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domingo, 17 de abril de 2016

Acentúan negociación para frenar el impeachment contra Rousseff


La Cámara de Diputados vota hoy el juicio político contra la presidenta de Brasil

Grandes medios de información evitan difundir noticias sobre marchas de apoyo a la mandataria

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El ex presidente Luiz Inacio Lula da Silva se reunió ayer con simpatizantes del gobierno en un campamento que instalaron en Brasilia

Eric Nepomuceno
Periódico La Jornada

A las 20:17 horas de ayer el oscuro diputado Paulo Feijó, del oscuro Partido Renovador, ocupó la tribuna de la cámara en Brasilia para disfrutar de sus exactos tres minutos de fama. Ese el tiempo establecido para que los 252 inscritos pudieran dirigirse a sus homólogos debatiendo, o dizque, el juicio de destitución de Dilma Rousseff.
Feijó, de la provincia de Río de Janeiro, dijo que votará por el fin de ese desgobierno, criticó duramente a Rousseff y listó, con rapidez de narrador de hipódromo, las ciudades que componen su base electoral. Todos mis electores me exigen el fin de esa terrible situación, vociferó. Y, para terminar, rindió homenaje a su madrecita querida, Anesia, de 87 años, y al querido tío Jorge, de 85.
En ningún momento mencionó lo que la Constitución dispone para destituir a un presidente.
De todas formas, Feijó tuvo suerte. Había casi un centenar de colegas en el pleno de la cámara cuando lanzó sus palabras al viento del olvido y del ridículo. Menos afortunada ha sido la legisladora Renata Abreu, del igualmente oscuro PTN. A ella le tocó hablar a las cuatro y ocho minutos de la madrugada de ayer. Igualmente, por 180 segundos. A esas deshoras, como es comprensible, lucía cansada, pero el vestido azul bien tallado demostraba cuidado para semejante ocasión: cumplía 34 años de edad, y no dejó de destacar la responsabilidad de festejar la fecha en medio a un momento histórico. Fue aplaudida por unos nueve compañeros de velada, quienes semidormidos escucharon las palabras que alguien escribió para que la joven legisladora leyera con énfasis de telenovela.
Maratón de discursos
Teóricamente, el olímpico maratón de discursos –la sesión ininterrumpida habrá durado más de 50 horas– serviría para que los nobles diputados revelaran sus nobles opiniones, tratando de convencer a sus homólogos para que siguieran el ejemplo.
Puro cuento chino. Allí se cumplió mecánica y patéticamente el reglamento interno de la cámara. Lejos se daba la verdadera batalla por la conquista de adeptos para una y otra posición, y son esos los votos que definirán hoy el destino no sólo de Dilma Rousseff, sino del país más poblado, económicamente poderoso y geopolíticamente más importante de América Latina.
La semana ha sido prodigiosa en demostraciones de la estrategia aplicada por los golpistas, quienes tienen como cabeza visible al vicepresidente Michel Temer y como verdaderos futuros detentores del poder a viejos zorros de la baja política brasileña. Frente a ellos están los que tratan de impedir la destitución de una presidenta que supo agotar el inmenso capital político que heredó de su antecesor, Luiz Inacio Lula da Silva, el presidente brasileño más popular de los últimos 50 años.
A propósito, ha sido el mismo Lula quien, en las pasadas dos o tres semanas, al constatar el naufragio inevitable se encargó de intentar la casi imposible tarea de revertir una tendencia que se alastró como fuego en pasto seco y con viento de cola.
Desde el mediodía del viernes las negociaciones –con sus consecuentes artimañas– se intensificaron a un ritmo de vértigo en Brasilia. Cada voto es un sufragio a ser conquistado o asegurado. El gobierno sale en franca minoría. La esperanza última es lograr revertir un número suficiente para impedir que las dos terceras partes de la cámara (342 diputados) aprueben la instauración del juicio para destituir a Dilma Rousseff.
En las pasadas dos semanas se multiplicaron por todo el país los actos no exactamente en defensa de un gobierno muy criticado y una presidenta muy desgastada, sino del mandato alcanzado por 54 millones 500 mil votos en las urnas en octubre de 2014. Actos contrarios al golpe institucional se realizaron con fuerza a partir del lunes pasado, cuando Lula se reunió en Río con un grupo de artistas e intelectuales, encabezados por la mítica figura del compositor y escritor Chico Buarque, y enseguida habló para unas 60 mil personas.
Son eventos de efecto simbólico, por cierto, ya que ninguno de los golpistas se dejará seducir por sus repercusiones, pero que tuvieron como resultado dar ánimo a manifestaciones callejeras que se multiplicaron por todo el país. Claro está que ninguna –inclusive las que reunieron a miles de personas– obtuvo de los medios hegemónicos de comunicación, especialmente los pertenecientes a las organizaciones Globo, una mísera migaja de espacio. Pero igual se multiplicaron, y hoy estarán por todas las ciudades brasileñas, reconquistando un espacio que la izquierda había perdido para la derecha, esa sí, impulsada por Globo y congéneres.
Nadie sabe lo que pasará hoy. Una cosa, sin embargo, no se discute: el intento de defenestrar a una mandataria que obtuvo 54 millones de votos ha sido comandado por el presidente de la cámara, Eduardo Cunha, a quien se comprobó haber recibido, en un negocio, 52 millones de reales (unos 14 millones de dólares) de coima.
Es decir, casi se equiparan en números absolutos. Pero los de ella son votos, y los de él dinero espurio. Un corrupto, acompañado por legiones de corruptos, juzga a una presidenta que siquiera es investigada.
Nadie explica cómo el Supremo Tribunal Federal permitió que Cunha, reo en aquella corte, siguiera al mando de todo el proceso.
Pero así son las cosas en Brasil. Hoy se sabrá cómo será el día de mañana.

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