En
los años ’80 el mundo quedó de rodillas a las ideas del neoliberalismo
y, con ello, la privatización y minimización del Estado se extendería
como un tifón por América Latina y otros países en desarrollo. Nada se
salvó: el transporte, la electricidad, el agua, la educación y muchos
otros sectores sucumbieron a estas ideas. Dentro de esta tendencia, la
privatización del sistema de pensiones fue uno que cobró especial
importancia, tanto por su novedad como por lo arriesgado de la empresa:
nadie sabía qué consecuencias podría traer. A pesar de aquello, el Banco
Mundial (BM)[i],
el Fondo Monetario Internacional (FMI), la USAID, el Instituto Cato y
otros organismos se embarcaron en una cruzada privatizadora para
solucionar la “crisis” de las pensiones, quitarle un peso al Estado y,
de paso, generar un jugoso negocio a las élites financieras que
lucrarían con los ahorros de los trabajadores.
Sería un salto al vacío; un experimento
nunca antes emprendido. Como en todo experimento, aquellos más débiles
fueron por delante. El Chile de Augusto Pinochet fue la primera
experiencia y, desde ese momento —entre el año 1981 y 2014—, 30 países
han privatizado total o parcialmente su sistema de pensiones. De ellos,
14 fueron de América Latina, 14 de Europa del Este o la antigua Unión
Soviética y 2 de África. Por el contrario, al día de hoy ningún país
desarrollado —exceptuando Suecia— tiene privatizado el tronco central de
su sistema de pensiones.
Al mudar del sistema público —de caja
común— hacia la capitalización individual, los trabajadores dejaron de
ser ahorristas con un beneficio definido y se convirtieron en
“inversionistas” desinformados, obligados aportar sin certeza del rédito
que recibirían en el futuro, siempre al vaivén de los riesgos del
sistema financiero internacional. El neoliberalismo llevo a la sociedad a
firmar un cheque en blanco.
Después de casi 40 años hay suficiente
evidencia para saber qué ocurrió. Investigaciones recientes documentan
el fracaso rotundo de las pensiones privadas en estos países (Ortíz et al. 2018).[ii]
El experimento resultó tan mal que, de los 30 países señalados, 18 han
revertido la privatización y muchos otros han tenido que introducir
reformas para poder sostener el descontento social (Ortíz, 2018). El
Banco Mundial ya no la recomienda, ha dejado de hablar de ésta, su
agenda institucional ha abandonado la privatización de las pensiones y
ha minimizado el equipo dedicado a dicha tarea. A pesar de aquello, ni
los diarios, revistas o analistas hablan de su fracaso. De hecho, el
Instituto Cato sigue saliendo en su defensa quitando responsabilidad al
modelo, como siempre, y entregándolo a los individuos o a las
circunstancias. Esta omisión intencionada del fracaso hace que las
presiones nacionales por la privatización sigan vigentes, peor aun en
América Latina donde las ideas de libre mercado vuelven a florecer y
existen dificultades para financiar los programas sociales. Revisemos
qué es lo que ofrecieron los privatizadores y qué, efectivamente, pasó.
¿Qué promesas que llevaron a la privatización?
La base discursiva que sustentó la
privatización fue que los viejos sistemas de pensiones estaban en una
“crisis” sistémica e inevitable. El famoso epitafio “la crisis de la
vejez” acabaría siendo tan poderoso en el debate público, y tan grande
la pereza de los gobiernos neoliberales por cambiar la situación, que la
privatización fue declarada como la única opción. Orestein (2008)[iii]estimó
que el 76% de los proyectos impulsados por los organismos
internacionales llegaron a concretarse en leyes de privatización de
pensiones gracias a un coctel de multimillonarios préstamos, softwares
de simulación, capacitaciones, eventos, publicaciones y una estrecha
cercanía y asesoramiento a los ministros de Finanzas.
En general, aseguraban que la
privatización era una solución de raíz al envejecimiento poblacional. En
específico, afirmaban que corregiría los siguientes problemas:
- La baja tasa de cobertura de la seguridad pública dejaba a grandes porciones de la población por fuera del sistema y lo hacia insostenible en términos financieros. Con los incentivos correctos de mercado, las tasas de cobertura se incrementarían haciendo sustentable al sistema.
- La pensión pública era una porción muy baja del salario de referencia (capacidad adquisitiva) —tasa de remplazo —. Esto cambiaría, ya que al ser individual la capitalización, habría mayores tasas de afiliación, contribuciones y rendimientos.
