Eric Nepomuceno
La Jornada
Jamás hubo un presidente tan primate en la democracia brasileña.
Hasta los más torpes dictadores militares supieron, a su manera, actuar
con más equilibrio.
De las características que dependen directamente de esa extravagante
personalidad, salta a la vista la ausencia de cualquier articulación con
el Congreso, como con el ala más sensata, o menos enloquecida, de su
gobierno.
Para enturbiar el escenario, en días recientes explotaron escándalos
altamente corrosivos y, a la vez, disputas internas por espacio y poder
que elevaron peligrosamente la temperatura.
Surgieron pruebas de actos ilegales –todas sólidas– involucrando al
ex juez Sergio Moro, que encabeza el Ministerio de Justicia y Seguridad
Pública. Además, se retomó la guerra entre dos facciones internas: la de
los ideólogos comandados a distancia por un astrólogo que se autonombró
filósofo, Olavo de Carvalho, ideólogo de la familia presidencial,
contra la considerada técnica, representada por militares y algunos
ministros específicos.
Bajando en picada (de enero a junio la popularidad, aprobación del
gobierno, cayó 20 puntos, estando debajo de los que lo reprueban), sin
diálogo con el Congreso y enfrentando en un mes tres manifestaciones
masivas populares en su contra, el ultraderechista reacciona agrediendo.
La crisis social sigue en creciente profundización, el año está
perdido para la economía, las proyecciones para 2020 se derriten como un
helado al sol y se refuerzan indicios de que la salida preferida por
los que en última instancia detentan el poder –los militares– será
endurecer, y rápido, frente a la turbulencia.
De los puntos que merecen atención, dos se destacan. Primero: el escándalo Moro.
El sitio The Intercept, encabezado por el periodista
estadunidense Glenn Green-wald, ganador de un premio Pullitzer y
revelador, vía Edward Snowden, de la maniobras de la Agencia Nacional de
Seguridad de Estados Unidos (NSA por sus siglas en inglés) espiando a
Dios y el mundo, sigue goteando datos de conversaciones entre el
entonces juez de primera instancia Sergio Moro y los fiscales acusadores
de Lula.
Ya quedó perfectamente claro que había una colaboración entre Moro y
los acusadores: el juez actuaba como una especie de coordinador del
grupo de fiscales. Aparece indicando pasos para la acusación, y en lo
que se divulgó el viernes 14 llega a dar instrucciones sobre cómo mover a
los medios de comunicación para maniobrar contra el ex presidente.
Bolsonaro sólo fue electo porque Luis Inácio Lula da Silva no pudo
contender. El premio de Moro, quien mandó detenerlo, fue el Ministerio
de Justicia.
Segundo punto clave: las disputas internas entre los olavistas, seguidores del gurú familiar, contra los
técnicos, y el creciente malestar de los militares que integran un gobierno que tiene a un general como vicepresidente.
Olavo de Carvalho suele referirse a los uniformados como enemigos conspiradores, y lo hace en términos que van de
bostas inútilesa
mierda engominada.
Hace poco más de un mes los militares que rodean a Bolsonaro lo
presionaron para que tanto Carvalho como el hijo presidencial Carlos,
concejal municipal de Río, bajasen el tono de sus agresiones en las
redes sociales.
En público, el tono efectivamente bajó. Pero de concreto el viernes
Bolsonaro fulminó a un general en activo, Carlos Alberto dos Santos
Cruz, que encabezaba la Secretaría General de Gobierno de la Presidencia
y era blanco favorito del astrólogo-gurú.
La razón: disputa con Carlos y allegados por el presupuesto destinado
a redes sociales ultraderechistas. Santos Cruz quería imponer un
criterio técnico, Carlos Bolsonaro quería favorecer a sus aliados.
Los militares que integran el gobierno presionaron a Bolsonaro para
que nombrara para el puesto a otro general en activo, Luis Eduardo da
Silva Pereira, quien, a semejanza del vicepresidente y también general
Humberto Mourão, y del jefe del Gabinete de Seguridad Institucional,
Augusto Heleno, es un duro entre los duros.
El viernes pasado Augusto Heleno, en un desayuno con periodistas
junto a Bolsonaro, tuvo un ataque de furia al referirse a Lula da Silva.
Dijo, entre otras cosas, que el ex presidente es un canalla que debería
haber sido condenado a cadena perpetua.
Luego se puso gafas de sol, quizá para que nadie se diera cuenta de la dimensión del odio en su mirada.
Por esos días, y a raíz de las pruebas sobre la conducción arbitraria
e ilegal de Moro en el juicio que mandó a Lula a la cárcel, sin prueba
alguna, el Supremo Tribunal Federal decidirá qué hacer con el preso más
importante de América.
¿Se quitará las gafas de sol el general?
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