Editorial La Jornada
El
ex presentador de Fox News y ex gobernador de Arkansas Mike Huckabee se
sumó ayer a los políticos que habrán de disputarse la candidatura
presidencial por el Partido Republicano para los comicios del año
entrante; entre otros, el neurocirujano Ben Carson, de origen
afroestadunidense; la empresaria Carly Fiorina, Marco Rubio, de
ascendencia cubana; el hispano Ted Cruz, el oftalmólogo Rand Paul y Jeb Bush, hijo y hermano de ex presidentes.
Huckabee se estrenó ratificando sus posiciones conservadoras:
rechazo a los programas sociales, el aborto y los matrimonios entre
personas del mismo sexo; críticas a la reforma sanitaria lograda por el
actual presidente, Barack Obama; repudio a la regularización de
indocumentados extranjeros, defensa del derecho de los ciudadanos a
portar armas de fuego, entre otros puntos. En asuntos de política
internacional –que no suelen recibir mucha atención de los aspirantes
republicanos–, llamó a destruir al Estado Islámico
como se hace con las serpientes venenosasy emitió amenazas bélicas contra Irán.
Con la excepción de Jeb Bush, quien pretende presentarse como el
menos derechista de los aspirantes republicanos, el resto se apega
fielmente a las posturas más cavernarias de sectores como los votantes
evangélicos de derecha, el llamado Tea Party, e incluso los denominados
libertarios, suerte de anarquistas de ultraderecha no muy lejanos del supremacismo blanco y de teorías de la conspiración. Algunos, como Ben Carson, han adoptado tonos vitriólicos: la presidencia de Obama, dijo recientemente, es
lo peor que le ha pasado a este país desde la esclavitud.
Puede
parecer paradójico y hasta suicida que los republicanos insistan en
anclarse a las posturas más reaccionarias en lo económico, lo social y
lo moral, cuando el Partido Demócrata se encuentra centrado en
consolidarse como fuerza dominante en el centro del espectro político,
habida cuenta de que tiene casi garantizado el voto de los sectores
progresistas, quienes, en la elección próxima, no estarán
representados, a menos que se concrete la muy remota posibilidad de que
el socialista Bernie Sanders logre arrebatar la nominación demócrata a
la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, la cual parece estar muy
sólidamente posicionada. En tales circunstancias, podría parecer que el
Partido Republicano, atrincherado en actitudes anacrónicas, se
enfilaría a una derrota significativa en noviembre de 2016.
Sin embargo, no deben subestimarse el peso de la reacción en la
sociedad estadunidense ni los efectos que pudieran tener en el ánimo
social hechos como el reciente atentado fundamentalista contra una
galería de Garland, Texas, en las que se exhibía un conjunto de
caricaturas de Mahoma. Debe tenerse en mente, además, que el aparente
escenario político actual resulta inversamente parecido al que imperaba
en 1991, cuando George Bush parecía encaminarse a una segura relección
y a una victoria ante seis precandidatos demócratas sin gran presencia
política.
Pero así como en aquella ocasión la coyuntura política dio un vuelco
y el demócrata Bill Clinton le arrebató la Casa Blanca a Bush, en el
momento actual podría ocurrirle otro tanto a la esposa del primero ante
alguno de los aspirantes republicanos.
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