El año que
comienza vendrá cargado de una serie de contiendas electorales que, sin
dudas, afectarán el equilibrio de fuerzas regional. Argentina, Bolivia,
El Salvador, Honduras, Guatemala y Uruguay tendrán a partir de 2019 un
nuevo presidente.
América Latina en la disputa mundial
Desde
los graves y mundialmente conocidos delitos de lesa humanidad, el
colapso económico que creó el “shock” neoliberal de algunas dictaduras
militares, el planteo “dialoguista” del presidente norteamericano Jimmy
Carter (1977-1981) y la “cruzada por la democracia” de Ronald Reagan
(1981-1989) , el núcleo duro del poder mundial optó por “negociar” y
permitir el juego de la democracia representativa en la región.
Así, entre el totalitarismo de las dictaduras, el genocidio político y
la implementación del capitalismo salvaje , Latinoamérica giró hacia
mediados de los ochenta a una democracia tutelada, con un pueblo
desarmado material y -sobretodo- moralmente. En esas democracias
neoliberales, se permitiría la participación política de los sectores
populares mientras estos no tomen el poder. Fueron épocas donde el
“puntofijismo” y la “piza con champán” justificaban la fiesta para unos
pocos mientras el Pueblo retrocedía en niveles de equidad y justicia.
Eso fue lo que crujió luego de la elección de Hugo Chávez en la
Venezuela de 1999. El cálculo estratégico del poder imperial “falló” en
el escenario de la crisis asiática y de las “punto com”.
Dentro
de las reglas de la democracia representativa, en el inicio siglo XXI,
los pueblos iniciaron profundos cambios estructurales a través de
procesos constituyentes en países como Venezuela, Bolivia y Ecuador. En
otros, como Argentina y Brasil, al menos, se dieron golpes a la
estructura económica (estatización de las AFJP, soberanía sobre el
Presal) que abrieron márgenes crecientes de justicia y reparación social
(Asignación Universal por Hijo, Bolsa Familia, Bono Juancito Pinto, las
Misiones bolivarianas). Por supuesto, e l boom de las commodities
(granos, petróleo, gas y minerales) y la creciente ponderación bursátil
de los denominados países emergentes contribuyeron también con lo suyo.
Algo más que una mera intuición nos señala que se decidió volver a
cerrar los canales de la participación popular. Desde el estallido de la
crisis, en 2008, ese mismo núcleo duro del poder económico mundial
pareciera haber optado sacar del escenario regional ese proceso de
empoderamiento popular y transformación social.
Aún los
movimientos más “tímidamente” reformistas, que construyeron una
alternativa al “consenso de Washington”, se convirtieron en una molestia
para la oligarquía financiera global , los Estados imperialistas y las
corporaciones “nacionales”. El reciente intento de desconocimiento de
Nicolás Maduro, asumido con el 67% de respaldo electoral venezolano, es
todo un indicativo de lo lejos que están dispuestos a llegar.
La contraofensiva inició con el golpe en Honduras en junio de 2009 a Mel
Zelaya –que culminaba su presidencia tan sólo siete meses después-, y
en Paraguay en 2010 a Fernando Lugo –con apenas 14 meses de mandato por
delante-.
El ataque abordó primero las “periferias” del
ciclo progresista para avanzar luego sobre el “corazón” de la
construcción “posneoliberal”.
En el caso argentino, se hacen
cada vez menos creíbles las explicaciones que sostienen que las acciones
judiciales a favor de los “fondos buitres” fueron tomadas aisladamente
por un anciano senil como el juez Thomas Griesa.
Visto en
retrospectiva, tal decisión pareciera una nota en la partitura
destituyente, que incluyó el diálogo y el empoderamiento de las
principales figuras de la oposición argentina, articuladas luego en la
“Alianza Cambiemos” a partir de una cuidada ingeniería electoral (uso de
las elecciones internas PASO) y de mercadeo (con “Cambridge Analytica”
operando).
En Brasil, la estocada fue “más sencilla”. Ni aún en
su mejor momento político y electoral, el PT obtuvo más de un quinto de
la representación parlamentaria total, y la construcción del frente
oficialista incluía a figuras de intachable vocación neoliberal como el
vicepresidente Michel Temer, artífice principal, junto al juez Sergio
Moro, del ascenso del denominado “ fascismo del siglo XXI ” en el país
más importante de la región.
Algo similar pareciera que ocurrió
en Ecuador tras la asunción de Lenin Moreno y el rápido “transformismo”
de parte de la dirigencia política del país meridional.
La elección del camino
Cuando
en los cincuenta y los sesenta se cerraron los espacios legales de
lucha, la respuesta popular fue la insurrección de masas y la lucha
armada. En el naciente siglo XXI, ¿cuál es el nuevo método de lucha que
se va a configurar en el campo popular latinoamericano tras el relativo
reflujo del ciclo popular?
¿Es la vía armada? No, puesto que
resulta irracional plantear un “pueblo en armas” ante el diferencial
estratégico que otorgan las tecnológicas de la información y la
comunicación en las manos de los gobiernos de la derecha.
¿Es
la vía democrática? Si, pero en un sentido radical, bien distinto al que
orienta hoy a la caduca democracia representativa occidental, llamada a
perecer en la región por tres grandes factores: la captura del Estado
por parte de los sectores nativos vinculados a la oligarquía
transnacional, la emergencia de ese “fascismo del siglo XXI”, y el modo
analógico de organización de ese concepto de democracia en un mundo que
ya gira a velocidad digital.
Pese a mantenerse fuerte en el
control de algunos gobiernos, y de no abandonar las calles en muchos
otros, el campo popular latinoamericano atraviesa, como dijimos, un
momento de reflujo relativo.
En ese escenario, ¿qué significación tiene el momento electoral del 2019? Y más radicalmente, ¿hay 2019?
La respuesta es sí, y no sólo porque el calendario gregoriano
indefectiblemente marche hacia adelante. La política es economía
concentrada, y el momento electoral es un momento de realización de la
fuerza política que cada proyecto enlaza y acumula socialmente.
¿Esto alcanza? Evidentemente no. Si las construcciones políticas
convierten a las elecciones en su objetivo central, y no en una batalla
más (relevante, pero una más), se anulan las posibilidades de comprender
que las disputas políticas (y estratégicas) en la actual fase del
capitalismo son mucho más complejas que las que se libraron hace 20 años
atrás y posibilitaron la llegada de los sectores populares a posiciones
de gobierno.
Paula Gimenez y Matías Caciabue son investigadores argentinos del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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