(77 días de confinamiento)
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El 25 de mayo, George Floyd murió de asfixia en la calle, después de tener la rodilla de un policía sobre su cuello por casi nueve minutos. Floyd, de 46 años, fue detenido luego de que, supuestamente, habría pagado en una tienda con un billete falso de veinte dólares, en Minneapolis, Minnesota. Sus últimas palabras: “No puedo respirar”, resumen la violencia a la que se enfrenta la población negra en Estados Unidos, donde “el patógeno mata a los negros a una tasa dos veces y media veces que los blancos”; esta vez, víctima de la policía, la peste azul (Monthly Review, 5/28/2020).
Los manifestantes, contra la brutalidad policial y que demandan justicia, son acusados por la Casa Blanca de ejercer un terrorismo doméstico. Únicamente es la respuesta a ese terrorismo de Estado que tiene en la desigualdad uno de sus signos ominosos; régimen que encabeza Donald Trump, este gángster neofacista, según la opinión del filósofo Cornel West (MR, 6/2/2020).
Para el actor George Clooney, “el racismo es nuestra pandemia, que nos ha infectado durante 400 años, y para la cual no hemos encontrado una vacuna”. Además, “el enojo y la frustración que hemos vuelto a ver en las calles es un recordatorio de qué tan poco hemos crecido como país desde nuestro pecado original de la esclavitud” (Daily Beast, 6/1/2020).
La zona donde se realizó la acción policiaca posee uno de los niveles más altos de bienestar de la sociedad estadunidense, en términos de ingresos, expectativas de vida y acceso a la cultura, además de ser sede de importantes corporaciones. En contradicción, la área metropolitana de Minneapolis-St. Paul tiene también los más elevados índices de desigualdad racial; situación que el economista Samuel L. Myers, de la Universidad de Minnesota, denomina la paradoja de Minnesota (The New York Times, 6/1/2020).
La misma frase: No puedo respirar, se aplica a los afectados por la actual pandemia, al ser la dificultad de respirar uno de sus síntomas.
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La aparición del coronavirus en esta sociedad global, de por sí virulenta, a pesar de su tamaño microscópico, vino a acabar con verdades y mitos. Tanto de orden político y económico, como en los espacios de la sociedad y la cultura. Pocas cosas han quedado de pie de nuestras certezas y deseos. No seremos los mismos, se nos repite y nos repetimos hasta el cansancio. El principio de incertidumbre. No sabemos si seremos mejores, como personas y humanidad. Un buen deseo.
El capitalismo no es universal ni inmutable, como lo quisieran muchos de los privilegiados –the one percent— que ocultan sus intereses de clase y las hacen pasar como los intereses de la sociedad. De aquí a los llamados a la unidad nacional, sólo hay un paso, que usa para justificar intervenciones y guerras, como bien lo denunció Rosa Luxemburgo. Sin embargo, prosigue, de forma soterrada, la lucha de clases, que igualmente se oculta y enmascara.
Las crisis, como la actual, no perjudican a los que más tienen, sino que de ellas se benefician. “Para los más ricos de Estados Unidos (America’s wealthiest), la pandemia es tiempo para ganar” (time to profit). Así lo dice Economy For All (5/27/2020), que anota que 10 por ciento de las familias concentra el 84 por ciento de la riqueza. El conservador Instituto Empresarial Estadunidense (American Enterprise Institute) asegura que es mejor desviar la atención a la disminución relativa de la tasa de productividad laboral y en el declive del empleo masculino, y no centrarse a discutir sobre la realidad de la desigualdad, que el sistema difícilmente puede ignorar.
La frase: “No puedo respirar”, resume la triple crisis, sanitaria, económica y ahora social, que desde la discriminación y el racismo –en última instancia, violencia de clase— nos envuelve y nos asfixia. La buena fe y los llamados de buena voluntad y unidad contra un enemigo invisible, no son suficientes acciones como las que se ejercen contra gente como George Floyd. Enemigos visibles que desnudan al status quo, donde muchas cosas apuntan a ser iguales o peores que antes. La normalidad del sistema.
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Que sí, que no, que cada quien…
Llegamos al 1 de junio, fecha en que, oficialmente, inauguramos –semáforo mediante— la Nueva Normalidad (NN), con diez mil 167 muertes. Volver a la normalidad de antes y de siempre, imposible. En el calendario de los grandes acontecimientos, 2020 quedará grabado como el año de la pandemia, y se hablará de un antes y de un después.
Aun cuando haya el semáforo nacional, mejor dicho federal, por el cual se guiarán las autoridades estatales y municipales, la verdadera luz verde y, por ende, la que determinará la nueva normalidad será el regreso a clases.
Sobre el alcance de la medida y la posibilidad de que las autoridades locales terminen por hacer las cosas, de acuerdo a las situaciones concretas de sus territorios, la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, advirtió, el 26 de mayo, que a algunos gobernadores “se les cuecen las habas” por reanudar actividades. Es el caso, también, del presidente Andrés Manuel López Obrador. Sintomático es que una sus primeras salidas sea para inaugurar las obras del Tren Maya. Sin tapabocas.
