”, dice el cátcher interpretado por Tom Berenger. “Ganar el puto partido”.
Para Bernie Sanders, su campaña y sus seguidores, esa es la mejor respuesta y la única posible. Si Sanders llega a la convención con una clara mayoría de delegados, será difícil negarle la nominación. Una traición tan descarada supondría un golpe tan fuerte para el Partido Demócrata que ni los incondicionales más cínicos del establishment estarían dispuestos a contemplar.
No todo es sol y rosas para el senador de Vermont. Su falta de claridad al responder, en el informativo de CBS 60 Minutes, cómo pensaba pagar sus ambiciosos programas dio pie a una serie de ataques de sus rivales. Su negativa a caer en un absolutismo propio de la Guerra Fría respecto a Fidel Castro ha proporcionado abundante munición a la artillería conservadora y ha despertado inquietud sobre su capacidad de vencer en Florida el próximo noviembre. Mike Bloomberg está echando mano de su inconmensurable fortuna para pagar una campaña publicitaria masiva atacando a Sanders en todos los frentes.
Así es la vida de un candidato favorito a la presidencia en el siglo XXI. Será preciso que la campaña de Sanders esté a la altura de estos y otros desafíos que indudablemente se le presentarán, si quiere mantener el impulso que le ha llevado hasta donde está ahora.
A pesar de estos baches en el camino, la tendencia general de la campaña le favorece: cuenta con buenas oportunidades para vencer a Joe Biden en Carolina del Sur el sábado, según sondeos recientes de CBS News, y se ha posicionado para tener un papel dominante a escala nacional en el Súper Martes. Lidera una amplia coalición que no para de expandirse. Es el candidato favorito para un enorme segmento de votantes que no han participado antes porque el voto demócrata habría ido hacia candidatos “centristas” fracasados como Biden o Hillary Clinton. Según las últimas diez encuestas de ámbito nacional, aventaja a Trump cuando se pide a los encuestados que elijan entre uno de los dos.
Ahora mismo, el mayor impedimento de Sanders es el partido cuya nominación espera conseguir. La expresión “Vote Blue No Matter Who”* se puso de moda en los círculos demócratas del establishment cuando Joe Biden lideraba la carrera presidencial. Si ese mismo establishment no puede ­–o no quiere– garantizar la aplicación de ese mismo lema también a Sanders, el partido podría enfrentarse a una conflagración de la que nunca llegara a recuperarse.
Nota del traductor: * “Vota azul, no importa a quién”. El azul es el color de Partido Demócrata de EE.UU.
Copyright Truthout.org. Reprinted and translated with permission.
Foto: Wikimedia Commons

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