Guillermo Almeyra
La Jornada
Cuba es un país
demasiado importante como para que sus problemas sean discutidos
solamente por sus poco más de 6 o 7 millones de adultos sobre una
población que apenas supera los 11 millones de habitantes. En efecto, es
un pequeño país dependiente con economía capitalista, régimen
asalariado y un sistema capitalista de Estado, pero que desde la
revolución de 1959 se sacó de encima al imperialismo, que sigue
bloqueando a la isla y hostigándola. En Cuba ejerce el poder un partido
único fusionado con el aparato estatal; ese partido es
comunistade un modo particular, pues nació –independiente de la entonces Unión Soviética estalinizada y en parte contra ella– de la fusión entre los diversos componentes de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (Movimiento 26 de Julio, Directorio Revolucionario 13 de Marzo y un sector del PSP) que, salvo el Partido Socialista Popular (el viejo PCC), no tenían formación ideológica estalinista. Ese Partido Comunista nació de una revolución democrática y antimperialista dos años después de ésta, cuando Fidel Castro declaró que lucharía por construir en Cuba las bases del socialismo y en su seno militan tanto lo mejor y más consciente de la sociedad cubana como los elementos burocráticos más autoritarios y conservadores.
Ahora bien, ese partido, que en más de 55 años sólo realizó seis
congresos nacionales, a partir del 16 de abril debería discutir en su
VII Congreso Nacional nada menos que la política cubana de aquí hasta
2030. Es decir, un periodo particularmente peligroso a escala
internacional en el que deberemos evitar una catástrofe ecológica
global, salir de la larga crisis económica y cortar de raíz todos los
preparativos actuales de una guerra mundial entre las viejas potencias
nucleares imperialistas, por un lado, y las nuevas, como China. Sobre
todo, la frágil economía cubana deberá centrarse en superar la
dependencia de aliados hoy en graves dificultades, como los gobiernos
llamados progresistas de América del Sur y Venezuela, en particular.
Eso significa que tendrá que reordenar el territorio en función del
aumento global de la temperatura, con sus sequías y sus aluviones, así
como la mayor incidencia de huracanes y tifones cada vez más fuertes y
potentes. O sea, organizar un vasto plan de construcción de viviendas e
infraestructuras que, además de dinamizar la economía doméstica y de
proveer una importante fuente de trabajo, evitará fuertes gastos futuros
en protección civil.
También será necesario completar un mapa de los suelos agrícolas y
rurales según su calidad y aptitud para los diferentes cultivos y
hacerlos trabajar en enfiteusis (la tierra, estatal, concedida en
usufructo por 99 años, por ejemplo) por nuevos grupos cooperativos que
estén en contacto con otras cooperativas urbanas para la distribución de
las cosechas, lo cual –dados los escasos kilómetros que existen entre
los centros de producción y las ciudades, principales núcleos
consumidores de alimentos– permita ahorrar en fletes y reducir los
costos de los productos. La alimentación popular sana y abundante es en
efecto una prioritaria cuestión política estratégica, sobre todo si el
aumento del turismo obligase a importar masivamente productos de lujo
para los hoteles y restaurantes.
Es evidente que hay que diseñar escenarios para los años
futuros, que tengan en cuenta la posible convivencia con un Estados
Unidos con Donald Trump o sin él, una posible marcha mundial hacia un
nuevo conflicto global o un escenario más pacífico, el levantamiento
total o parcial del bloqueo o una gran afluencia de turistas
capitalistas como principal fuente de divisas.
Lógicamente, el PCC debe discutir en un congreso reorientador esos
problemas, pero perdería su justificación misma si creyera que la
relación Estado-partido oficial-trabajadores cubanos le da al
partido-Estado el papel de guía paternalista infalible tanto sobre el
Estado, que sigue siendo capitalista, como sobre los trabajadores, que
son los sujetos del cambio social y deben orientarlo y dirigirlo en
autogestión. Por tanto, una de las cuestiones más candentes que debe
discutir el Partido Comunista es su función frente al Estado, así como
su papel en el seno de los trabajadores.
Ha llegado el momento tan postergado de un balance de la actividad
del gobierno y de su partido único durante medio siglo, entre otras
cosas porque la generación que dirigió la revolución y es fundadora del
partido y del Estado está por desaparecer y porque la Unión Soviética se
hundió ignominiosamente junto con su invención antimarxista, el
marxismoleninismo. Es tiempo ya de que los socialistas cubanos trabajen con quienes a escala mundial luchan aún por el socialismo y no sólo con quienes se dedican a construir modelos de capitalismo de Estado y a desprestigiar al socialismo con sus políticas nacionalistas y de potencia.
Las diferencias reveladas en el grupo gobernante por la carta de
Fidel Castro con motivo de la visita de Barack Obama no pueden ser
escondidas, sino que deben salir a la luz y, como la estrategia para el
próximo periodo, ser amplia y públicamente discutidas por el Partido
Comunista y por todo el pueblo cubano en miles de asambleas públicas.
Los cubanos y quienes apoyan la revolución cubana en todo el mundo no pueden ser informados a posteriori por
los diarios oficiales sobre qué discutió a sus espaldas una minoría de
comunistas mezclada con buena proporción de burócratas conservadores
acostumbrados a aprobar líneas sin discusión estratégica real ni
criterios de clase.
Obviamente está muy bien que el PCC haga su congreso, aunque sea con
la escasa y pobre discusión actual, pero el protagonista de la vida
política en Cuba no es el partido oficial, sino el pueblo que hizo y
sostuvo la revolución. Éste es quien debe discutir, dar las grandes
líneas para los especialistas y decidir sobre su propio destino en lo
que podrían ser los Estados Generales de la Revolución cubana.
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