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domingo, 17 de abril de 2016

El VII Congreso del Partido Comunista cubano



Guillermo Almeyra
La Jornada
Cuba es un país demasiado importante como para que sus problemas sean discutidos solamente por sus poco más de 6 o 7 millones de adultos sobre una población que apenas supera los 11 millones de habitantes. En efecto, es un pequeño país dependiente con economía capitalista, régimen asalariado y un sistema capitalista de Estado, pero que desde la revolución de 1959 se sacó de encima al imperialismo, que sigue bloqueando a la isla y hostigándola. En Cuba ejerce el poder un partido único fusionado con el aparato estatal; ese partido es comunista de un modo particular, pues nació –independiente de la entonces Unión Soviética estalinizada y en parte contra ella– de la fusión entre los diversos componentes de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (Movimiento 26 de Julio, Directorio Revolucionario 13 de Marzo y un sector del PSP) que, salvo el Partido Socialista Popular (el viejo PCC), no tenían formación ideológica estalinista. Ese Partido Comunista nació de una revolución democrática y antimperialista dos años después de ésta, cuando Fidel Castro declaró que lucharía por construir en Cuba las bases del socialismo y en su seno militan tanto lo mejor y más consciente de la sociedad cubana como los elementos burocráticos más autoritarios y conservadores.
Ahora bien, ese partido, que en más de 55 años sólo realizó seis congresos nacionales, a partir del 16 de abril debería discutir en su VII Congreso Nacional nada menos que la política cubana de aquí hasta 2030. Es decir, un periodo particularmente peligroso a escala internacional en el que deberemos evitar una catástrofe ecológica global, salir de la larga crisis económica y cortar de raíz todos los preparativos actuales de una guerra mundial entre las viejas potencias nucleares imperialistas, por un lado, y las nuevas, como China. Sobre todo, la frágil economía cubana deberá centrarse en superar la dependencia de aliados hoy en graves dificultades, como los gobiernos llamados progresistas de América del Sur y Venezuela, en particular.
Eso significa que tendrá que reordenar el territorio en función del aumento global de la temperatura, con sus sequías y sus aluviones, así como la mayor incidencia de huracanes y tifones cada vez más fuertes y potentes. O sea, organizar un vasto plan de construcción de viviendas e infraestructuras que, además de dinamizar la economía doméstica y de proveer una importante fuente de trabajo, evitará fuertes gastos futuros en protección civil.
También será necesario completar un mapa de los suelos agrícolas y rurales según su calidad y aptitud para los diferentes cultivos y hacerlos trabajar en enfiteusis (la tierra, estatal, concedida en usufructo por 99 años, por ejemplo) por nuevos grupos cooperativos que estén en contacto con otras cooperativas urbanas para la distribución de las cosechas, lo cual –dados los escasos kilómetros que existen entre los centros de producción y las ciudades, principales núcleos consumidores de alimentos– permita ahorrar en fletes y reducir los costos de los productos. La alimentación popular sana y abundante es en efecto una prioritaria cuestión política estratégica, sobre todo si el aumento del turismo obligase a importar masivamente productos de lujo para los hoteles y restaurantes.
Es evidente que hay que diseñar escenarios para los años futuros, que tengan en cuenta la posible convivencia con un Estados Unidos con Donald Trump o sin él, una posible marcha mundial hacia un nuevo conflicto global o un escenario más pacífico, el levantamiento total o parcial del bloqueo o una gran afluencia de turistas capitalistas como principal fuente de divisas.
Lógicamente, el PCC debe discutir en un congreso reorientador esos problemas, pero perdería su justificación misma si creyera que la relación Estado-partido oficial-trabajadores cubanos le da al partido-Estado el papel de guía paternalista infalible tanto sobre el Estado, que sigue siendo capitalista, como sobre los trabajadores, que son los sujetos del cambio social y deben orientarlo y dirigirlo en autogestión. Por tanto, una de las cuestiones más candentes que debe discutir el Partido Comunista es su función frente al Estado, así como su papel en el seno de los trabajadores.
Ha llegado el momento tan postergado de un balance de la actividad del gobierno y de su partido único durante medio siglo, entre otras cosas porque la generación que dirigió la revolución y es fundadora del partido y del Estado está por desaparecer y porque la Unión Soviética se hundió ignominiosamente junto con su invención antimarxista, el marxismoleninismo. Es tiempo ya de que los socialistas cubanos trabajen con quienes a escala mundial luchan aún por el socialismo y no sólo con quienes se dedican a construir modelos de capitalismo de Estado y a desprestigiar al socialismo con sus políticas nacionalistas y de potencia.
Las diferencias reveladas en el grupo gobernante por la carta de Fidel Castro con motivo de la visita de Barack Obama no pueden ser escondidas, sino que deben salir a la luz y, como la estrategia para el próximo periodo, ser amplia y públicamente discutidas por el Partido Comunista y por todo el pueblo cubano en miles de asambleas públicas.
Los cubanos y quienes apoyan la revolución cubana en todo el mundo no pueden ser informados a posteriori por los diarios oficiales sobre qué discutió a sus espaldas una minoría de comunistas mezclada con buena proporción de burócratas conservadores acostumbrados a aprobar líneas sin discusión estratégica real ni criterios de clase.
Obviamente está muy bien que el PCC haga su congreso, aunque sea con la escasa y pobre discusión actual, pero el protagonista de la vida política en Cuba no es el partido oficial, sino el pueblo que hizo y sostuvo la revolución. Éste es quien debe discutir, dar las grandes líneas para los especialistas y decidir sobre su propio destino en lo que podrían ser los Estados Generales de la Revolución cubana.

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