CELAG
En estos últimos
años se ha abierto un intenso debate sobre el rol político de la clase
media en América latina. Sin embargo, el término clase media es
exageradamente ambiguo. Tiene tantas acepciones como enfoques teóricos.
La economía ortodoxa apela al ingreso para su definición y la sociología
dominante lo limita a un asunto de estratificación social. Otros se
centran en una cuestión de identidad, en una nueva subjetividad
emergente que se siente incluida en un modo de vida promedio. En
cualquiera de sus interpretaciones, la clase media existe actualmente
como dilema político de época.
La estructura de clases
sociales de la región ha cambiado sustancialmente de forma acelerada. Se
conformó un nuevo sujeto gracias a las políticas redistributivas
implementadas en la región. En Bolivia, en la última década, el 20% de
la población ha pasado de la extrema pobreza a ser considerada como
clase media. En Ecuador, en ese mismo periodo, la clase media se
duplicó. En Venezuela, durante la Revolución Bolivariana, se triplicó.
En Argentina, durante el kirchnerismo, se incorporaron 9 millones
de personas a esta categoría. En Brasil, durante los gobiernos de Lula y
Dilma, la nueva clase media abarca a 39 millones de personas. Este
ascenso social o reenclasamiento positivo es un rasgo característico irrefutable de este ciclo político.
La
manera en la que se afronte este fenómeno será decisiva en este momento
histórico. Tras la victoria de Macri en Argentina, la derrota electoral
del chavismo en la Asamblea de Venezuela, el revés de Evo Morales en el
referendo para la reelección en Bolivia, a menos de un año de las
elecciones presidenciales en Ecuador, y en medio del intento de golpe
contra Dilma en Brasil, el asunto de la clase media se sitúa actualmente
en el centro de la controversia política.
La llamada “nueva
derecha” latinoamericana del siglo XXI lleva años prestando especial
atención en “cómo hablarle” a esta nueva clase media. El objetivo es
doble. Por un lado, ha venido prometiendo (desde la oposición sin
responsabilidad de gobierno) aquello que reclama la lógica aspiracional
de ese nuevo sujeto. Y, por otro lado, busca darle forma e identidad
para constituirla como un actor social afín a su proyecto
político-económico. Se presenta así a la clase media como si estuviera
cansada de confrontar, aparentemente despolitizada, que prefiere la
moderación, mayoritariamente urbana, que no le importa ni la justicia
social ni la igualdad, que se siente más cómoda con otros valores
materialistas (consumo) y postmaterialistas (ecologismo), y cada vez más
individualizada.
Seguramente hay parte de verdad en todo esto,
pero tampoco se puede dar todo por cierto. Tal caracterización responde a
una intencionalidad, la de instaurar un nuevo sentido común conservador
acerca de lo que es la nueva clase media. Hecha a medida, construida a
su semejanza, y útil como nuevo sujeto.
He aquí la nueva jugada
del neoconservadurismo para vencer en medio de este pulso sobre la
resignificación de quién es la “naciente clase media”. Aún es un enigma
por descifrar. No es la clase media europea de las décadas pasadas, ni
siquiera es la clase media latinoamericana preexistente a estos procesos
de intensa movilidad social. García Linera la conceptualiza como “clase
media de origen popular”, lo que significa que no es una clase media al
uso. Es otra clase media, distinta, que ha naturalizado los derechos
sociales adquiridos y tiene nuevas aspiraciones; pero esto no significa
que haya perdido sus raíces. Es una clase media politizada pero no de la
misma manera que lo era hace una década. Tiene una nueva subjetividad
que nos toca conocer. Está en constante relación con nuevos medios
(redes sociales); tiene otra estética, otros marcos culturales que
responden a una etapa posfordista.
El desafío está en
caracterizar a esa “clase media de origen popular” en forma más compleja
de lo que lo hacen Durán Barba y compañía. Este sujeto emergente es
heterogéneo y contradictorio; es un híbrido de lo que fue, lo que es y
lo que quiere ser. Es un actor en transición, en conformación. Es más,
todavía es una especie de “casi clase media”, que se encuentra al filo
del alambre como cualquier recién llegado que siempre puede volver al
lugar desde donde salió. A esto, el Banco Mundial le llama “clase
vulnerable”, porque dejó de ser pobre pero nunca pasó a ser rica;
todavía susceptible de retroceder si la economía no crece lo suficiente.
La restricción económica externa pone en riesgo su permanencia.
Seguramente, este término, el de nueva clase media,
incomoda al pensamiento tradicional de la izquierda, más acostumbrado a
otras categorías teóricas. Esto es comprensible, pero no hay tiempo que
perder en un debate en curso que no pide permiso a los manuales
clásicos. El misterio de la clase media está omnipresente. O se permite
la restauración de una “clase media light” procedente de la
visión neoconservadora, o por el contrario, se disputa su significado.
De no hacerlo, corremos el riesgo de interpretarla como si fuera una
clase media de otro espacio y otro tiempo histórico, importada e
impuesta como tantas veces nos lo hicieron con recetas, teorías,
categorías, epistemes, marcos analíticos.
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