David Brooks
La Jornada
Donald Trump, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, convocó sorpresivamente ayer a mujeres que han acusado al ex presidente Bill Clinton de acoso sexual, horas antes del debate con la demócrata Hillary Clinton.
Estas cuatro valientes mujeres (de izquierda a derecha: Kathleen Willey, Juanita Broaddrick, Kathy Shelton y Paula Jones) han pedido estar aquí, dijo Trump en San Luis, sede del debate. Ninguna de las acusaciones es nueva. Bill Clinton nunca fue acusado en ninguno de los casos y arregló una
demanda por acoso sexual con Paula Jones por 850 mil dólares, sin disculpas ni admisión de culpabilidad. La campaña de Clinton respondió que se trata de un
ardid publicitarioen una
destructiva carrera hacia el fondoFoto
Este es un país donde políticos pueden anunciar, promover u ordenar guerras que matan a miles, calificar de
violadoresy
asesinosa todos los mexicanos, deportar comunidades enteras, torturar, desaparecer y detener de manera indefinida a cualquier extranjero, vigilar de manera ilegal a la población entera, envenenar las aguas de pueblos enteros, permitir que uno de cada seis niños en el país más rico del mundo padezca hambre, dejar impune el asesinato de civiles desarmados por la policía, pero aparentemente esos mismos políticos no pueden tocar el tema del sexo, ni para bien o para mal, en público.
A veces es difícil entender dónde está esa línea que no se puede
cruzar y a diferencia de muchos otros países, aquí todo político tiene
que pretender que es una persona ética y moral, aun cuando nadie les
cree. Más aún, como se exhibió esta semana, esto puede llegar al absurdo
de que hombres en la política que llaman a respetar a las mujeres y que
denunciaron las declaraciones de Donald Trump sobre su agresión sexual
–dijo que cree que puede tocar donde quiera y cuando quiera a cualquier
mujer– son los mismos que violan el fundamental derecho de una mujer a
decidir sobre su propio cuerpo. Casi todos los políticos republicanos
que condenaron a su abanderado por su falta de respeto a las mujeres se
oponen al aborto y, más aún, han promovido limitar e incluso anular
servicios de salud para mujeres por todo el país.
Las declaraciones de Trump en una grabación difundida por el Washington Post el
viernes pasado podrían ser el último clavo en el ataúd de su campaña
política, pero nadie puede fingir que fue sorprendido; el
multimillonario tiene una larga historia repugnante de trato verbal y
físico hacia las mujeres (sin hablar de sus declaraciones antimigrantes,
racistas, xenófobas, sus propuestas anticonstitucionales, incluyendo
más tortura, sus burlas hacia los descapacitados y veteranos de guerra, y
más).
Pero estas declaraciones de hace una década, reveladas el viernes, aparentemente fueron too much. Aunque Trump primero insistió en que sus palabras no eran más que
plática de vestidorentre hombres, o sea, algo común, Trump no estaba hablando de su gran poder de seducción o de sus conquistas sexuales, sino que, literalmente, estaba describiendo que había cometido y deseaba cometer actos de agresión sexual, alabando su poder para hacerlo.
Un activista político veterano aquí explicó que “ una cosa es decir
que todos hablamos de cómo deseamos a una mujer atractiva… pero otra muy
diferente es lo que dijo Trump: forzar a una mujer a hacer lo que
queremos; los cuates no hablan así, eso es hablar de violacion sexual”.
Pero entonces ¿sí se puede hablar de deportaciones y de dividir
familias, de bombardear aldeas donde mueren mujeres y niñas, de pintar
como amenaza a toda una fe religiosa y más, pero eso no descalifica a un
político aquí?
Pues sí, a fin de cuentas estamos en un país imperialista, puritano y racista, resume un veterano del movimiento de derechos civiles y políticos de los latinos. Explica que esos son
extranjeros, que esta superpotencia se adjudica el derecho a bombardear y matar cualquier país o fuerza que considere una
amenaza, y que todo eso es
moralmente justificadopor los políticos. Además, todos esos no votan, explicó otro observador.
Otros señalan que este escándalo no es un asunto moral, sólo
está disfrazado de moral. Afirman que es mucho más sencillo y se reduce a
aritmética nada más: las mujeres son más de la mitad del electorado y
en las últimas elecciones presidenciales representaron 53 por ciento del
voto emitido.
Por lo tanto, todo esto no tiene que ver con el
respetoa las mujeres, sino evitar el suicidio político de un candidato o de un partido entero.
Aunque la farsa moral es espectacular, es más curiosa aún la aparente
necesidad de mantener la obra en pie. Desde la amante esclava de
Jefferson a John Kennedy y Marilyn Monroe, a los juegos sexuales del
presidente Bill Clinton en la Casa Blanca, pasando por una historia
maravillosamente perversa de un desfile de políticos y figuras
religiosas de gran influencia política y otros que se presentaron como
los defensores de los
valores familiares(o sea, la homofobia, antifeminismo y más) que finalmente se colgaron por su propia soga moralista al ser descubiertos en todo tipo de aventuras sexuales, algunas criminales.
Este domingo, Trump respondió a todos los líderes y políticos de su partido que lo denunciaron en estos dos días:
Tantos hipócritas con aires de superioridad, escribió en un tuit, afirmando que no necesitará del apoyo de ellos para ganar la elección. En lo primero tiene razón, y lo segundo aún no está descartado.
La violencia sexual, sobre todo contra mujeres en Estados Unidos, es
espeluznante. Cada 109 segundos un estadunidense sufre un asalto sexual,
y cada 8 minutos esa víctima es un menor de edad. Una de cada 6 mujeres
ha sido víctima de una violación sexual o un intento de violación,
según estadísticas de RAINN, la organización nacional contra la
violencia sexual en este país, y datos oficiales del gobierno.
Que un candidato a la presidencia sea una de las caras de las
estadísticas en este tipo de agresiones y violencia contra las mujeres,
es obviamente repugnante y espantoso.
Pero hay muy pocos entre la clase política, incluida la contrincante
de Trump, que pueden atreverse a ser jueces de la moralidad. Y ese es el
gran problema que se está exhibiendo en esta elección. Más aún, tal vez
lo más escandaloso de todo es que los políticos se atrevan a usar la
palabra
moral.
Tal vez debería haber una moratoria sobre el uso de esa palabra entre
la clase política, por ahora. Sería un alivio tanto para ellos como
para todos los que tenemos que escucharlos.
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