Entrevista a Atilio A. Borón sobre El hechicero de la tribu (I)
Atilio Borón (Buenos
Aires, 1 de julio de 1943) es una de las figuras más relevantes de las
ciencias sociales en Latinoamérica. Doctor en Ciencia Política por la
Universidad de Harvard, es profesor consulto de la Facultad de Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires y del Instituto de Estudios
de América Latina y el Caribe de dicha universidad, de la cual fue
Vicerrector entre 1990 y 1994. Ha sido Investigador Superior del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y director
del PLED , Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en
Ciencias Sociales del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini,
de Buenos Aires, en cuyo canal de televisión digital conduce el programa
de entrevistas llamado “Palabras Latinoamericanas” Actualmente es
Director del Ciclo de Complementación Curricular de Historia de América
Latina del Departamento de Humanidades y Artes de la Universidad
Nacional de Avellaneda. Columnista en diversos medios (Página12, www.rebelion.org ,La Jornada, Telesur
), también ha sido secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO) de 1997 a 2006. Entre sus reconocimientos
cabe mencionar el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada de Casa de
las Américas 2004, por su libro Imperio e Imperialismo, y el
Premio Internacional José Martí por su contribución a la unidad de
integración de los países de América Latina y el Caribe otorgado por la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la
Cultura (UNESCO) en 2009. En España se ha publicado su Estado, Capitalismo y Democracia en América Latina (Ediciones Hiru) y, por la misma casa editorial, su América Latina en la Geopolítica del Imperialismo,
libro que en 2012 fuera galardonado con el Premio Libertador al
Pensamiento Crítico. Con una presencia muy activa en la militancia
cibernética puede seguirse el avance de sus investigaciones y sus
comentarios sobre la realidad argentina e internacional en su sitio web
atilioboron.wordpress.com , en su página de Facebook: Atilio Boron, en
Twitter en @atilioboron y en Instagram.
Su último libro publicado (Ediciones Akal, Madrid, 2019) lleva por título El hechicero de la tribu. Mario Varas Llosa y el liberalismo en América Latina. En él centramos esta entrevista.
Mi enhorabuena por su último libro. ¿El hechicero de la tribu es una deconstrucción del pensamiento político del Premio Nobel peruano, sin entrar en su obra literaria?
Sí. He sido durante largos años profesor de Filosofía Política y en su libro, La Llamada de la Tribu,
Vargas Llosa incursiona ampliamente en esa temática en donde se
demuestra, de modo categórico, que no es precisamente allí conde se
siente como “un pez en el agua”, parafraseando uno de los títulos de su
extensa producción. No es un terreno en donde el novelista transite con
familiaridad. Lo suyo, evidentemente, es la ficción y si bien es un
agudo observador de la realidad las complejidades de la filosofía
política requieren de una formación especial de la que obviamente
carece. Pero la persuasión que ejerce una escritura bella y seductora
disimula, para el aficionado, las profundas lagunas en que se empantana
su pensamiento cuando comienza a discurrir sobre filosofía política. Por
eso mi lectura sobre su libro se realiza desde esta perspectiva. No
podría ser otra porque no soy un especialista en crítica literaria
aunque sí un lector muy familiarizado con la obra de Vargas Llosa. He
disfrutado de varias de sus novelas –no todas de igual calidad, como
ocurre con cualquier escritor- y me han disgustado sus ensayos sobre la
actualidad social o política, o cada vez que escucho sus diatribas
contra los gobiernos de izquierda, progresistas, revolucionarios o
populistas, todo los cuales logran sacar de él, según mi parecer, sus
peores resentimientos y sus odios más viscerales.
¿Cómo
consigue este “hechicero de la tribu” hechizar a sus lectores? ¿Con la
magia de sus palabras, con la belleza de su prosa, con la buena
argumentación que acompaña a sus posiciones, análisis y propuestas?