En la Ciudad de México, con la luz roja, las actividades se reanudarán, plenamente, hasta el 15 de junio, y las escuelas, el 10 de agosto, de manera presencial. Casi todo el país se encuentra, todavía, en alerta epidemiológica, nos indica el semáforo, y sólo se permitirían las actividades esenciales. Al respecto, cada quien tiene su escala de valores y necesidades, y por lo tanto lo que es esencial: la diferencia entre comer y no comer.
En fin, la NN significará un regreso gradual de las actividades, con horarios escalonados, con respeto a la sana distancia, el uso del tapabocas, el lavado de manos con agua y jabón, y las empresas tendrán que autoevaluarse.
La pandemia reveló que la economía está, literalmente, en la calle. Durante el mes de abril, 12.5 millones de personas perdieron su empleo, de los cuales 2.1 millones son de carácter formal. Ahora se trabajan menos horas y se reciben menos ingresos; se incrementó la subocupación, y las perspectivas es que la recesión haga que la economía se contraiga entre ocho y diez por ciento. La apuesta, entonces, ya no es por el crecimiento, sino por la distribución, a fin de que no aumente tanto el índice de pobreza, sólo tantito, y que no se descarrile el proyecto de la 4T
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La noción de salud pública se desarrolla, a contracorriente, a la salud convertida en una mercancía más dentro del gran arsenal, que se deteriora por la condiciones de vida, en las que se destaca una deficiente y mala alimentación. En estas condiciones, algunas enfermedades cobran relevancia en los días de la pandemia, que hace a las personas infectadas más vulnerables. Estas enfermedades son: la hipertensión, la diabetes y el sobrepeso o la obesidad, por sí solas, problemas de salud pública, y en términos de productividad del trabajo y calidad de vida, cada vez más precaria.
Reaparece el debate sobre el bajo número de muertes en México, en relación a la de otros países, como su vecino y socio comercial, Estados Unidos. Ha tenido que reconocerse que, como en todas partes, hay un subrregistro, cuyo rango es amplísimo, y que el verdadero número es de hasta treinta veces más grande, como apunta Julio Boltvinik, de El Colegio de México. Y eso apunta a un sistema de salud pública colapsado, por tanto años de abandono, a favor de los intereses mercantiles, tanto de grandes empresas farmaceúticas como de hospitales. De ahí que pueda decirse que no sólo es el virus el que mata, sino también un ruinoso sistema de salud (The New York Times, 5/28/2020).
Después de tanto tiempo en el abandono, no es sorpresivo que el personal médico, en la primera línea de atención, de combate, mejor dicho, multiplique por tres sus riesgos de ser ellos mismos víctimas: por el trato directo a los pacientes infectados, por la falta de equipo de protección, suficiente y adecuado, y por el ataque físico y verbal de que son objeto por parte de familiares y parte de la gente, que los insulta y discrimina. Y demandan un aumento del cuestionado PIB (Producto Interno Bruto) para el sector salud.
Lo que el sistema capitalista, en un largo proceso de más de quinientos años, había disociado, la vida y la economía, un virus hizo que se reencontraran. Sin una existe la otra. De esta manera, la salud le disputó al mercado la preeminencia. ¿Qué es más importante? Depende del momento, y hoy, sin descuidar la salud, la actividad económica está por volver a ser normal.
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Es indudable que el virus y las semanas de encierro vinieron a cambiar nuestra percepción de la vida y del mundo, así como nuestras relaciones interpersonales, dentro y fuera del hogar, y en espacios tan vitales como escuelas, fábricas y oficinas, que necesariamente estarán determinadas por normas y conductas que, aunque se dicen nuevas, en realidad son tan antiguas y esenciales, como el lavado de manos con agua y jabón; prácticas enmarcadas todas dentro de la nueva normalidad.
Se redescubrieron virtudes y limitaciones de ese espacio íntimo y familiar que es la casa/hogar, que recobró su importancia como refugio. Como en tiempos ancestrales, cuando las cuevas servían para protegerse de las inclemencias del clima, frío, calor y lluvia, así como del acoso de animales. Y hoy, de los estragos de un virus, que se transmite por contagio de secreciones de la boca, la nariz y los ojos. Pero, también, la casa como espacio de convivencia, con la revaloración del trabajo doméstico, impago, y su importancia en la reproducción social del trabajo.
La prolongada convivencia, muchas veces en espacios reducidos, hace que la violencia intrafamiliar se haga más visible, afectando, sobre todo, a niños y mujeres, y que se reflejan en el incremento de llamadas al 911, número de emergencia adoptado por la integración a Estados Unidos, a despecho de la visión idílica que se trata de mostrarse.
Entre los múltiples cambios a considerar, hay que resaltar los del ámbito del trabajo, no únicamente los del espacio y ambiente habituales, sino en la manera de hacer las cosas. Otro lugar es el de la escuela y las formas de enseñanza-aprendizaje. En ambas actividades se lleva al cabo una transformación, por el uso intensivo de las tecnologías digitales y el concepto a distancia. Lecciones que deja la pandemia.
