Eric Nepomuceno
La Jornada
Aestas alturas, no hay
alma viva en Brasil que crea posible lograr que el Senado no emprenda
un juicio político a la presidenta Dilma Rousseff.
La decisión será anunciada en las próximas dos semanas. La fecha
prevista es el miércoles 11 o, como plazo máximo, el jueves 12. Se
necesitan 41 votos de los senadores reunidos en el Pleno de la Casa, y
todas las cuentas, incluso las del gobierno, indican que 46 de ellos ya
están decididos por abrir el juicio. Revertir seis votos parece
imposible. El mismo Partido de los Trabajadores (PT), junto con sus dos
últimos aliados, considera que la batalla está perdida. Luiz Inacio Lula
da Silva también: sabe que perdió, perdieron.
Aprobada la apertura, vendrá el juicio. Será un trámite lento, que
podrá extenderse hasta 180 días. En esa etapa, Rousseff tendrá la última
oportunidad de defenderse. Para destituirla definitivamente se necesita
la llamada
mayoría calificada, o sea los votos de 54 de los 81 senadores. Parte del gobierno y de los que siguen apoyando a la mandataria creen que son fuertes las posibilidades de impedir que ese número sea obtenido, lo que permitiría a Rousseff volver a asumir el sillón presidencial. Lula da Silva también, pero él y sus allegados indican que hay que pensar en el futuro o, más exactamente, en las elecciones de 2018.
La cuestión es saber qué pasará en el país mientras tanto. Una vez
que se decida la apertura del juicio, Rousseff será alejada del puesto.
Su lugar será ocupado por el vicepresidente Michel Temer, quien en
semanas recientes conspiró de manera abierta contra la mandataria y, en
los últimos días, dedica todas sus horas a componer el nuevo gobierno.
Siquiera se habla de
gobierno interinoo
provisional: se da por seguro que Temer llevará el timón del barco hasta el último día de 2018, cuando termina el lapso originalmente destinado a la mujer que fue electa, a bordo de 54 millones 500 mil votos, como la primera presidenta de Brasil.
El escenario que le espera a Temer es tenebroso. El país está
literalmente quebrado. En parte, como resultado de políticas económicas
profundamente equivocadas llevadas a cabo por Rousseff a partir de la
mitad de su primer mandato. Pero en parte más importante aún debido a la
irresponsabilidad de un Congreso que literalmente no la dejó gobernar
desde el mismísimo primer día de enero de 2015, cuando comenzó su
segundo periodo. Los resentidos por su victoria hicieron de todo para
derrotarla.
La durísima crisis económica que el país enfrenta se traduce en un
desempleo que ya alcanzó la tasa de 10 por ciento, lo que significa más
de 10 millones de personas.
La crisis también se traduce en una fuerte retracción en la
recaudación central, estatal y municipal, lo que hace que no haya dinero
en ninguna parte. El estado de Río de Janeiro, por ejemplo, segunda
mayor economía de Brasil, está literalmente en quiebra. Este mes, que
llega a su final, no cobraron pensiones los jubilados del servicio
público ni los funcionarios que tienen sueldos superiores a 600 dólares.
Hay hospitales en ruinas y escuelas sin luz. El gobierno central, a su
vez, retrasa gastos básicos, y de inversiones públicas mejor ni hablar.
La recesión deberá rondar menos 4 por ciento del PIB en 2016, y no hay
grandes expectativas de recuperación para el año que viene.
Pero no sólo la economía está en quiebra: también su sistema
político. El dantesco espectáculo ofrecido el pasado domingo en la
Cámara de Diputados, cuando se autorizó al Senado deliberar un juicio
contra Rousseff, ha sido un claro ejemplo de su bajísimo nivel. Con más
de 30 partidos políticos representados en el Congreso, es prácticamente
imposible armar alianzas sólidas para gobernar. La inmensa mayoría de
los partidos no son más que siglas de alquiler, que en épocas
electorales negocian apoyo a cambio de beneficios y, claramente, dinero.
Bajo ese cielo de pesados nubarrones asumirá la presidencia Michel Temer. Trae sellada en la frente la palabra
traidor. Será un presidente que carece, en principio, de legitimidad. Es, por cierto, un viejo zorro a la hora de negociar, siempre con base en acuerdos apenas susurrados. Queda por ver si eso será suficiente para darle nuevos ánimos a una economía que se encuentra profundamente sacudida, al borde de la parálisis.
Otra cosa que le espera a Temer son las calles. El PT y los demás
partidos de izquierda ya anuncian una fuerte oposición en el Congreso.
Los movimientos sociales y parte sustancial del electorado de
izquierdas, por su lado, advierten que irán a las calles en protesta
permanente contra quien consideran el usurpador de un puesto conquistado
por decisión soberana de las urnas electorales. Se prevén huelgas
generales, paros parciales, presión constante, un suelo en brasa.
Mi abuelo paterno, el viejo patriarca José Augusto Nepomuceno, tenía
un humor singular. Cada vez que en mi primera juventud yo me enfrentaba a
momentos difíciles, él me decía:
Calma, hijo, calma: días peores vendrán.
Lo recuerdo a cada minuto. Días peores vendrán, y vendrán pronto, no hay dudas. Difícil es tener alguna calma…
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