Alejandro Nadal
La reunión semianual
del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en Washington, la
semana pasada, podría pasar a la historia como la velada del funeral de
la globalización neoliberal. Como en esas ocasiones, los discursos en
memoria del difunto se suceden como colecciones de aburridos panegíricos
fúnebres. Pero por más conjuros que se pronunciaron sobre los despojos
mortales de la globalización neoliberal, el cadáver insepulto no quiso
resucitar.
Ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales tuvieron que
afrontar una larga serie de indicadores macroeconómicos negativos. No
sorprende entonces que las estimaciones sobre crecimiento global que ha
realizado el Banco Mundial se sitúen en el rango de 2 por ciento.
Proviniendo de alguien tan sesgado en favor de los beneficios que
atraería la globalización neoliberal, esos datos constituyen una señal
de que las cosas no andan bien en la economía mundial. Otro indicador
contundente es que las economías de los llamados mercados emergentes
experimentarán tasas de crecimiento de 0.4 por ciento debido al colapso
en el precio de las materias primas. O sea, estamos en medio del
estancamiento.
Para empezar, la Organización Mundial de Comercio (OMC) reveló que el
comercio internacional crecerá este año a la tasa más baja desde 2007.
El volumen de comercio apenas crecerá 1.6 por ciento. Ese anuncio hiere
también el punto de honor de la OMC porque en abril de este año el
pronóstico de crecimiento era de 2.8 por ciento. Y dentro de este
panorama desagradable sobresale un dato alarmante: las importaciones de
las 20 economías más importantes del mundo como proporción de su
producto interno bruto se han reducido durante los últimos cuatro años.
Los esfuerzos por consolidar nuevos acuerdos comerciales para cubrir
macroregiones (como la cuenca del Pacífico o el Atlántico norte) se han
enfrentado a obstáculos insospechados. En el caso del acuerdo para el
Atlántico norte es posible que el freno que impuso Francia hace un mes
sea el coup de grâce.
El volumen de inversión extranjera directa (IED) en las economías
ricas del planeta (el G-20) apenas alcanzó la suma de 646 mil millones
de dólares (mmdd) en 2015. Esa cifra es 40 por ciento inferior al monto
más alto registrado antes de la crisis. El riesgo y la incertidumbre
siguen siendo determinantes para la IED, pero los flujos de capital de
corto plazo (inversiones de cartera) también siguen sufriendo el impacto
de un entorno incierto y volátil.
Las menores tasas de crecimiento se traducirán en mayor presión en el
mercado laboral y problemas por el lado de los ingresos fiscales. El
actual presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kin ha señalado que el
crecimiento económico es el motor más importante para reducir la
pobreza. Ese enunciado habría que examinarlo con mayor detenimiento,
pero una cosa es certera: el mal desempeño de la economía mundial
organizada todavía alrededor de la política económica neoliberal no
significa nada bueno para la realización de las metas del desarrollo
sustentable. Por lo mismo, para el cónclave en Washington la prioridad
número uno es promover el crecimiento económico y romper este ciclo
depresivo que ya dura demasiado.
¿Cómo proponen los jerarcas de la política económica salir del
estancamiento? Una buena síntesis del tipo de propuestas es lo que
ofrece Agustín Carsterns, presidente del Comité Monetario y Financiero
Internacional (organismo del FMI) y gobernador del Banco de México. Sus
recomendaciones se reducen a tres. Primero, mantener la política
monetaria acomodaticia en las economías avanzadas. Segundo, utilizar la
política fiscal cuando sea posible. Tercero, seguir avanzando en las
reformas estructurales. Pero la política monetaria no ha podido
reactivar el crédito por el excesivo endeudamiento. En materia de
política fiscal la austeridad ha sido el dogma dominante. Y las reformas
estructurales se refieren a seguir por el rumbo de la política
neoliberal que dio como resultado la crisis global. Los altos
funcionarios del FMI no acaban de entender la naturaleza de la crisis
que hoy está hundiendo a la economía mundial en el estancamiento.
La crisis de deflación que hoy presenciamos es resultado de poderosas
inercias derivadas del súper endeudamiento que mantuvo artificialmente
los niveles de crecimiento del decenio anterior a la crisis. Los niveles
de endeudamiento a escala macroeconómica son extraordinarios y se
sitúan en el orden del 225 por ciento del PIB mundial. Unas dos terceras
partes corresponden al sector privado (hipotecas y préstamos
corporativos). Es evidente que estamos frente a un círculo vicioso en el
que el estancamiento hace difícil que los agentes paguen sus deudas,
pero el excesivo endeudamiento conduce a un freno en la demanda y la
inversión. Hay que añadir que los episodios de volatilidad estarán
agravando esta situación en los próximos años. La crisis deflacionaria
se traduce en lo que ya se está comenzando a llamar la Larga Depresión.
Habría que organizar una última gran fiesta de despedida de lo que fue
la globalización neoliberal.
Twitter: @anadaloficial
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