Democracy Now!
El
periodista ganador del premio Pulitzer José Antonio Vargas le puso un
rostro público a la crisis de la inmigración que atraviesa Estados
Unidos, tras haber sido detenido esta semana por la policía fronteriza
en McAllen, Texas. Varias horas más tarde y después de protestas a
nivel nacional, Vargas fue liberado. Dio a conocer por primera vez su
situación de inmigrante indocumentado hace tres años en un artículo
publicado en la revista New York Times y, desde entonces, su principal
tarea ha sido luchar por una reforma de la política de inmigración
estadounidense. Vargas había viajado a Texas para apoyar a miles de
niños inmigrantes indocumentados que actualmente están detenidos allí
por el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
Muchos
niños continúan huyendo de la violencia en sus países de origen en
Centroamérica, en busca de seguridad y teniendo que enfrentar grandes
riesgos en tierras lejanas. En Estados Unidos, el problema suele
caracterizarse como una “crisis fronteriza”, pero no se trata de eso.
Estamos asistiendo al fracaso de la globalización económica y de la
política exterior de Estados Unidos, exacerbado por políticas de
inmigración inadecuadas e ineficaces a nivel nacional.
Las víctimas más
recientes de esta situación son los niños que llegan a través de la
frontera en busca de seguridad, pero, sin embargo, son cruelmente
encerrados en grandes galpones y trasladados en buses a otros centros
de detención. En el trayecto, deben soportar las amenazas de hordas
extremistas que se oponen a la inmigración, para luego ser deportados a
sus países de origen, donde corren riesgo de vida.Decenas de
miles de niños cruzan la frontera desde México hacia Estados Unidos,
sin la compañía de adultos, tras recorrer miles de kilómetros en
condiciones muy peligrosas, a menudo viajando en los techos de los
trenes de carga que son controlados por bandas criminales.
Los trenes
son conocidos como “La Bestia”. Los niños que se suben a ellos deben
pagar tarifas muy elevadas y a muchos de ellos los golpean, los roban,
los violan e incluso los matan en el trayecto hacia el norte. Algunos
tienen la esperanza de reencontrarse con sus padres en Estados Unidos,
otros son enviados al extranjero por sus propios padres para evitar que
sus hijos sufran la violencia endémica de sus ciudades natales: lugares
como San Pedro Sula, el centro económico de Honduras, que actualmente
es considerada la ciudad donde se registran más asesinatos en el mundo.El
flujo de niños ha superado la capacidad del Gobierno de Estados Unidos
de hospedarlos y alimentarlos, y especialmente de brindarles el nivel
de atención que es adecuada para los niños refugiados.
En respuesta a
esto, el Gobierno ha trasladado a los niños a diferentes lugares en el
suroeste del país.Esta situación significó una oportunidad para
los grupos xenófobos y racistas de lograr la atención de los medios por
haberse enfrentado a los buses que trasladaban a los niños. En la
ciudad de Murrieta, en California, un pequeño grupo de personas estaba
protestando contra el traslado de un grupo inmigrantes a esa ciudad.
Enrique Morones, director de la organización sin fines de lucro Border
Angels (Ángeles de la frontera), se enteró de lo que estaba sucediendo
y se dirigió de inmediato al norte para verlo con sus propios ojos.
Morones dijo en el programa “Democracy Now!”: “Fue una escena horrible
ver a los niños en el bus y a sus madres llorando. No hablan inglés,
pero entienden el odio”.Enrique Morones comparó la escena con
lo sucedido en Selma, Alabama, 50 años atrás, cuando la policía bloqueó
el paso de la Marcha por el Derecho al Voto y luego desató una feroz
represión llena de odio: “Quiero dejar bien claro que fue la policía de
Murrieta, y no los manifestantes, la que obligó a los tres buses a
regresar. Mientras los buses se acercaban, la policía de Murrieta se
interpuso y les impidió el paso, algo que no tiene ningún sentido
debido a que podrían haber continuado su trayecto hasta la oficina de
la policía fronteriza.
