artículo y entrevista de Miguel Pulido
Alegatos
“Claro que sí. Después de las 5 de la tarde, afuera de la ONU”.
Es la respuesta que recibí de Antonio Tizapa, cuando le pregunté si nos podíamos reunir a conversar, porque quería preparar una columna sobre él.
Al llegar al lugar, es muy fácil ubicarlo. Lo encuentro al pie de una mampara con una bandera de México, con un micrófono en la mano y hablando frente a un grupo de manifestantes. Su inglés es entrecortado y se disculpa con el público. Pero la gente le pide seguir y le aplaude.
La de Antonio es una historia llena de adversidades, rabia y determinación.
Fue hace muchos años cuando él, como muchos otros mexicanos, dejó su país para encontrar en Estados Unidos el trabajo y las oportunidades que le permitieran sacar adelante a su familia. Es de Tixtla, Guerrero.
“Llegué acá como el 70, el 80 o el 90 por ciento de los mexicanos. Vine a trabajar. Mi hermano estaba aquí y fue así que vine a Nueva York.” Antonio es plomero, hoy vive en Brooklyn.
Pero su vida ha dado un vuelco, y se ha convertido, sin proponérselo, en un referente de dignidad.
Antonio es padre de Jorge Antonio Tizapa Legideño, uno de los 43 estudiantes de Ayotzinapadesaparecidos por la policía en Guerrero. La última vez que habló con él fue apenas 3 días antes de los trágicos hechos de Iguala.
“Cuando todo pasó, estaba sólo aquí en esta gran urbe sin saber qué hacer con mi dolor, sin saber cómo ayudar.”
Resultado de la frustración que impone la mezcla de distancia y angustia, Antonio apenas atinó a participar en carreras que se organizan en Nueva York portando camisetas que decían: Ayotzinapa 43.
“Recuerdo la primera vez que me puse una playera de Ayotzinapa… qué te puedo decir… es que… entras en un shock que no sabes que hacer… Y fue así como empezó esta protesta pacífica. No se emite palabra alguna, sólo son gestos de dolor, de rabia, de impotencia por todo lo que está pasando.”
Antonio me cuenta que al principio incluso algunos conocidos se sorprendieron, no sabían que más que un acto de solidaridad era una expresión de desesperación. Pero poco a poco sus esfuerzos van teniendo eco.
Hoy día Antonio no corre solo, un grupo de amigos lo acompaña. Están ahí para recordarle que la carrera, como metáfora de la vida, no lo derrotará por más cansada que parezca, por más dolor que se haga presente.
Su ejemplo poco a poco se replica, me cuenta entusiasmado.
“Incluso ayer, un muchacho corrió el maratón de Boston con una playera de Ayotzinapa 43. Son actos que se hacen con el corazón y te sientes muy agradecido, porque te estás dando cuenta que sí se puede concientizar a través del deporte.”
Pero su mensaje toca otras fibras. Hace unos días estuve en Times Square Garden y pude ver la solidaridad que tienen con él muchos colectivos de mexicanos en Nueva York.
Es difícil explicar las emociones que condensa ver a Antonio correr. Sus familiares, amigos y gente de la comunidad de mexicanos en Nueva York se preparan al pie de la calle con pancartas y banderas. A su paso, quienes lo apoyan se conmueven, se agitan, suspiran, sacuden las manos.
La primera sensación que uno tiene es que se trata de algo muy humano. Las gargantas estallan en gritos que buscan abrazarlo y arroparlo en su amor de padre. Pero en esa intensidad también hay algo político muy denso, como si al gritar consignas de aliento para Antonio sacaran la rabia contra las injusticias en México.
Para Antonio los gestos sencillos de solidaridad son los más importantes, los que le permiten seguir. Y la solidaridad la entiende en cosas sencillas, por eso pide que la gente se tome fotos portando playeras con la leyenda: Running for Ayotzinapa. Y que las compartan, con él, con los padres de los estudiantes, con el mundo.
Hace unos días lo pude escuchar compartir con estudiantes de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (en John Jay College), en una conferencia llamada Rebel Memory. Sin duda su determinación también es fuente de inspiración para mensajes concretos y potentes.
Sus palabras son como dardos al alma, porque son sencillas y directas: aclara que en México son miles los desaparecidos y miles los padres en dolor, que lo único que hay cuando se ataca a indígenas pobres y campesinos es impunidad. Insiste en que Ayotzinapa no es un evento aislado.
A los estudiantes les pide que se informen, que exijan a sus gobiernos y que hagan una revolución de conciencias. Un cambio pacífico.
Entre el anonimato y la soledad Antonio lanza campañas desde Nueva York.
“Ustedes que son ciudadanos de Estados Unidos, escriban una carta a Obama, exíjanle que paren de enviar armas a México.” “Hagan un video, un selfie, exigiendo que se queden los investigadores independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y compártanlo en redes”
Sus peticiones para presionar al gobierno de México, en cuyas instituciones no cree, toman más pertinencia que nunca. Justo en estos días, cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense ha reabierto el debate sobre los errores en la investigación, cuando el gobierno mexicano ha anunciado su negativa a continuar con la asistencia técnica de la CIDH y cuando el GIEI está por presentar su informe final.
Su llamado comienza a tener eco y en las redes sociales circulan videos en solidaridad con el lema: #QuedateGIEI. En los grupos en Facebook “Somos los otros NY” y “Verdad y justicia por Ayotzinapa” se pueden ver a estudiantes, madres de familia, niños expresando solidaridad.
La pregunta resulta ineludible ¿De dónde saca Antonio fuerzas para hacer tantas cosas? Como la mayoría de los migrantes, él trabaja largas y agotadoras jornadas, pero encuentra el tiempo para difundir lo que pasa en México y además entrena para correr en nombre de su hijo.
Una frase retrata de cuerpo completo a Antonio y su lucha. “Antonio nunca va a pedir dinero, al contrario él les regala playeras. Va a pedirles que tomen conciencia.”
Su historia desbarata los furiosos e incompresibles ataques de ciertos periodistas que se ensañan, a base de calumnias, con el dolor ajeno. Su actitud aplasta la pobreza ética de muchos servidores públicos incapaces de dar la cara.
El día que lo vi para entrevistarlo (el 18 de abril), mientras Peña Nieto hablaba en la Asamblea General sobre Drogas de la ONU, Antonio denunciaba afuera del edificio lo que sucede en México, las desapariciones, la colusión de los gobiernos con el narcotráfico, la corrupción en las policías.
Estoy ahí, tomando un video y algunas fotos. Mientras lo escucho, no puedo dejar de pensar que ese mismo día, minutos antes, Hillary Clinton había hecho referencia al caso Ayotzinapa y al dolor de los padres. “No descansaría hasta encontrarlos” dijo.
Y pienso que a escasos metros de ahí está el Presidente de México, que se enreda en sus propios discursos sobre trascender el dolor y superar la tragedia.
Entonces me doy cuenta que no es sólo la distancia de los muros, los guardias de seguridad y los nombramientos lo que separa a Antonio Tizapa de Enrique Peña Nieto. Entre ellos hay un abismo –sobre todo- en la dimensión humana.
*Para conocer más sobre la historia de Antonio Tizapa y cómo solidarizarse con él, encuentra más información en la página de Facebook: Running for Ayotzinapa.
*Para firmar la petición que Antonio inició en Change.org exigiendo que continúen los trabajos del GIEI: Mi hijo es tu hijo y Tu hijo es mi hijo
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