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Continúan los estragos económicos y sociales. En el segundo trimestre se habrían perdido 305 millones de empleos en el mundo. El 27 de mayo, un informe la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revela “el efecto devastador que ha tenido la pandemia en los jóvenes trabajadores (entre los 15 y 24 años de edad): uno de cada seis ha perdido su empleo, y los que se mantienen ocupados han visto disminuir las horas pagadas; situación que afecta más a las mujeres.
De por sí, su situación es desventajosa. En 2019, la tasa de desempleo entre los jóvenes fue la más elevada entre los diferentes segmentos de la población, 13.6 por ciento, y había 267 millones, uno de cada cinco en el mundo, sin empleo y que no iban a la escuela.
El organismo de las Naciones Unidas subraya que, generalmente, se encuentran en labores mal remuneradas, en la economía informal o son migrantes, sin prestaciones sociales. Guy Ryder, director general de la OIT, advierte que, sin su participación, será “más difícil reconstruir una mejor economía post-Covid”.
No sólo por grupos de edad y género, los efectos de la pandemia son diferenciales. También, en cuanto al origen étnico, que posee hondas raíces histórico-sociales. En Estados Unidos, la población afroamericana representa 12.3 por ciento de la población total, pero tiene casi 23.6 por ciento de los casos de Covid-19 y 22.7 por ciento de las cien mil muertes. “Una alta tasa de enfermedades subyacentes como diabetes y enfermedades cardíacas, junto con trabajos históricamente mal pagados han puesto a muchas comunidades afroamericanas en mayor riesgo de Covid-19, dicen los expertos” (Time, 5/26/2020).
Se ponderan las cualidades del capital humano (para mí, fuerza de trabajo), cuyo funcionamiento, como una máquina más dentro del sistema, hay que mantener. Este es el objetivo de los sistemas de salud. Al respecto, Kevin Hassett, el principal asesor económico del presidente Donald Trump, afirma que “nuestro stock de capital humano está listo para volver al trabajo”. Stock que se define como “animales de granja y ganado, cerdos y ovejas, criados y mantenidos por su carne y leche” (Truthout, 5/26/2020).
Mientras Trump ridiculiza a Joe Biden, vicepresidente con Barack Obama y seguro candidato por el Partido Demócrata en las elecciones del 3 de noviembre, por la utilización del tapabocas, se destaca el hecho de que Estados Unidos, además de las cien mil muertes (al 27 de mayo) y más de 1.6 millones de infectados, posee más de cuarenta millones de desempleados.
El dilema es, se reitera: la bolsa o la vida, pero no cualquier bolsa, sino la bolsa de valores, donde, en última instancia, se especula, se juega con la vida de millones de personas. El 82 por ciento de los créditos fiscales quedarán en manos de los que perciben más de un millón de dólares al año, es decir, el uno por ciento de la población estadunidense, que describe al resto, 99 por ciento, como “masas montadas en gérmenes” (Mint Press News, 5/27/2020).
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Al anteponer la economía a la salud, y abogar por la pronta reapertura y normalidad, Trump es un presidente, empresario él mismo, que vela más por los intereses personales y de grupo que por los de la gran mayoría de la población. No sorprende, entonces, que se vean carteles y mantas con la leyenda: “Próximamente en tu ciudad: los ataúdes de Trump” (Coming soon to your city: Trump´s caskets), con la imagen del presidente sonriendo sobre un ataúd abierto. La moraleja es que el espectáculo debe continuar, según el reporte de la revista Time.
Diferentes medios resaltan el hecho de que Estados Unidos haya alcanzado las cien mil muertes por el coronavirus. El inglés The Guardian (5/28/2020) resume la catástrofe debida a fallas, no sólo en cuanto a la política de salud, sino a las mismas declaraciones contradictorias de Trump, a las que sumaron las que tienen que ver directamente con las cuestiones de raza, género, desigualdad y desinformación por la infodemia. El resultado es que, con el cuatro por ciento de la población mundial, EU cuenta con el 28 por ciento de las muertes por el virus.
Puede concluirse que el Covid-19 ha expuesto a Estados Unidos como un Estado fallido, según el Independent Media Institute, en un reporte del 29 de mayo. También deja abierta la probabilidad de que haya una crisis constitucional, por los actos y declaraciones de Donald Trump, que es “el presidente más peligroso y, peor aún, el más mortífero” que ha tenido Estados Unidos.
Ante la retórica presidencial que incita más a la violencia que a la reconciliación, una pancarta: STOP to hate US (PAREN de odiarNOS)… US por NOSOTROS (en inglés), que es también la abreviatura de de Estados Unidos.
Y la frase lapidaria: No puedo respirar, que es ya una de las que mejor define a la administración plutócrata y nacionalista de Trump, escondido en el bunker de la Casa Blanca.
https://www.alainet.org/es/articulo/206956
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