Algo
fue dicho más arriba. Sin duda que VLl es un escritor que cautiva a sus
lectores y que maneja con maestría ese arte perverso de “decir mentiras
que parezcan verdades”, según él lo ha dicho y escrito en reiteradas
oportunidades. Y además que combina muy hábilmente la ficción con el
ensayo, lo que muchas veces induce a sus lectoras y lectores a dar
crédito como si fuera real lo que no es sino una ficcionalización o, si
se quiere, una fantasía del escritor. En un ensayo académico eso es un
error imperdonable, a la vez que fácilmente detectable, pero en un libro
como La Llamada de la Tribu las tergiversaciones y mentiras que
el escritor introduce mientras cita a un autor de la talla de Adam Smith
o Karl Popper sólo pueden ser advertidas por un lector muy avisado. Uno
de los tantísimos ejemplos que surgen cuando, en respuesta a esta
entrevista, abro al azar su libro y encuentro en la página 147 que dice,
textualmente que “el autor de El Capital fue un secreto defensor
de la sociedad abierta.” Entonces: ¿Fue Marx un insólito predecesor de
un reaccionario como Popper? No, de ninguna manera. Claro que Marx
defendía una sociedad abierta, pero lo que VLl escamotea al lector es
que ésta sólo sería posible en el comunismo, es decir, en una sociedad
sin clases pero jamás en el capitalismo. Ese “pequeño detalle”
desaparece en el sereno flujo narrativo del peruano, e introduce una
gigantesca falsificación en el pensamiento de Marx.
En
el subtítulo -”Mario Vargas Llosa y el liberalismo en América Latina”-
habla usted de liberalismo y no de neoliberalismo. ¿Alguna diferencia
entre estas dos categorías? ¿Cómo deberíamos entender a lo largo de su
libro el término “liberalismo”?
En efecto, hablo sólo al
pasar y en ocasiones muy puntuales del neoliberalismo porque creo que
éste no es sino la re-encarnación de los principios fundamentales del
liberalismo clásico, sólo que en clave mucho más reaccionaria. El
liberalismo de John Locke y los Federalistas de Estados Unidos –estamos
hablando de finales del siglo XVII y todo el XVIII- tenía ciertos
componentes valiosos como la libertad de expresión, la defensa frente a
la opresión política de las monarquías o las dictaduras, la libertad de
asociación, etcétera, que en su versión contemporánea -luego de que las
masas populares conquistaran la democracia doblegando la resistencia de
la burguesía y sus aliados- fueron dejados de lado o redefinidos en un
sentido retrógrado. Ahí está, y es sólo un ejemplo, toda la producción
de los teóricos de la Comisión Trilateral (Samuel P. Huntington, Michel
Crozier, Jojj Watanuki, etcétera) que en los años setenta del siglo
pasado lanzaron un demoledor ataque en contra de los “excesos
democráticos”, la participación popular y mismo contra la libertad de
asociación al satanizar el poderío de los sindicatos y organizaciones de
base. El liberalismo, como lo vengo afirmando durante más de cuarenta
años, jamás propició ni defendió argumentalmente la democracia, y en su
versión “neo” esta tendencia no ha hecho sino acentuarse porque si en su
versión original aquél no tenía que enfrentarse a los desafíos de la
democracia hoy asume una postura retrógrada, abiertamente contraria a
ella, y que el prefijo “neo” no alcanza a disimular. Friedrich von Hayek
y Milton Friedman elogiaron públicamente a un feroz dictador como
Augusto Pinochet, para colmo un ladrón de siete suelas. Y permanecieron
indiferentes ante la cancelación de las libertades exaltadas por Locke y
sus seguidores en tierras americanas. Por otra parte es preciso
reconocer que la “magia” del nuevo vocablo, “neoliberalismo”, ha obrado
el milagro de transformar al arcaico y desprestigiado liberalismo que
condujo a tantas inequidades, miserias y guerras desde su implantación
en algo embellecido con el ropaje de lo fresco y novedoso; o con la
insinuación de que estamos en presencia de una recreación positiva y
juvenil de una filosofía económica y social como el liberalismo,
plasmada en la segunda mitad del siglo XVIII y que consagraba la
supervivencia de los más aptos y el imperio del egoísmo universal como
criterio fundante de una buena sociedad. Es precisamente por este engaño
del término “neoliberalismo” que aparto de mi mirada los fuegos
artificiales de la propaganda burgues y concentro mi análisis en su
matriz teórica fundamental, el liberalismo a secas.
¿Observa
usted alguna diferencia esencial entre el liberalismo en América Latina
y el liberalismo en otros territorios o continentes? Por ejemplo, con
el liberalismo norteamericano o con el liberalismo de algunas fuerzas
políticas europeas, como Macron, Ciudadanos o el Partido Liberal alemán.
