Editorial La Jornada
Ala preocupación y los daños
que la pandemia de coronavirus está ocasionando en Brasil –que no son
pocos– se le suman los dichos y las acciones de su presidente, Jair
Bolsonaro, que si al inicio de su gestión se caracterizó por dar rienda
suelta a la peor retórica de la ultraderecha continental, ahora parece
haberse adentrado de lleno en los dominios de la irracionalidad.
Prácticamente no hay día en que el ex militar no insulte y descalifique a
quienes cuestionen así sea mínimamente sus opiniones, sus actitudes,
sus iniciativas y su dislocada visión del mundo, en especial a quienes
le reprochan su total desprecio por la democracia.
Hace una semana, en la sureña ciudad brasileña de Sao Paulo se
produjeron varios enfrentamientos callejeros entre manifestantes
antifascistas y uno de los grupos
bolsonaristasque apoyan al mandatario, en los que se mezclan evangélicos de distintas corrientes y anacrónicos paramilitares anticomunistas. De inmediato, el presidente calificó de
terrroristas y marginales que amenazan con romper Brasila los primeros, pidiendo a las fuerzas de seguridad que los reprimieran con dureza. De los segundos, naturalmente, no dijo una palabra. La zacapela se produjo mientras las cifras de detectados, contagiados y fallecidos por el Covid-19 continuaban al alza, y Bolsonaro se oponía tanto al uso de cubrebocas como a las medidas de distanciamiento social y confinamiento adoptadas por numerosos gobernadores del país.
El viernes, quizá inspirado por el arrebato del presidente
estadunidense Donald Trump – que a fin del mes pasado terminó con la
salida de su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS)– el
exaltado titular del gobierno brasileño amenazó con hacer lo mismo
(sacar a Brasil del organismo internacional) si éste no abandona
su política partidista. Y aprovechó para anunciar que
el regreso de la hidroxicloroquina, una droga que Bolsonaro promociona como un tratamiento eficaz contra el nuevo coronavirus, a pesar de que no hay ninguna prueba científica seria que respalde esa idea.
Y el mismo día, en otro nuevo pleito por el manejo de la pandemia, el
Consejo Nacional de Secretarios de la Salud (Conass), que agrupa a los
secretarios regionales de salud de la nación sudamericana, acusó al
gobierno de intentar
invisibilizara los muertos por la enfermedad. El origen del desacuerdo estuvo en las declaraciones de Carlos Wizard, secretario de Ciencia, Tecnología e Insumos Estratégicos del Ministerio de la Salud, designado por el propio Bolsonaro, quien dijo que había que revisar los datos de contagiados y muertos porque eran
fantasiosos y manipulados. Y el presidente apoyó su propósito en un tuit donde señalaba que la acumulación de datos sobre los afectados
...además de no indicar que la mayor parte ya no está con la enfermedad, no retratan el momento del país. Indignados, los miembros del Conass calificaron la declaración de
grosera, desprovista de sentido ético, de humanidad y de respetoy declararon que la misma merecía
nuestro profundo desprecio, repudio y asco.
Lo más preocupante para las fuerzas democráticas de Brasil, sin
embargo, es que la creciente extravagancia del Ejecutivo está sirviendo
para alentar a sectores que a diario gritan consignas contra la Suprema
Corte y el Congreso (los acusan de atacar a Bolsonaro) y piden una
intervención militar y un retorno a la dictadura que gobernó Brasil
entre 1964 y 1985.
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