Guillermo Almeyra
Del Congreso del
Partido Comunista de Cuba (PCC) –cuyas resoluciones aún no se conocen
sino en líneas muy generales– parecen desprenderse algunas importantes
conclusiones.
La más simple es que, como en China y Vietnam, el equipo de
dirigentes gerontos intentará un recambio generacional rejuveneciendo la
dirección del partido y del Estado, cosa que en el pasado intentó ya
Fidel Castro sin grandes resultados haciendo nombrar en ministerios
claves a militantes jóvenes. Aunque ser joven no garantiza la capacidad,
la cultura y los conocimientos y la apertura mental (muchos jóvenes son
conservadores y burocráticos), esta medida al menos favorece las
innovaciones que son tan necesarias en la isla.
Otra, más importante, es que Raúl Castro confirmó la existencia en el
partido tanto de una tendencia nostálgica del periodo en que el aparato
estatal cubano tomaba de modelo al soviético y también de otra mucho
más peligrosa, abierta al capitalismo, como en China. Parece que por lo
menos el equipo actualmente gobernante rechaza ambas tendencias y
prefiere seguir una línea pragmática y cauta.
El Congreso confirmó públicamente una concepción burocrática y
sustitutiva de la clase obrera y la sociedad que dice representar. El
eje de todo es, para él, el partido, el cual pasa de instrumento –según
Marx o Lenin– a la categoría de vanguardia eterna siempre infalible y
que decide por los trabajadores, a pesar de que los cubanos tienen por
lo menos 10 años de escolaridad, gran creatividad y capacidad, así como
un nivel cultural muy superior al ya importante que tenían en 1959.
No hay República sin ciudadanos y tampoco la hay si en el Estado, que
subsiste transitoriamente, no existe al menos un esfuerzo por construir
las bases del socialismo.
Éstas son la democracia plena, la autogestión y las decisiones
libremente asumidas después de discutirlas en asamblea, la solidaridad
en la lucha por los propósitos comunes, información popular amplia y
democrática que dé los elementos a los trabajadores para comparar,
decidir y comprender qué sucede en un mundo hostil a la revolución
cubana, en el que no hay socialismo en ninguna parte y sólo pequeñas
minorías de personas se orientan aún por ese objetivo.
El secretismo de los aparatos, como el latín de los curas, sólo sirve
para esconder y defender privilegios de unos pocos. La verdad es
revolucionaria y hay que eliminar todas las trabas a una completa
transparencia que eduque en el socialismo. Por eso la información libre
de censura y la construcción de organismos de prensa que no den
vergüenza ajena, que sean creíbles, debería ser uno de los objetivos
inmediatos después del Congreso. El pueblo cubano, que es el
protagonista real de la lucha por la independencia nacional y por la
construcción de elementos de socialismo en la democracia, debe saber qué
pasa, qué se discute en los círculos áulicos, de qué se trata en las
veladas alusiones en los documentos oficiales.
Tiene razón Raúl Castro cuando declara que la fase actual es de
defensa de la soberanía nacional, no la de un socialismo que no existe
en Cuba ni en ningún otro país. Es la fase de la extensión de la
democracia. Es decir, de las capacidades creativas y políticas, de la
resistencia a la opresión imperialista, de la incorporación a la lucha
nacional de una gran cantidad de jóvenes que no vivieron bajo el
capitalismo y que sólo conocieron en cambio los errores y las
dificultades que experimenta Cuba desde hace por lo menos 30 años.
Debería hacerse un esfuerzo especial por esos jóvenes que no confían ni
en el socialismo ni en el futuro cubano y que podrían ser atraídos por
la reacción internacional si llegase a Cuba un turismo de masas
estadunidense, con su flujo de dólares y su ideología.
La burocracia no es un arma de combate porque es conservadora.
Sólo una discusión libre sobre todos los problemas –y el recurso a
argumentos de calidad que ganen la cabeza y el corazón de la gente
común– puede construir una muralla infranqueable por las miserables
propuestas del imperialismo y sus valores hedonistas y egoístas. ¡Hay
que confiar en el pueblo cubano!
Para Lenin y Trotsky, el partido único sin discusión abierta entre
las tendencias que tuvieron que aceptar en los primeros años de la Unión
Soviética fue sólo una aberración transitoria resultante de la guerra
civil y de la invasión de las grandes potencias. Ese partido único, así
como el llamado marxismoleninismo, son invenciones de la burocracia
estalinista que terminó hundiendo a la Unión Soviética y su bloque mal
llamado
socialista. Cuba debe volver al Lenin de hasta 1922, el que era líder de una tendencia revolucionaria dentro de un partido –la socialdemocracia internacional– en el que él no vacilaba en quedar en minoría.
No hay socialismo sin socialistas ni hay socialistas sin democracia y
sin libre discusión en el partido que quiere luchar por el socialismo.
El pueblo cubano puede soportar las dificultades –lo está haciendo desde
hace décadas–, pero no puede soportar ya las mentiras, las medias
verdades ni ser tratado como menor de edad por una burocracia que decide
todo en su lugar y encima le echa la culpa de muchos errores.
Cuba, ante el hundimiento ignominioso de los gobiernos capitalistas
progresistasen que se apoyaba, debe recuperar el puesto perdido hace rato de faro para los revolucionarios latinoamericanos renovando su vida política y administrativa y apelando a los socialistas autogestionarios que existen tanto dentro del partido como fuera de éste. ¡La revolución y la misma independencia cubana están en peligro y todos debemos salvarlas!
Terminado el Congreso del PCC debe comenzar ahora un
congresomucho más importante, el de la discusión del pueblo cubano, que tenga sin duda en cuenta las resoluciones positivas que pueda haber emitido el primero pero que, sobre todo, agregue o borre lo que sea necesario agregar o cancelar y haga suyo un plan de lucha contra el imperialismo, contra los privilegios, contra la burocracia, por un verdadero socialismo. Con democracia interna y la ayuda mundial de los revolucionarios, el pueblo cubano vencerá.
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