- La injusticia y el atentado contra el esfuerzo personal que traía el sistema de caja común serían solucionados con la cuenta individual, pues incentivarían el ahorro y, por ende, un mejor rendimiento de la pensión en la vejez. Con una caja individual cada uno ganará lo que contribuya y así se estimularía el ahorro, la inversión y el crecimiento.
- La presión sobre la caja fiscal hacía que el Estado se encontrase, supuestamente, en un estado de “asfixia” para cubrir las pensiones. Esto se reduciría al momento de pasar al sistema privado, sin que dicha transición sea tan costosa.
- Los costos administrativos de manejar el sistema público eran excesivos producto de la ineficiencia del monopolio estatal y, por lo tanto, con un sistema privado los costos se reducirían como consecuencia de la competencia entre diferentes administradoras de fondos de pensiones (AFP).
- El sistema público de pensiones era un “botín” político, y la seguridad estaba capturada por intereses que no garantizaban resultados y rentabilidad para los ahorros. Esto cambiaría producto de la virtud más grande de lo privado: el interés individual coincide con el interés colectivo.
- Finalmente, la privatización traería un objetivo colateral, no menos importante, como el aumento del ahorro y el desarrollo de un sistema financiero más maduro que ayude a financiar las grandes tasas de inversión que todos los países en desarrollo demandaban para transformar su estructura social. Qué mejor para lograrlo que con una caja privada de ahorro de los trabajadores.
Para que estos objetivos se cumplieran
debíamos confiar en el milagroso e inmaculado rol del mercado. En este
marco, obviaron que el sector privado se enfrenta a las mismas fuerzas
corrosivas institucionales y culturales que el sector público afronta
día a día. El supuesto más grande del neoliberalismo es que el privado
enfrenta un contexto institucional y de incentivos totalmente diferente
al público. Eso no ocurrió, y las experiencias de renacionalización de
otros servicios públicos lo demuestran (Kishimoto, 2015; Hall, 2012). A
pesar de lo riesgoso que resultaba la privatización de las pensiones, se
llevó a cabo en muchos países y hoy se ven las consecuencias.
¿Qué ocurrió?
La tasa de cobertura (porcentaje de
afiliados de la fuerza laboral) se redujo o se estancó después de la
privatización en la mayoría de los países. En Argentina pasó de 46% a
35% entre 1993 y el año 2002. En Chile cayó de 64% en 1980 a 61% en
2007. En Bolivia (12%) y Colombia (28%) las tasas se estancaron después
de la privatización. Mesa-Lago (2004)[iv]
concluye que, en promedio, en 9 países de América Latina la tasa
decreció de 38% antes de la privatización a 27% para el año 2002, cuando
se realizó el cálculo.
Con respecto al beneficio que reciben
los pensionistas, la tasa de reemplazo sufrió un duro revés desde la
privatización, y en muchos casos ha caído por debajo de la tasa de
remplazo mínima del 40% que dictamina la Convención 128 de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT) del año 1967. Después de la
privatización, Bolivia alcanzó una tasa de remplazo del 20% de salario
promedio. En Chile las proyecciones para 2025-2035 indican que la
pensión mediana alcanzará tan solo el 15% del ingreso de referencia
(Comisión, 2015)[v].
Tan mala es la situación en Chile que el Estado tuvo que crear en una
pensión solidaria financiada por todos los chilenos. La privatización
ofreció ser la solución, pero en la práctica entrega pensiones de
miseria.
Otra de las justificaciones era que la
capitalización individual estimulaba el ahorro y aseguraba que el Estado
no atente contra el mérito: quien más contribuye tiene derecho a
recibir más pensión. Esto descuidaba dos aspectos de la equidad y de la
realidad de la estructura socioeconómica: primero, hombres y mujeres no
se insertar en forma homogénea al mercado laboral y, segundo, no todos
pueden aportar por igual. En el primer caso, la equidad de género fue
seriamente herida y la inequidad para las mujeres se exacerbó. El
sistema privado exigió un mayor número de contribuciones para acceder a
una pensión mínima, lo cual afecta desigualmente a las mujeres que han
tenido históricamente menos oportunidades en el mercado laboral y
cotizan menos años. En muchos países se suprimieron los mecanismos de
equidad del sistema público como, por ejemplo, reconocer el tiempo por
cuidado de los hijos. En Bolivia la proporción de mujeres que reciben
una pensión contributiva cayó de 23% a 12% entre 1995 y 2007. En cuanto
al segundo aspecto de la equidad, los sistemas públicos garantizaban
transferencias entre empleadores y empleados, entre los más aptos y
saludables con los que menos y, sobre todo, entre ricos y pobres. Esto
se pierde por principio en la cuenta individual. La privatización
desconoce el escaso poder adquisitivo que impide a todos ahorrar y, en
vez de culpar a los bajos salarios, echó la culpa al Estado.
