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lunes, 26 de mayo de 2014

Un debate indispensable



Perú


En días pasados apareció en el Perú un llamamiento referido al escenario político actual y las acechanzas que asoman en el horizonte nacional a partir de las contiendas electorales ya en marcha.

En cuatro portales de Internet: “Punto de vista y propuesta”, “Nuestra Bandera”, “Jornal de Arequipa” y “Perú Insólito”, a más de diversas adhesiones en Facebook, el texto levanta tres banderas inherentes al proceso social de nuestra patria: Democracia, Independencia y Soberanía.

Ellas, por cierto, lo acercan claramente a los intereses populares y lo alejan de manera nítida y rotunda de la política de la clase dominante, sustentada en un rumbo de sometimiento y servilismo que hace escarnio de los intereses del país; y abordan un solo propósito: sumar fuerzas para impulsar un proceso liberador que agarre fuerza en la sociedad de nuestro tiempo y pueda marchar por un camino propio.

Para que ese caminos sea tangible, dice el texto: “hay que hacer la unidad de todas las fuerzas susceptibles de ser unidas contra el enemigo principal de nuestro pueblo -el imperialismo y su instrumento más directo: la mafia apro fujimorista- y abrir paso a un nuevo escenario nacional en el que sea posible desplegar la lucha social en mejores condiciones que antes”

La declaración, que ha concitado saludable interés, ha encontrado también cierta resistencia. Aun de acuerdo con el propósito, ha habido quienes han creído encontrar en el texto presentado, una cierta “tendencia” a un supuesto “oficialismo” escondido. Y es que, en efecto, cuando se habla de “las fuerzas susceptibles de ser unidas” se imagina al Partido Nacionalista o, más precisamente, al movimiento aluvional que se identificó con la candidatura de Humala apoyada luego por la Izquierda. Eso genera cierto escepticismo, y aún rechazo
Que eso ocurra, resulta comprensible: la política concreta del gobierno actual no se diferencia sustantivamente de las administraciones anteriores, turbiamente manejadas por el Fondo Monetario y retenidas por las correas del “modelo” neo liberal impuesto contra los intereses del país y de nuestro pueblo.

La presencia constante de un ministro de economía virtualmente impuesto por el gran capital, las facilidades otorgadas a la inversión extranjera, los privilegios concedidos a la clase dominante, la represión muchas veces desenfrenada contra determinados contingentes del movimiento popular y el errático impulso autoritario manejado desde altas esferas del Poder en los años de gestión gubernativa del actual mandatario; han generado un clima comprensible de desasosiego que se explica, adicionalmente, por el desencanto y la desilusión.

El no “sumar” al “ollantismo” como parte de “los enemigos del pueblo”, ha despertado una cierta suspicacia y una dosis de irritación, en algunos casos de buena fe, y en otros de simple prejuicio.

Lo que debe advertirse, sin embargo, es que el llamamiento se orienta a ver el horizonte del país amenazado, en primer lugar, por el peligro real del retorno al Poder de las Mafias que mantuvieron al Perú sumido en la barbarie y el terror en las últimas décadas del siglo XX y mostraran los dientes bajo la reciente administración de García. Hoy, éste aspira a un tercer mandato mucho más puesto que antes al servicio del Imperio, y estrechamente vinculado a la mafia fujimorista,

No es un peligro abstracto ni una amenaza boba la que importa, sino el hecho que fluye de la realidad activa, y al que debemos hacer frente en toda su dimensión, dado que constituye él elemento más peligroso en nuestro tiempo.

Y hay que ver también las cosas en el escenario continental, cuando en los pueblos situados al sur del Río Bravo crece una fuerza que rebasa fronteras y apunta hacia la unidad continental en lucha contra el Imperialismo. Ver entonces el escenario nacional, no como un factor aislado y encerrado, sino como parte de una batalla integral por la defensa de los recursos naturales, la soberanía y las poblaciones originarias, resulta indispensable.

Esto, pareciera aún no ser enteramente comprendida por quienes ven la lucha política como una confrontación interna, más bien doméstica, pequeña y aldeana.

Es bueno que se reflexione en torno al tema, porque bien puede asegurarse que la batalla de los pueblos de América Latina contra el Imperio, no se desarrolla sólo en cada país; sino que es un accionar más amplio que interconecta las experiencias y coloca a todos pueblos como destacamentos -unos más avanzados que otros- en el nivel de la más dura confrontación de nuestro tiempo.

Corresponde en esa circunstancia, no hacerse ilusiones con ninguna de las fuerzas que integran la Clase Dominante. Pero resulta indispensable también percibir que no todos representan exactamente lo mismo en todas las condiciones y momentos; y que no todos constituyen el mismo nivel de amenaza contra los pueblo. La vida misma, nos obliga a diferenciar a unas fuerzas de otras, procurando desenmascarar, aislar y derrotar a las peores.

Para ese efecto requerimos construir “poder popular”, que debiera ser una estructura material, pero puede constituir una corriente de opinión, y una voluntad común; en la que confluyan segmentos separados por diferenciar puntuales dispuestos, sin embargo, a hacer frente -y derrotar- a los principales enemigos de nuestro pueblo.

Librar la lucha en este entendido, implica enfrentar una tarea política, y no electoral. Es claro que en una determinada circunstancia, ella puede tomar la forma de una confrontación electoral que no se debe eludir, pero esa no es la batalla principal. Esta, es política. Y requiere, de cada uno de nosotros, una respuesta también política.

La unidad no es sólo una suma de fuerzas, sino que implica la capacidad de las fuerzas que suman, para concretar acuerdos válidos para todos. Ellos constituyen el pilar de la unidad que se forje e integran el programa ineludible que consolida el accionar común.

En las condiciones de hoy, y en el escenario de nuestro país, lo que necesitamos producir, y estamos en capacidad real de hacerlo; es un gobierno eficiente y honrado. Es decir, que sepa derrotar y domar a la abusiva costra burocrática que “retiene” todas las posibilidades de integración de la ciudadanía; y que maneje los recursos del Estado y del pueblo de un modo responsable y pulcro. Actuar así, es aplicar formas realmente revolucionarias, que den al traste con los procedimientos perversos impulsados en décadas pasadas. Y es, además, progresar en una ruta emancipadora y solidaria. Lograrlo, está en la capacidad de nuestro pueblo.
Por eso, el tema de fondo, no es electoral. Las elecciones municipales y regionales del 2014, y aún las nacionales del 2016, no resolverán “per sé” los problemas del Perú. Podrá avanzarse algo en ellos, si las condiciones políticas lo permiten; o habrá de colocar la lucha del pueblo en otro nivel, si eso no sucede. Pero para una u otra vía -siendo ambas de futuro- se requiere convertir la palabra en organización; la corriente, en fuerza real; la voluntad, en disciplina.

Por eso no cabe proclamar aún candidato alguno para los comicios nacionales, ni sumarse a nadie en particular. Podrá hacerse después dado que si subsiste la división y la dispersión, todos nos habremos de hundir, y sólo la Mafia podrá alzarse con la victoria. Si, por el contrario, somos capaces de juntar en una sola expresión la unidad democrática y popular que alentamos, la victoria estará garantizada cualquier sea el nombre o la identidad del candidato.

En otras palabras, no son caudillos mesiánicos los que podrán jugar un papel protagónico en esta lucha. Habrán de ser las masas populares y los hombres y mujeres, cuando sepan interpretar sus ilusiones y proyectarlas para avanzar en el camino indispensable; forjando un gobierno digno de nuestro pueblo. Parafraseando a Mariátegui, queremos un Perú Nuevo en un nuevo escenario latinoamericano.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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