Sí,
en el siguiente sentido: la aplicación de las políticas del liberalismo
en América Latina y el Caribe ha sido más brutal, totalmente
desprovisto de algunas salvaguardas de derechos individuales e inclusive
sociales que en Europa se heredaron del “cuarto de siglo de oro” del
Keynesianismo (1948-1973) y que aún con dificultades han sobrevivido al
ataque sufrido desde los ochentas en contra del Estado de Bienestar,
teniendo en cuenta que éste tuyo una presencia poco más que embrionaria
en Estados Unidos. En el Sur global, y especialmente en Nuestra América,
el liberalismo mata sin piedad, produce un holocausto social de enormes
proporciones ante la indiferencia de sus agentes históricos, de los
estados burgueses de la región, de la prensa canalla que envilece y
embrutece a la población y también de los gobiernos de EEUU y Europa,
que abandonaron por completo la tradición de la Ilustración y que apelan
a los derechos humanos sólo para hostigar a gobiernos indóciles ante
las órdenes del Calígula que habita la Casa Blanca. En Europa, y mucho
menos en EEUU, el liberalismo tiene que conservar una cierta fachada
democrática que en Latinoamérica es desechada sin la menor
contemplación. La expansión democrática de la posguerra y la conquista
de importantes derechos sociales y laborales, concedidos, claro está,
ante la amenazante presencia de la Unión Soviética, no pudo ser
revertida en Europa como sí lo fue en Latinoamérica porque en estas
latitudes aquellos procesos fueron más débiles y siempre acosados,
cuando no combatidos abiertamente, por la intervención norteamericana.
Producto de aquello es que ni Macron, ni Ciudadanos ni los liberales
alemanes pueden decir lo que les gustaría porque aún en una Europa
dominada por un talante conservador, y hasta reaccionario en algunos
sectores sociales, expresiones tales como que “los pobres no quieren
trabajar” o “son adictos al clientelismo populista”, corrientes en la
derecha latinoamericana, generarían un repudio de buena parte de la
ciudadanía en Europa. Aparte de lo anterior hay otra diferencia muy
significativa, que no podemos pasar por alto: las políticas del
neoliberalismo se ensayaron primero entre nosotros, en Chile desde 1973 y
en Argentina a partir de 1976, a cargo de dos tenebrosas dictaduras. Es
decir, agotado el ciclo keynesiano había que “testear” las nuevas
políticas pregonadas por décadas por el FMI y el Banco Mundial. Y hemos
sido las y los latinoamericanos el banco de pruebas o los cobayos de
laboratorio de las políticas del neoliberalismo salvaje que, poco
después y conocidos ya sus deplorables resultados, aplicarían Margaret
Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos.
¿Ha
sido y es esencial la figura del marqués Vargas Llosa en el desarrollo
del liberalismo en América Latina? ¿Por sus ensayos, por sus artículos,
por sus intervenciones políticas?
Sí, y es lo que explico
sobre todo en los dos primeros capítulos de mi libro. Primero porque es
uno de los latinoamericanos más conocidos a nivel internacional, una
especie de “rock star” de las letras cuyos escritos y cuyas
palabras se escuchan con incondicional devoción y se reproducen a escala
masiva por casi todos los medios de comunicación, fuertemente
concentrados y que dominan la formación de la conciencia colectiva no
sólo en toda Latinoamérica sino en el mundo del Caribe y también en
Brasil y, no olvidemos, en buena parte del mundo angloparlante. Segundo,
porque VLl es una referencia obligada dado que es uno de los poquísimos
divulgadores de alta escuela que tiene el liberalismo. No se trata de
un propagandista inculto como la inmensa mayoría de los que repiten las
letanías de ese credo sino de un hombre muy educado, que transmite con
éxito la idea de que lo que dice es absolutamente cierto e indiscutible.
