El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, gasta cuantiosos recursos en reuniones y sesiones especiales orientadas a buscarle nombre y justificación a los genocidios, antes que a prevenirlos o provocar la suspensión inmediata de las bárbaras incursiones armadas. Los genocidios no son guerras, si no invasiones fratricidas, crímenes de guerra calculados, de los que se obtienen beneficios políticos, culturales y económicos. Por estar en el ámbito de la Lesa Humanidad la responsabilidad política es de los gobernantes del país invasor, pero además compromete a quienes financian y promueven con cuestionadas legitimas defensas la muerte de inocentes.
El pueblo Palestino es desde hace mas de medio siglo la victima de un genocidio, en desarrollo de una hoja de ruta trazada para tal fin. Con independencia del complejo análisis político que cabe allí, los pueblos del mundo que luchan por la humanización, la dignidad y el reconocimiento de todos los seres humanos en cuanto tales, diferenciados, distintos y heterogéneos, observan con impotencia la aleve afrenta a la humanidad. Allí no hay una guerra, hay una invasión genocida y un responsable claramente identificado igual que sus aliados.
Las cifras de barbarie regularmente muestran en cada ciclo de la hoja de ruta del genocidio un aproximado de 100 palestinos muertos por un soldado israelí en la misma condición, producto de la calculada gestión. Mientras se acusa de que un misil palestino derrumba la cocina de una casa israelí sin provocar muertes, se glorifica la actuación militar por aire y tierra sobre las infraestructuras palestinas de algún barrio entero que deja una estela de cadáveres de niños, mujeres y jóvenes que antes de morir estaban sometidos a permanecer sitiados, enjaulados en su propio territorio con un muro de hormigón de cientos de kilómetros y rejas de grueso metal que dividen sus familias, creencias y culturas.
El tejido genocida esta compuesto de múltiples partes que actúan de manera directa unas y otras encubiertas. Israel es el principal receptor de recursos de apoyo bélico de los Estados Unidos en el mundo, recibe un promedio de tres mil millones de dólares al año. Y Estados Unidos que ocupa el centro hegemónico del Consejo de Seguridad de las Naciones, único capaz en teoría de emitir resoluciones para detener la invasión, es a la vez el aportante de la tercera parte de los recursos con los que el Consejo funciona y atiende su misión de sostener la paz, situación de chantaje y supremacía con la que ha invalidado mas del 90% de resoluciones contra Israel. En la misma dirección Israel es el laboratorio de creación tecnológica de guerra de U.S.A. En 2014 el Congreso autorizo al Gobierno adicionar 284 millones de dólares al programa de cooperación defensiva estadounidense-israelí, para financiar el programa de misiles israelí ‘the Arrow Weapon System’; Misiles balísticos de corto alcance y; el Interceptor de Misiles Arrow 3. En 2013 había entregado 947 millones de dólares para los proyectos Cúpula de Hierro; Honda de David y el Misil Flecha, todos ellos al parecer en fase de prueba en la actual invasión. Washington ha orientado más de 67 mil millones de dólares en ayuda militar a Israel en los últimos años y los resultados de la inversión deben ser conocidos, monitoreados con base en la eficacia y eficiencia para ser vendidos como empezaron a hacerlo con la cúpula de hierro. El gobierno de Israel en su cinismo criminal, bien podría creer y hasta señalar que Palestina es su laboratorio natural de prueba de sus inversiones tecnológicas de guerra y su población un daño colateral de la incontenible industria genocida, extendida por el planeta de la mano de trasnacionales, CIA y demás organismos del crimen estatal.
La discusión es biopolitica y la ecuación genocida sencilla: toda arma de guerra necesita ser probada en el campo, esto es, con seres vivos, con humanos para medir su efectividad y eficiencia en costo beneficio. Para probar la cúpula de hierro que es el mas avanzado sistema protector anti misiles, se requiere que de algún lado vengan misiles, de débil potencia y fácil destrucción y para probar sus propios misiles balísticos de corta potencia y el misil flecha es necesario tener objetivos reales, humanos. La barbarie se afirma con practicas de guerra sicológica permanente, vistas por los observadores silenciosos o cómplices de las Naciones Unidas como acciones humanitarias de guerra, reflejadas en que con anticipación Israel le avisa a los pobladores de un determinado sector palestino que este será bombardeado, sus casas destruidas y sus habitantes masacrados, es la lógica de que la responsabilidad de su propia muerte la tienen las victimas por no acatar a sus victimarios.
El genocidio es la principal antítesis a la existencia de un sentido de humanidad concebido por las declaraciones de derechos humanos que soportan al mismo Consejo de Seguridad, a las Naciones Unidas y a cada uno de los Estados Miembros. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas esta convertido a su mínima expresión e incompetencia para sostener la Paz. En él no participan con el mismo derecho a veto de los 5 autoelegidos los 1200 millones de musulmanes o los 1000 millones de Hindúes, ni África, ni América Latina, ni Asia. El derecho a veto es un asunto de lógica occidental y una estrategia de defensa del neo colonialismo impuesto a manera de posconflicto de la segunda guerra. Las principales discusiones del Consejo de Seguridad no son sustantivas, sobre métodos de trabajo o toma de decisiones, si no administrativas y de composición numérica. El Consejo de Seguridad no representa la realidad actual del mundo, su incapacidad legitima acciones contra la humanidad emprendidas por las potencias económicas y militares en contra de los pueblos que luchan por dignidad y soberanía y que les resultan fáciles y baratos para sus experimentos de muerte o de despojo.
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