Perú
En
días pasados apareció en el Perú un llamamiento referido al escenario
político actual y las acechanzas que asoman en el horizonte nacional a
partir de las contiendas electorales ya en marcha.
En cuatro portales de Internet: “Punto de vista y propuesta”, “Nuestra Bandera”, “Jornal de Arequipa” y “Perú Insólito”, a más de diversas adhesiones en Facebook, el texto levanta tres banderas inherentes al proceso social de nuestra patria: Democracia, Independencia y Soberanía.
Ellas,
por cierto, lo acercan claramente a los intereses populares y lo alejan
de manera nítida y rotunda de la política de la clase dominante,
sustentada en un rumbo de sometimiento y servilismo que hace escarnio
de los intereses del país; y abordan un solo propósito: sumar fuerzas
para impulsar un proceso liberador que agarre fuerza en la sociedad de
nuestro tiempo y pueda marchar por un camino propio.
Para que ese caminos sea tangible, dice el texto: “hay
que hacer la unidad de todas las fuerzas susceptibles de ser unidas
contra el enemigo principal de nuestro pueblo -el imperialismo y su
instrumento más directo: la mafia apro fujimorista- y abrir paso a un
nuevo escenario nacional en el que sea posible desplegar la lucha
social en mejores condiciones que antes”
La
declaración, que ha concitado saludable interés, ha encontrado también
cierta resistencia. Aun de acuerdo con el propósito, ha habido quienes
han creído encontrar en el texto presentado, una cierta “tendencia” a
un supuesto “oficialismo” escondido. Y es que, en efecto, cuando se
habla de “las fuerzas susceptibles de ser unidas” se imagina al Partido
Nacionalista o, más precisamente, al movimiento aluvional que se
identificó con la candidatura de Humala apoyada luego por la Izquierda.
Eso genera cierto escepticismo, y aún rechazo
Que eso ocurra,
resulta comprensible: la política concreta del gobierno actual no se
diferencia sustantivamente de las administraciones anteriores,
turbiamente manejadas por el Fondo Monetario y retenidas por las
correas del “modelo” neo liberal impuesto contra los intereses del país
y de nuestro pueblo.
La presencia constante de un ministro de
economía virtualmente impuesto por el gran capital, las facilidades
otorgadas a la inversión extranjera, los privilegios concedidos a la
clase dominante, la represión muchas veces desenfrenada contra
determinados contingentes del movimiento popular y el errático impulso
autoritario manejado desde altas esferas del Poder en los años de
gestión gubernativa del actual mandatario; han generado un clima
comprensible de desasosiego que se explica, adicionalmente, por el
desencanto y la desilusión.
El no “sumar” al “ollantismo” como
parte de “los enemigos del pueblo”, ha despertado una cierta suspicacia
y una dosis de irritación, en algunos casos de buena fe, y en otros de
simple prejuicio.
Lo que debe advertirse, sin embargo, es que el llamamiento se orienta a ver el horizonte del país amenazado, en primer lugar,
por el peligro real del retorno al Poder de las Mafias que mantuvieron
al Perú sumido en la barbarie y el terror en las últimas décadas del
siglo XX y mostraran los dientes bajo la reciente administración de
García. Hoy, éste aspira a un tercer mandato mucho más puesto que antes
al servicio del Imperio, y estrechamente vinculado a la mafia
fujimorista,
No es un peligro abstracto ni una amenaza boba
la que importa, sino el hecho que fluye de la realidad activa, y al que
debemos hacer frente en toda su dimensión, dado que constituye él
elemento más peligroso en nuestro tiempo.
Y hay que ver
también las cosas en el escenario continental, cuando en los pueblos
situados al sur del Río Bravo crece una fuerza que rebasa fronteras y
apunta hacia la unidad continental en lucha contra el Imperialismo. Ver
entonces el escenario nacional, no como un factor aislado y encerrado,
sino como parte de una batalla integral por la defensa de los recursos
naturales, la soberanía y las poblaciones originarias, resulta
indispensable.