Tercero, porque tiene un ingrediente adicional: es un converso, un
hombre que proviene del marxismo más dogmático y cerril y que “vio la
luz de la libertad” brillando, según confiesa en La Llamada, en
los ojos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan. No olvidar que la opinión
de un apóstata o un renegado vale más que la de quien siempre se
mantuvo fiel al dogma porque es la de alguien que estuvo cegado y
hundido en el error y tuvo la capacidad de romper esas cadenas y pasarse
de bando y defender lo que antes había execrado. Cuarto, tal vez por
todo lo anterior el peruano tiene acceso directo a las elites políticas,
gubernamentales, empresariales y culturales (o de quienes manejan la
industria cultural) lo que le permite amplificar extraordinariamente la
llegada de sus opiniones y puntos de vista a una enorme audiencia.
¿No
es muy extraño que alguien que dice haber militado en su juventud en el
Partido Comunista de Perú (con el nombre clandestino de “camarada
Alberto”) se acerque a partir de su madurez a figuras tan relevantes en
la derecha extrema europea como el ex presidente de gobierno español
José María Aznar, por no hablar de figuras de la realeza como el ex Juan
Carlos I? ¿No recuerda, en cierta medida, el caso del filósofo italiano
Lucio Colletti o el del gran poeta mexicano Octavio Paz?
Sí,
en mi libro me extiendo sobre lo de Colletti y el mismo Octavio Paz,
pero creo que dada la gran cantidad de casos registrados a nivel
mundial, desde el triunfo de la Revolución Rusa pero sobre todo a partir
de los juicios de Moscú y en una escala impresionante desde los inicios
de la Guerra Fría carece por completo de sentido hablar de “extrañeza” o
“rareza” para describir al gran número de renegados que no sólo
abandonan sus viejas creencias políticas sino que se convierten en
furiosos propagandistas de las contrarias. Llamémoslos como queramos:
“renegados”, “apóstatas” , “desilusionados” o con la expresión más
fuerte de “traidores”, a la que apelaría en casos extremos, lo cierto es
que ellos constituyen una legión. El más repugnante de estos casos, un
traidor infame, fue el salvadoreño Joaquín Villalobos, ex comandante de
la guerrilla Farabundo Martí, que en el año 1975 ordenó que ejecutaran
al gran poeta Roque Dalton, activo miembro de la guerrilla, acusado de
ser agente de la CIA. Al tiempo Villalobos desertó y terminó su inmundo
recorrido convirtiéndose en asesor de Álvaro Uribe, paradigma
insuperable de la narcopolítica y el militarismo. Tratar de comprender
estas tragedias es la apelación que formulara en mi Imperio & Imperialismo
para construir una sociología de los intelectuales revolucionarios en
tiempos de derrota. El caso de VLl es uno de los más interesantes por la
amplitud de su recorrido desde la extrema izquierda a la derecha
radical y sobre todo por el ardor con que arremete contra el
nacionalismo (en Venezuela, Cataluña, Euskadi, donde sea) y por la
incontrolable atracción que sobre él ejercen los poderosos, incluyendo
un monarca tan desprestigiado como Juan Carlos. Hay otros más mesurados o
vergonzantes, sobre los que apenas hablo en mi libro. Pero, para
resumir: de rarezas o extrañezas, nada. Cito en mi libro la obra del
brillante marxista inglés Terry Eagleton que también se ha preocupado
por el tema con su habitual rigurosidad así como a la clásica obra de
Isaac Deutscher sobre el tema, pero no es éste el lugar para reproducir
sus argumentaciones al respecto. Nomás recordar que Deutscher comienza
uno de sus artículos citando a Ignazio Silone, revolucionario comunista
italiano que terminó sus días como agente de la CIA, quien le habría
dicho a Palmiro Togliatti, líder del PCI, que “la lucha final será entre
los comunistas y los excomunistas.” No creo que sea así, pero hay un
grano de verdad en ese comentario de Silone.
Las posiciones políticas del autor de La ciudad y los perros o La fiesta del chivo,
¿enturbian la calidad o el valor poético de su obra literaria? Para un
lector de izquierdas, ¿sería mejor no transitar por su obra literaria?
De
ninguna manera. VLl sigue siendo un gran escritor, y en la medida en
que la poiesis es creación, capacidad de crear e imaginar, las
posiciones políticas de nuestro autor no han menoscabado la calidad de
su obra literaria. He disfrutado y también aprendido mucho de algunas de
sus mejores novelas. A mi juicio las mejores son La Ciudad y los Perros, La Casa Verde, Conversación en la Catedral, El Sueño del Celta, La Fiesta del Chivo, La Guerra del Fin del Mundo e Historia de Mayta. Pero otra es la opinión que nos merecen sus ensayos u opiniones políticas volcadas en la prensa o en los medios de comunicación.
