Ángel Guerra Cabrera
La retención en Panamá
de casi 4 mil migrantes cubanos, cifra que va en ascenso, ha prolongado
la crisis política creada en noviembre pasado, cuando ocurrió algo
parecido en Costa Rica, y amenaza con empeorarla. En aquella ocasión el
problema pareció solucionarse cuando El Salvador y Guatemala propiciaron
el tránsito terrestre y aéreo de los viajeros a México, en ruta hacia
Estados Unidos. Los tres gobiernos declararon que la medida era
excepcional y no se repetiría. Por su parte, Costa Rica cerró su
frontera con Panamá mediante un fuerte contingente policiaco y así
continúa. Lo mismo ocurre con Nicaragua, que lo había hecho antes.
Sin embargo, los hechos han demostrado que aquella salida fue sólo un
paliativo, pues la causa principal de la crisis sigue vigente. Dígase
lo que se diga, la Ley de Ajuste Cubano, promulgada por Estados Unidos
en 1966 con fines desestabilizadores contra Cuba, es un estímulo
permanente a la emigración irregular, insegura y desordenada de sus
ciudadanos hacia ese país.
Costa Rica ya volvió a sufrirlo a mediados de abril cuando más de mil
cubanos irrumpieron por la fuerza en su territorio desde Panamá y su
gobierno debió devolverlos al país vecino que, curiosamente, conserva
abierta su frontera.
San José convocó a una reunión para intentar una solución a la
crisis, a la que asistieron vicecancilleres de todos los países
centroamericanos, excepto Nicaragua, además de Ecuador, México y Estados
Unidos. Allí quedó claro que Costa Rica –al igual que Nicaragua–
mantendría el cierre de su frontera sur y que México no estaba dispuesto
a aceptar de nuevo migrantes irregulares cubanos en tránsito al vecino
del norte, de modo que las autoridades de San José formularon una
declaración, que entre otros puntos afirmaba:
las diversas normativas de Estados Unidos que promueven y dan privilegios para el ingreso a ese país, incitan a la migración cubana irregular, constituyen un incentivo perverso a la migración y favorecen las condiciones para el tráfico ilegal de personas. Una sentencia que podía haber suscrito la cancillería cubana.
Como esta otra sobre el mismo tema contenida en un editorial de The New York Times:
los privilegios migratorios únicos de que gozan los cubanos comienzan a crear problemas a Estados Unidos y a otros países, que en contraste tratan de manera severa a los migrantes de los demás países, incluyendo niños. El rotativo agregó que la aplicación de la Ley de Ajuste Cubano es un obstáculo en el proceso de normalización de relaciones con Cuba y que si el Congreso no hace algo, Obama posee facultades ejecutivas para abstenerse de aplicarla.
Imaginemos qué ocurriría si Estados Unidos decretara una ley
semejante para mexicanos y centroamericanos, que les permitiera libre
entrada en ese país por vía terrestre, les otorgara permiso de trabajo
automático, facilidades para establecerse y derecho a la residencia.
A la vez que sometida a un bloqueo criminal, principal obstáculo a su
desarrollo económico, Cuba sufre las consecuencias de esa otra agresiva
norma estadounidense hace medio siglo. Incluso después del
restablecimiento de relaciones con la isla y de cierto alivio a la
asfixia decretado por Obama. ¿Por qué Washington no otorga un número
mucho mayor de visas a cubanos? ¿O es que mantiene el desaforado empeño
en promover que ingresen irregularmente a su territorio para
desacreditar a Cuba?
La prolongación de esas medidas punitivas por el
norte revuelto y brutalle hacen un grave daño a la isla en un momento en que experimenta un cambio de modelo económico dentro del ideal socialista, sin haberse desprendido todavía totalmente del modelo anterior ni haber madurado el nuevo.
Pero si el gobierno de Panamá –como hicieron los de Costa Rica y
Nicaragua– hubiera cerrado su frontera al tráfico de cubanos, se habría
podido evitar la prolongación de esta crisis, que suscita muchas dudas
sobre su conducta. Encima de los miles de dólares per cápita que deben
invertir los isleños para llegar por avión a Sudamérica y en traficantes
para llegar hasta el istmo, ¿quién paga allí por albergarlos,
alimentarlos y ofrecerles atención médica durante meses, en contraste
con el maltrato, abusos y vejámenes prodigados a otros migrantes?
Al parecer la vicepresidenta y canciller panameña Isabel De Saint
Malo sostiene relaciones cercanas en extremo dentro del gobierno de
Estados Unidos y funcionarios de ese país conservan estrechos vínculos
con la contrarrevolución de Miami. ¿Será?
Twitter:@aguerraguerra
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