Bajo la lupa
Alfredo Jalife-Rahme
El presidente de Argentina, Mauricio Macri, fue captado al ser vacunado en el contexto de la campaña contra la gripe y la influenza, en Buenos Aires, el pasado 12 de abril
Hace más de dos años impartí una conferencia magistral en la Universidad de Finanzas y Economía de Shanghai, bajo los auspicios de la Academia de Ciencias Sociales de China, sobre el nombre nada apropiado ( misnomer) de América Latina (AL), desde el punto de vista de la nueva realidad geopolítica/geoeconómica del siglo XXI y su posicionamiento ante mi hipotético nuevo orden geoestratégico tripolar de Estados Unidos, Rusia y China.
Los contenciosos de Ucrania y Siria exponen el fracking geopolítico regional/global entre dos bloques antagónicos: Estados Unidos/OTAN/Unión Europea frente a Rusia/China/Grupo de Shanghai, que también luchan por su preponderancia en LA, donde brota el nuevo concepto de NorthAmerica (http://goo.gl/jltq4G) –promovido por los supremacistas de EU, general David Petraeus (anterior director de la CIA, defenestrado y hoy instalado en KKR Global Institute) y Robert Zoellick (anterior director ejecutivo de Goldman Sachs, ex presidente del Banco Mundial y hoy becario de Harvard)–, que colisiona con el concepto reactivo de Sudamérica de los geoestrategas de Brasil.
Implícitamente, Centroamérica pertenece a NorthAmerica, donde los intereses nacionales de Estados Unidos prevalecen en el Golfo de México –destinado a ser rebautizado Golfo de Estados Unidos– y en el mar Caribe (el Mar Mediterráneo Estadunidense) con una superficie de 4.2 millones de kilómetros cuadrados.
Geoeconomía y seguridad nacional de defensa también chocan dentro de la añeja LA entre Unasur –y su integración económica y política, que incluye al Mercosur– y la expansiva Asociación Transpacífico (ATP), diseñada para contener a China: pivote de la doctrina Obama.
La regional Alianza del Pacífico –Chile, Perú, Colombia y México– forma parte ya del ATP, con la notable excepción de Colombia.
El israelí-estadunidense Robert Kaplan, de Stratfor (https://goo.gl/FGomL5), señala que
El poder geopolítico de Estados Unidos históricamente tiene su origen no en Europa o Asia, sino en el gran Caribe, que
es el mundo de Yorktown a las Guyanas; es decir, de los estados del Atlántico medio a las selvas del norte de Sudamérica. El hemisferio occidental, como el estratega holandés-estadunidense Nicholas J. Spykman explicó en 1942, no se divide entre el norte y América del Sur. Se divide entre las latitudes norte de la gran barrera de la selva amazónica y las latitudes más al sur de la misma. En otras palabras, desde el punto de vista geopolítico, Venezuela no es un país de América del Sur en absoluto. Es un país del Caribe: la mayor parte de su población de 28.8 millones habita en el norte, a lo largo del mar Caribe, a salvo de las selvas del sur.
¿Pretende recuperar el Pentágono lo que perdió mediante el concepto gran Caribe?
Estados Unidos recupera y/o neutraliza al gran Caribe: desde su golpe de Estado triangulado en Honduras, pasando por su espectacular reconciliación con Cuba –gracias a la mediación de Francisco, el Papa jesuita/argentino–, hasta la desestabilización de Maduro en Venezuela mediante el abrupto desplome especulativo del precio del petróleo por los bancos de Wall Street, guerra de alcances geoestratégicos contra Rusia e Irán.
La escuela de geoestrategia de Brasil desarrolló una nueva visión estratégica –Estrategia Nacional de Defensa (2008)– con sus tres pilares: nucleares, espaciales, cibernéticos, con sus dos áreas básicas del Atlántico Sur y el Amazonas”.