Como creo haberlo dicho más arriba esto no equivale a afirmar que todas
sus obras son de igual calidad literaria, como tampoco lo fueron las de
Cervantes Saavedra o las de García Márquez, Cortázar o Fuentes para
hablar de los escritores del boom latinoamericano. Pero yo estoy
convencido de que para escribir bien uno debe leer a autores que
escriban bien, y el peruano es uno de los que mejor lo hace. Creo, así
todo, que está un peldaño más abajo de Octavio Paz o Jorge Luis Borges
que según mi modesto entender ilustran paradigmáticamente lo que debe
ser el castellano del siglo veintiuno. Una prosa límpida pero profunda,
cargada de significados. Pero escrita de forma sencilla, contundente,
sin afectaciones, exenta de superfluos barroquismos y alejada de los
vicios del culteranismo que abren una zanja entre el pueblo y el
escritor. De joven me impresionó para siempre esta reflexión de Bertolt
Brecht: “Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad
no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas
por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición
a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las
cosas prácticas, reales, tangibles." No por casualidad Lenin decía que
el marxismo es el análisis concreto de la realidad concreta, y Brecht es
un leninista del lenguaje. Y yo pretendo ser un modesto discípulo de
Brecht a la hora de ponerme a escribir, procurando que mis lecturas de
los maestros de la lengua castellana me ayuden a transmitir mis ideas de
forma “clara y distinta”, como exigía Descartes, y susceptibles de ser
asimiladas por las mujeres y el hombres comunes y corrientes de nuestras
sociedades.
Dedica usted su libro a Fidel Castro: “A
Fidel, por sus enseñanzas, por sus luchas, por su fe martiana en la
necesidad de la batalla de ideas...” ¿Qué ha significado, qué significa
Fidel, en su opinión, para los pueblos de América Latina y del mundo?
Fidel
es una figura extraordinaria, alguien que siguió el camino trazado por
el gran manco de Lepanto cuando puso en boca del Quijote que su misión
era “ Soñar el sueño imposible, luchar contra el enemigo imposible,
correr donde valientes no se atrevieron, alcanzar la estrella
inalcanzable.” Eso que orientaba al hidalgo en su lucha por “deshacer
entuertos y castigar agravios” marca a fuego la personalidad de Fidel.
Soñar con la Segunda y Definitiva Independencia de Nuestra América,
luchar contra un “enemigo imposible” como Estados Unidos, tener la
valentía de hacerlo en increíbles condiciones de inferioridad al iniciar
la lucha contra la tiranía de Batista y su ejército armado y entrenado
por Estados Unidos expresa con rotundidad la identidad de Fidel. Por ese
el diálogo del reencuentro en la Sierra Maestra con su hermano Raúl, al
anochecer del 18 de Diciembre, manifiesta de manera insuperable la
fecunda mezcla de voluntarismo e idealismo que caracterizaba a ese
personaje inigualable. Después del tumultuoso desembarco del Granma –un
naufragio, diría el Che, más que un desembarco- transcurrieron más de
dos semanas hasta que Fidel se re-encontrara con Raúl, y he aquí el
diálogo: “¿Cuántos fusiles traes? —le pregunta a su hermano. –Cinco,
responde Raúl. -¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la
guerra!” ¿Quieren alguna reinvención más fiel al espíritu del Quijote en
la época actual? Pero a ese utopismo creativo y eficaz hay que sumarle
una integridad ética y política a prueba de balas, una inteligencia
excepcional, una memoria prodigiosa, un sinfín de lecturas de todo tipo,
un activismo incansable, una curiosidad insaciable, y todo eso nos
permite entender quien era Fidel y por qué su figura marcó con
caracteres indelebles la historia de la segunda mitad del siglo veinte y
se extendió hasta su muerte . Y por qué alguien como yo, que tuvo la
inmensa fortuna de poder conversar con él en varias oportunidades, no
podía sino reconocer la influencia que ejerció sobre mí en un libro como
este.
Tomemos un pequeño descanso si le parece. Volvemos en un momento.
De acuerdo, como quieras.
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