Así que le pregunté a un oficial ‘¿Por qué
detienen a los buses aquí?’ Y, a continuación, un manifestante se
acercó y otros lo siguieron y de los cincuenta manifestantes que
estaban allí, alrededor de la mitad se pararon delante del bus, al
igual que unos veinticinco o treinta trabajadores de los medios, y
comenzaron a golpear el bus. Los manifestantes golpeaban el bus con la
bandera de Estados Unidos, mientras gritaban insultos raciales”. Fue la
intervención policial lo que dio a pie a los manifestantes.Todas
las partes involucradas deberían prestar atención al mensaje
pronunciado esta semana por el Papa Francisco sobre, en sus propias
palabras, las “decenas de miles de niños que emigran solos, sin ser
acompañados, para huir de la pobreza y de la violencia”: “Es una
emergencia humanitaria que requiere, como primera medida urgente, que
los niños sean bien recibidos y protegidos”.
El Papa abordó otro asunto
fundamental en su mensaje: “Sin embargo, estas medidas no serán
suficientes a menos que estén acompañadas de políticas que informen a
las personas sobre los peligros del viaje y, sobre todo, que fomenten
el desarrollo en sus países de origen”, afirmó.Estados Unidos
tiene una larga y sanguinaria historia de desestabilizar gobiernos
democráticos en los mismos países que ahora son la fuente de esta
última oleada inmigratoria, especialmente Honduras, Guatemala y El
Salvador. En las décadas de 1980 y 1990, los regímenes militares y
paramilitares, que contaban con el apoyo de Estados Unidos, mataron a
cientos de miles de ciudadanos en esos países. Los cárteles de drogas
de la actualidad son los herederos de esa cultura de violencia. En
Honduras, Estados Unidos apoyó el golpe de Estado de 2009 contra el
presidente electo democráticamente Manuel Zelaya.
Después de su
derrocamiento, dos regímenes sucesivos apoyados por Estados Unidos han
contribuido a lo que la catedrática de la Universidad de California
Dana Frank denominó “la intensificación de la violencia y la anarquía”.
Dana Frank afirmó: “El golpe en sí mismo fue un acto criminal y
realmente dio paso a la corrupción generalizada de la policía y en
todos los niveles del Gobierno. Y eso significa que básicamente es
posible matar a quien sea, sin recibir un castigo por ello”.José
Antonio Vargas, que llegó a Estados Unidos como un niño indocumentado
hace más de 20 años, resumió la situación desde Texas: “Cuando tienes
nueve, diez u once años no sabes lo que significa que te llamen
‘ilegal’. No entiendes cómo el enfrentamiento político que está
ocurriendo afecta tu vida, pero esto es exactamente lo que ha venido
sucediendo.
El modo en que muchos medios de noticias y el modo en que
muchos opinólogos y el modo en que muchos políticos, en particular los
republicanos, hablan sobre esta crisis humanitaria es una afrenta a
Estados Unidos y a los estadounidenses. Hace algunos días, el titular
de una noticia de CBSnews.com decía: ‘¿El aumento de los niños
inmigrantes ilegales es una amenaza a la seguridad nacional?’ Ese era
el titular. Estos niños no son ilegales, son seres humanos. Y no son
una amenaza para la seguridad nacional. La única amenaza que
representan estos niños es la amenaza de poner a prueba nuestra propia
conciencia”.
Amy Goodman, con la colaboración de Denis Moynihan© 2014 Amy GoodmanTraducción al español del texto en inglés: Mercedes Camps. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español, spanish@democracynow.orgAmy Goodman es la conductora de Democracy Now!, un
noticiero internacional que se emite diariamente en más de 800 emisoras
de radio y televisión en inglés y en más de 450 en español. Es
co-autora del libro "Los que luchan contra el sistema: Héroes
ordinarios en tiempos extraordinarios en Estados Unidos", editado por
Le Monde Diplomatique Cono Sur.
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