En la perspectiva brasileña, el concepto Sudamérica colisiona con los conceptos hegemónicos de Estados Unidos: Norteamérica y/o el mar Mediterráneo estadunidense –que incluye el Golfo de México y el mar Caribe–, acuñado por el almirante Alfred Thayer Mahan.
The Saker, cercano a Rusia, aborda tres rubros para LA en este año y su prospectiva (http://goo.gl/rjC7Y2), que suena exageradamente optimista en el caso de un triunfo del socialista Bernie Sanders, del Partido Demócrata.
Con la perspectiva reduccionista de la dicotomía decimonónica entre izquierda y derecha –necesaria, pero insuficiente–, aduce que la izquierda se encuentra a la defensiva en Venezuela, Brasil y Argentina. Enuncia que “Brasil se encuentra en turbulencias, Argentina tiene un presidente neoliberal y en Venezuela la oposición neoliberal ostenta una doble ( sic) mayoría en el Parlamento”.
El reflujo neoliberal en tres de las principales geoeconomías de Sudamérica constituye un retorno triunfal de Estados Unidos, que ahora practica un neomonroísmo geoeconómico/geofinanciero.
La añeja dicotomía izquierda-derecha ha sido superada por una nueva entre globalistas y humanistas.
Los globalistas colocan el mercado por encima de todas las cosas, en detrimento del ser humano, en cuyo modelo caníbal han sucumbido muchos izquierdistas de pacotilla, mientras los humanistas colocan al ser humano en el centro de la ecuación universal y rememoran el axioma del filósofo cartaginés Terencio:
Nada de lo humano me es ajeno.
Sudamérica está polarizada/fracturada. En Argentina, el presidente neoliberal Macri, íntimo de los intereses sionistas de Nueva York y la City (Londres), obtuvo una victoria apretada sobre el candidato de Cristina Fernández, cuyo sueño era integrarse a los Brics. Macri carece del control sobre el Congreso, todavía a mayoría del acrobático peronismo. La situación es crítica en Venezuela debido al desplome del petróleo en casi 70 por ciento. En Brasil, máxima potencia de LA y Sudamérica, los megaescándalos teledirigidos han puesto contra la pared a la presidenta Dilma Rousseff. Brasil se encuentra ahora detrás de la creación del nuevo cable de Internet Brics para cesar su dependencia de Estados Unidos en ese rubro.
La caída de Brasil, miembro de los Brics, marcaría el rumbo real de toda LA, cuya parte norte –con el México neoliberal itamita y la absorción paulatina del gran Caribe, incluida Centroamérica y el bloque del Cafta– ha sido controlada por Estados Unidos.
El portal filorruso otorga demasiada influencia al Celac, del cual Estados Unidos y Canadá han sido excluidos y comporta las semillas de fractura a tres niveles: 1. El bloque geopolítico/geoeconómico de Norteamérica –dominado por Estados Unidos, con sus vasallos Canadá y el México neoliberal itamita, donde los intereses de China han sido repelidos– frente al Unasur/Mercosur, encabezados por el gigante brasileño; 2. Los neoliberales filosionistas frente al nacionalismo de izquierda de la Alba, y 3. El Mercosur, apuntalado por Brasil, frente a la Alianza del Pacífico, dominada por Estados Unidos, para cerrar el paso del océano Pacífico a la conectividad de Brasil y China.
Cada uno de estos tres niveles propende más a la fractura que a la unificación, cuando no a la absorción forzada por vía de la letal guerra geofinanciera de Wall Street y la City (Londres).
Cuando parece haber sido sellado el destino del norte de la añeja LA –el México neoliberal itamita y Centroamérica, hasta el canal de Panamá y el gran Caribe: absorbidos por Norteamérica–, el futuro de Sudamérica, hoy en franco declive libertario, dependerá del epílogo de la colisión entre Estados Unidos y Brasil.
La caída de Brasil en las manos neoliberales filosionistas significaría una gran derrota geoestratégica periférica de Rusia y China, y hasta de India.
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