Esto, pareciera aún no ser enteramente
comprendida por quienes ven la lucha política como una confrontación
interna, más bien doméstica, pequeña y aldeana.
Es bueno que
se reflexione en torno al tema, porque bien puede asegurarse que la
batalla de los pueblos de América Latina contra el Imperio, no se
desarrolla sólo en cada país; sino que es un accionar más amplio que
interconecta las experiencias y coloca a todos pueblos como
destacamentos -unos más avanzados que otros- en el nivel de la más dura
confrontación de nuestro tiempo.
Corresponde en esa
circunstancia, no hacerse ilusiones con ninguna de las fuerzas que
integran la Clase Dominante. Pero resulta indispensable también
percibir que no todos representan exactamente lo mismo en todas las
condiciones y momentos; y que no todos constituyen el mismo nivel de
amenaza contra los pueblo. La vida misma, nos obliga a diferenciar a
unas fuerzas de otras, procurando desenmascarar, aislar y derrotar a
las peores.
Para ese efecto requerimos construir “poder popular”,
que debiera ser una estructura material, pero puede constituir una
corriente de opinión, y una voluntad común; en la que confluyan
segmentos separados por diferenciar puntuales dispuestos, sin embargo,
a hacer frente -y derrotar- a los principales enemigos de nuestro
pueblo.
Librar la lucha en este entendido, implica enfrentar una tarea política, y no electoral.
Es claro que en una determinada circunstancia, ella puede tomar la
forma de una confrontación electoral que no se debe eludir, pero esa no
es la batalla principal. Esta, es política. Y requiere, de cada uno de
nosotros, una respuesta también política.
La unidad no es
sólo una suma de fuerzas, sino que implica la capacidad de las fuerzas
que suman, para concretar acuerdos válidos para todos. Ellos
constituyen el pilar de la unidad que se forje e integran el programa
ineludible que consolida el accionar común.
En las
condiciones de hoy, y en el escenario de nuestro país, lo que
necesitamos producir, y estamos en capacidad real de hacerlo; es un
gobierno eficiente y honrado. Es decir, que sepa derrotar y
domar a la abusiva costra burocrática que “retiene” todas las
posibilidades de integración de la ciudadanía; y que maneje los
recursos del Estado y del pueblo de un modo responsable y pulcro.
Actuar así, es aplicar formas realmente revolucionarias, que den al
traste con los procedimientos perversos impulsados en décadas pasadas.
Y es, además, progresar en una ruta emancipadora y solidaria. Lograrlo,
está en la capacidad de nuestro pueblo.
Por eso, el tema de
fondo, no es electoral. Las elecciones municipales y regionales del
2014, y aún las nacionales del 2016, no resolverán “per sé” los
problemas del Perú. Podrá avanzarse algo en ellos, si las condiciones
políticas lo permiten; o habrá de colocar la lucha del pueblo en otro
nivel, si eso no sucede. Pero para una u otra vía -siendo ambas de
futuro- se requiere convertir la palabra en organización; la corriente,
en fuerza real; la voluntad, en disciplina.
Por eso no cabe
proclamar aún candidato alguno para los comicios nacionales, ni sumarse
a nadie en particular. Podrá hacerse después dado que si subsiste la
división y la dispersión, todos nos habremos de hundir, y sólo la Mafia
podrá alzarse con la victoria. Si, por el contrario, somos capaces de
juntar en una sola expresión la unidad democrática y popular que
alentamos, la victoria estará garantizada cualquier sea el nombre o la
identidad del candidato.
En otras palabras, no son caudillos
mesiánicos los que podrán jugar un papel protagónico en esta lucha.
Habrán de ser las masas populares y los hombres y mujeres, cuando sepan
interpretar sus ilusiones y proyectarlas para avanzar en el camino
indispensable; forjando un gobierno digno de nuestro pueblo. Parafraseando a Mariátegui, queremos un Perú Nuevo en un nuevo escenario latinoamericano.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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