La Jornada
Cualquier caracterización del
nuevo presidente de Brasil resulta imprecisa, o llanamente eufemística,
si se omite el adjetivo fascista. Su abierta admiración por los
regímenes militares, su absoluto desprecio por la verdad o la evidencia
científica, su uso de proclamas y símbolos religiosos en agresiva
sustitución de los derechos humanos y las formas institucionales, su
táctica de generar consenso en torno a su figura mediante la
exacerbación del odio y la xenofobia, así como otros efectivos e
inescrupulosos métodos de manipulación de las masas de los que echa
mano, hacen de Jair Messias Bolsonaro la encarnación contemporánea del
flagelo que en la primera mitad del siglo pasado llevó a la mayor
catástrofe humana de la historia.
En su toma de posesión, efectuada ayer en Brasilia en medio de la
aclamación popular a la vez que de un dispositivo de seguridad de
dimensiones nunca antes vistas, el mandatario ultraderechista refrendó
su compromiso con el desmantelamiento del Estado social, con la cruzada
medieval –bajo la especie de un rescate de los
valores familiares– en contra de las mujeres y de todas las manifestaciones de diversidad sexual, y con la imposición de un dogma ultraconservador que califica cualquier disidencia como
sumisión ideológica.
Además de la amenaza que supone para millones de brasileños elementos
del programa de Bolsonaro tales como la derogación casi completa de los
derechos laborales, este ex capitán del Ejército podría convertirse en
uno de los mayores peligros para el planeta entero al compartir con el
mandatario estadunidense, Donald Trump, el escepticismo ante el fenómeno
del cambio climático, al que tacha, a semejanza de su homólogo
estadunidense, de una invención de las izquierdas. En momentos en que la
comunidad internacional cobra plena consciencia de los riesgos del
calentamiento global, la voluntad de Bolsonaro por abrir a la minería y a
la agroindustria la mayor reserva forestal y de biodiversidad del
planeta podría dar al traste con la esperanza de evitar un daño trágico e
irreversible al equilibrio ecológico.
Acaso lo más preocupante del nuevo gobierno brasileño es la altísima
legitimidad social con la que asume el mando de la mayor economía de la
región: no sólo Bolsonaro se impuso con 55 por ciento de los votos en la
segunda vuelta de las elecciones presidenciales en octubre pasado, sino
que las encuestas recientes muestran que 75 por ciento de los
ciudadanos respaldan sus propuestas y mensajes. Si a este respaldo
popular se suma el dominio sobre el Poder Legislativo y la complicidad
anunciada del Judicial, todo indica que la voluntad autoritaria de los
gobernantes se conjugará con la ausencia casi total de resistencias o
contrapesos.
En suma, la llegada de Bolsonaro y el grupo que lo acompaña al
Palacio de Planalto supone una catástrofe en todos los ámbitos para el
propio Brasil, para el conjunto de las naciones latinoamericanas, y de
manera muy probable para el planeta entero. Sólo cabe esperar que el
pueblo brasileño encuentre el camino de vuelta a la cordura y pueda
afrontar la embestida neoliberal con la menor cantidad de daños posible.
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