Gustavo Gordillo/III
Antes de embarcarnos en el lodo de la política brasileña en necesario contextualizar.
El Partido de los Trabajadores. El PT nace en 1980 después de la
exitosa huelga de los trabajadores del cinturón industrial de São Paulo
en 1978-79 (en plena dictadura militar). Después de tres sucesivas
derrotas en las elecciones presidenciales Lula alcanza la presidencia
del país, primero en 2002 y después en 2006. Dilma Rousseff gana en 2010
y nuevamente es electa por más de 50 millones de brasileños en 2014.
La transformación brasileña. En poco tiempo Brasil se convierte en la
séptima economía mundial. Las inversiones extranjeras directas se
incrementan, en términos absolutos, de 24 a 62 mil millones de dólares.
La deuda externa que representaba 45 por ciento del PIB en 2003 se
reduce a 14 por ciento en 2013. En 2005 la pobreza en Brasil abarcaba
36.4 por ciento de la población, dato que se reduce a la mitad para 2012
(18.6 por ciento). El índice de Gini se reduce de 59 en 2001 a 53 en
2011; una mejora a pesar de la cual Brasil sigue siendo uno de los
países más desiguales a escala mundial.
Los tres programas estrella. Bolsa Familia, el programa de
transferencia condicional de liquidez a las familias más pobres
inaugurado a finales de 2003; el Programa de aceleración del crecimiento
introducido en 2007 para expandir y modernizar las infraestructuras del
país, y la ampliación del crédito al consumo de las familias más pobres
de parte del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social en el
segundo mandato de Lula.
¿Qué pasó entonces?
Primero. La fuente fundamental de ingresos externos, las materias
primas, se desplomó afectando el crecimiento de la economía, disparando
la inflación y la tasa de cambio e impactando el nivel de ingreso, sobre
todo de las nuevas clases medias.
Segundo. El disfuncional sistema político brasileño que es
mayoritario con énfasis proporcional. Para elecciones presidenciales, es
mayoritario a dos vueltas. Para senadores es mayoritario a una vuelta.
Para diputados locales y federales es proporcional en lista cerrada no
bloqueada. Todo converge para generar una enorme fragmentación de
partidos políticos. Treinta partidos con representación en el Congreso.
Ninguno ha contado desde el regreso a la democracia en 1985, con una
mayoría simple por sí solo. Todos han tenido que gobernar en coalición.
El PT como partido en el gobierno cuenta con menos de cien de los 513
diputados.
La corrupción. El diseño institucional favorece también
coaliciones frágiles. Las dos formas de desarrollarlas ha sido
distribuir puestos gubernamentales entre los miembros de la coalición.
El esquema como se aprecia bien favorece la corrupción. La corrupción es
el lubricante que permite que el sistema funcione.
El estado actual de la corrupción en Brasil. Hay varios procesos
judiciales en marcha. Los dos más comentados en los años reciente el mensalao
–una nómina ilegal con dinero triangulado entre el gobierno y sector
privado que implica a casi todo el Congreso–, y el Lava Jato
–literalmente lavado a presión– ligado a la empresa estatal Petrobras.
Pero hay juicios en marcha por financiamiento ilegal de campañas. Casi
todos los principales dirigentes políticos incluyendo los líderes de las
dos Cámaras y casi todos los dirigentes partidistas están implicados.
¿Y Lula y Dilma? A la presidenta la acusan de maquillar cifras
presupuestales –como lo han hecho todos los presidentes de Brasil. A
Lula aún no se sabe si lo acusarán de dos presuntos delitos relacionados
con un apartamento y un predio agrícola de su propiedad.
Tres preguntas. ¿Se puede mantener la estabilidad de un sistema presidencial con pluralidad de partidos?
¿Es posible para las izquierdas construir un camino intermedio entre el cinismo del poder y una política testimonial?
¿Cómo afrontar mejor la corrupción y la impunidad?
Twitter: gusto47
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