Siempre se supo que el cambio hacia la
privatización tenía inmerso un costo de transición para el Estado por
dos fuentes: (i) éste debía garantizar la pensión de aquellas personas
que estaban en el sistema público y (ii) el cambio abrupto de los
actuales cotizantes del sistema público al privado generaba un déficit
en el sistema público que, al fin de cuentas, debía ser pagado por la
caja fiscal. Cuando se prometió la privatización se dijo que este costo
no sería demasiado alto. No fue así. Para Bolivia se dijo que la
transición costaría 0.2% del PIB y en realidad costó 1,7%, 8 veces más.
En Argentina se dijo que sería 0.2% del PIB y fue 3,6%, 18 veces más que
lo proyectado. En Chile representa, hasta ahora, el 4,7% del PIB. Esta
mala proyección causó presión en los presupuestos y fue una de las
razones por las que el Estado regresó la vista a la estatización de las
pensiones en algunos países de América Latina y Europa. Cosas similares
ocurrieron en Polonia y Hungría.
Otro de los costos que prometieron ser
minimizados eran los costos administrativos. El Estado “obeso” era un
monopolio ineficiente. Al dejar que entren al mercado varias AFP
traerían la competencia necesaria para minimizar los costos. La tabla 1
muestra lo que ocurrió:
Fuente y elaboración: Ortiz (2018)
La evidencia es categórica: todos los
costos aumentaron luego de la privatización. La experiencia ha
demostrado que el sector privado no es más eficiente. El discurso de la
eficiencia siempre es un discurso corrosivo de las instituciones
públicas. Se demuestra, nuevamente, que la ineficiencia fue sólo una
justificación para lucrar con los ahorros de los trabajadores. El
mercado no garantiza, necesariamente, que exista una minimización de los
costos. De hecho, lo que pasó es que un mercado oligopólico privado dio
paso a abusos y cobros excesivos hacia los afiliados en casi todos los
países. Durán-Valverde y Pena (2011)[vi]estiman
que en México y Costa Rica los miembros deben cancelar en costos
administrativo un valor equivalente a 5 años de contribuciones.
Finalmente, el experimento de las
pensiones no logró un efecto sustancial en el ahorro ni tampoco
solucionó la gobernanza “perversa” que existía en el sistema público. Lo
que pasó es que el privado siguió coludiendo y velando por los
intereses de los dueños de las AFP y no en el interés de los cotizantes y
pensionistas. Argentina es un buen ejemplo de ello: en el año 2000 la
supervisora de las AFP se puso de acuerdo con el Gobierno para cambiar
de dólares a pesos e invertir los fondos en instrumentos financieros. El
fondo perdió dos terceras partes una vez el peso argentino se devaluó.
Una conclusión sin punto final
La privatización de las pensiones fue un
ensayo mal logrado. La evidencia es categórica en ello y todo lo que
prometió el neoliberalismo no se cumplió. Después de esta experiencia,
¿todavía hay ganas de avanzar en la privatización? Parece que la
anacrónica burguesía, en países como Ecuador, quiere quedarse con los
ahorros de los trabajadores. En otros países como Perú, Chile o México
éstas no quieren reconocer el fracaso.
[i] Banco Mundial. (1994). “Averting the Old Age Crisis: Policies to protect the old and promote growth”.
[ii] Ortíz
I., Durán-Valverde, F., Urban, S., Wodsak, V. y Yu, Z. (2018).
“Reversing Pension Privatization: Rebuilding public pension systems in
Eastern European and Latin American countries (2000-18)”. ESS – Working
Paper No. 63, International Labor Office.
Mesa-Lago, C. (2014). “Reversing
pension privatization: The experience of Argentina, Bolivia, Chile and
Hungary”, ESS Extension of Social Security, Working Paper No. 44.
[iii] Orenstein,
M. A. 2008. Privatizing Pensions: The Transnational Campaign for Social
Security Reform (Princeton, NJ, Princeton University Press).
[iv]
Mesa-Lago, C. 2004. An appraisal of a quarter-century of structural
pension reforms in Latin America. CEPAL Review 84, December 2004
(Santiago de Chile, UN ECLAC).
[v] http://www.comision-pensiones.cl/Informe_final_CP_2015.pdf
[vi] Durán-Valverde,
F.; Pena, H. 2011. Determinantes de las tasas de reemplazo de pensiones
de capitalización individual: escenarios latinoamericanos comparados.
Serie seminarios y conferencias No. 64 (Santiago de Chile, UN ECLAC).
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