Marcos Roitman Rosenmann
La conciencia del
pueblo chileno ha sido rota en mil pedazos, sometida a un proceso
selectivo de reconstrucción de su memoria reciente, ante el surgimiento
de una historia maniquea y ciertamente espuria. Es una nueva historia,
cuyo comienzo se produce el 11 de septiembre de 1973, fecha del golpe de
Estado que derrocase al gobierno constitucional y democrático de la
Unidad Popular y su presidente, Salvador Allende. No existe un antes, no
hay forma de explicar por qué y cómo emerge el putsch militar.
A lo más, se ha llegado a señalar que el gobierno de Salvador Allende
fue un gobierno marxista, obstinado en imponer una dictadura comunista
ajena a la idiosincrasia del pueblo chileno. Asimismo, sus dirigentes
habían llevado al país al caos económico, donde las protestas, las
huelgas, la violencia, el odio y la falta de gobernabilidad hicieron
insostenible la vida diaria. En otros términos, el país zozobraba. Por
consiguiente, los buenos chilenos, armados de valor y compromiso,
decidieron llamar a las fuerzas armadas para evitar la desarticulación
de la chilenidad, diluida en una ideología extranjera y totalitaria. La
traición política desapareció del relato. No hay responsables de haber
orquestado un golpe militar y levantado sobre las estructuras
democráticas la tiranía más brutal que ha conocido Chile desde su
independencia hasta nuestros días. Miles de desaparecidos, uno de cada
cuatro chilenos fue detenido, preso, torturado y víctima de violación de
sus derechos humanos y del habeas corpus.
Quienes lo vivieron y sufrieron saben de qué se habla. Para aquellos
que solamente han tenido conocimiento mediante el relato oficial, su
imaginario considera el periodo que va desde el 11 de septiembre de 1973
hasta la entrega del gobierno a Patricio Aylwin, en 1990, una etapa de
luces y sombras; es decir, una dictadura que presentó aspectos positivos
y negativos. Entre los primeros, se argumenta, situó a Chile en el
umbral de la economía de mercado, en la avanzadilla de la globalización y
los procesos de reforma política que hoy se dan en el mundo occidental.
Nuevamente recuerdo las palabras del principal colaborador de Patricio
Aylwin y presidente de la Democracia Cristiana, ex ministro de
Exteriores del gobierno de Bachelet, en su primer mandato, Alejandro
Foxley, en 2000: “Pinochet realizó una trasformación sobre todo en la
economía chilena, las más importante que ha habido en este siglo. Tuvo
el mérito de anticiparse al proceso de globalización que ocurrió una
década después, al cual están tratando de encaramarse todos los países
del mundo: descentralizar, desregular, etcétera. Esa es una contribución
histórica que va a perdurar por muchas décadas en Chile y que quienes
fuimos críticos con algunos aspectos de ese proceso en su momento, hoy
lo reconocemos como un proceso de importancia histórica para Chile, que
ha terminado siendo aceptado prácticamente por todos los sectores.
Además, ha pasado el test de lo que significa hacer historia,
pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien,
no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la
historia de Chile en un alto lugar”.
Entre los aspectos negativos, para conseguir tales objetivos, es
decir, sentirse orgulloso de ser chileno globalizado, hubo que pagar un
costo en sangre, la violación de los derechos humanos y ciertos actos
que es mejor olvidar. En cualquier caso, se dirá, es un costo asumible;
sus repercusiones pueden mitigarse mediante leyes de amnistía, perdón y
la creación de chivos expiatorios. Así, se invierte la relación entre
los perseguidores y las víctimas, exonerando al resto de responsables de
las causas objetivas que produjeron el asesinato, la tortura, la
represión; que, en definitiva, promovieron, alentaron y planificaron la
muerte de la democracia en Chile, mediante el golpe de Estado. La culpa
se transfiere a unos pocos, mientras los verdaderos responsables son
liberados de su responsabilidad, bajo una reprimenda a los torturadores,
sobre los que recae toda la culpa, chivos expiatorios en los cuales el
poder se ceba de manera violenta, y que durante un tiempo agita como
demostración de una vuelta a la normalidad política, mecanismo para
restablecer el orden comprometido y perturbado. Así, al chivo se le hace
responsable de todos los males públicos y deja libres de polvo y paja
al resto de criminales; un símbolo que redime del pecado original. Qué
mejor ejemplo que Federico Willoughby, a la sazón primer portavoz de la
tiranía militar, y que en 1990 se trasformó en el asesor principal de
Patricio Aylwin y casi su secretario personal. El chivo expiatorio había
liberado a ambos de toda responsabilidad. No olvidemos las palabras de
Aylwin nada más producirse el golpe:
Nosotros tenemos el convencimiento de que la llamada vía chilena al socialismo (...) estaba fracasada; por eso, ellos se aprestaban, a través de una organización de milicias armadas (...) a dar un autogolpe (...) En estas circunstancias, pensamos que la acción de las fuerzas armadas salvó al país de una tiranía comunista. Curiosamente, el autor material de este supuesto plan de la Unidad Popular, conocido como Plan Z, fue el propio Federico Willoughby, como reconoce en una larga entrevista a la revista The Clinic.
Patricio Aylwin, portavoz de la Democracia Cristiana en las
conversaciones con la Unidad Popular, bloqueó los acuerdos con el
gobierno de Salvador Allende y declaró que era ilegítimo, abriendo la
puerta al golpe. Si no lo creen, estas fueron sus palabras:
Pinochet representaba, por una parte, orden, seguridad, respeto, autoridad; y por otra, una economía de mercado que iba a permitir la prosperidad del país. Esos fueron los dos factores definitorios y por eso fue tan popular...
Hoy, una parte de los chilenos, aquellos que no conocen la verdadera
historia del traidor Patricio Aylwin, coautor civil de la trama que
supuso el golpe militar, le lloran, en medio de un silencio cobarde de
quienes lo saben y lo callan, censuran y criminalizan cualquier opinión
que ponga en duda el relato oficial que lo ensalza como un patriota. Son
los mismos que antaño y hoy profesan una animadversión a la democracia y
miran hacia otro lado, cómplices de la traición política que ha ido
convirtiendo a Chile en un país donde la vergüenza sustituye la dignidad
que lo precedía. El pasado no se olvida y la memoria retorna para poner
en su sitio a uno de los principales violadores de los derechos humanos
en Chile, redimido por sus cómplices.
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