El
18 de Mayo pasado se conmemoró un año más de la muerte de José Gabriel
Condorcanqui Noguera (cacique de Surimana, Tungasuca y Pampamarca, en
Cusco), más conocido como Túpac Amaru II (descendiente de Túpac Amaru
I, educado en el colegio San Francisco de Borja, era culto, hablaba
latín y conocía la obra de Garcilaso de la Vega), quién en un acto
heroico contra el abuso del imperio español lideró una insurrección
armada que marcó un punto de inflexión en la historia del siglo XVIII
planteando un debate sobre el carácter de su subversión y las
implicancias históricas.
Y en efecto, aun hoy, hay académicos que
caracterizan el levantamiento de Túpac Amaru solo como una rebelión por
ser éste un arriero rico y por “no plantear la ruptura con el sistema
colonial de entonces”. Pero si uno analiza a profundidad el movimiento
tal cual es (“con arrugas y todo” como diría Cromwell), pues, podrá
descubrir que en la historia hay líderes como Fidel Castro que bajo
ciertos contextos históricos (de ascenso de la élite indígena, opresión
a la plebe y de victorias de las revoluciones francesa y
norteamericana), rompen con su extracción de clase acomodada y asumen
posiciones plebeyas como Túpac Amaru II (más aún si hay una rabia
generalizada contra los colonizadores).
Y en el caso del
programa, pues, si bien es verdad, todo comenzó con el reclamo formal
de su título como Inca (según Burga había una mitificación sobre el
Inca), pues, esta consigna, por su propia dinámica, le hizo entrar en
colisión con los españoles, quienes por su carácter imperial, querían
imponer nuevas reformas borbónicas (la alcabala que afectaba a los
caciques, el tributo indígena y la mita minera), para satisfacer las
demandas de la metrópoli y el Rey Carlos III.
Estas
contradicciones conllevaron al ajusticiamiento y muerte del corregidor
de Tinta, Antonio Arriaga (expresión simbólica y radical de la
revolución social), polarizando la lucha entre imperialistas y
subversivos indígenas. Pero Túpac fue astuto y realizó una amplia
política de alianzas con algunos criollos como Miguel Montiel, Felipe
Bermúdez, Francisco Molina (hacendado de El Collao), Francisco Cisneros
(redacto cartas y proclamas), e incluso mestizos y clericos que
hablaban quechua y aymara (varios traicionarían cuando calcularon que
la revolución podría fracasar o arrebatarles sus privilegios).
Por
estas razones, Túpac, que contaba con un batallón de más de 40 mil
hombres, se radicalizó levantando la bandera de la abolición de la
esclavitud en América (abolió la de los negros el 16/11/80), y la
instauración de una República de Indios, de connotación nacional y
continental (influenció en lo que hoy es Argentina, Venezuela, Uruguay
y Haití).
Como dice el sociólogo Manuel Dammert, “…desarrolla
la rebelión contra los fundamentos organizativos mismos de la represión
colonial como la mita…”, convirtiendo la misma en una revolución
política. Lo mismo señala el historiador Guillermo Lumbreras (Leer: A
500 años de la invasión europea al nuevo mundo). Por eso es importante
“no confundir el primer día del embarazo con el nacimiento del bebé”. Y
es que la rebelión, por los diversos factores que intervienen en la
guerra, se puede convertir en una insurrección y la insurrección en una
revolución política o social.
No obstante, en el caso de Túpac
Amaru II, después de vencer a un batallón de 1200 soldados en
Sangararà, fue derrotado por el visitador José Antonio de Areche al
mando de un ejército de más de 17 mil soldados (integrados por
indígenas de Cartagena de Indias), dejando tareas revolucionarias
inconclusas que hasta el día de hoy no han sido resueltas como es el
tema de la soberanía nacional, la justicia social, la tierra, la
democracia y la libertad.
Según algunos historiadores, uno de
sus graves errores fue no tomar la ciudad del Cuzco (por no querer
enfrentarse con los indios pro España y por esperar el apoyo insurgente
aymara de Pedro Vilcapaza y Túpac Katari), como le aconsejo Micaela
Bastidas. Un error estratégico militar que le costó la vida a él y a su
familia, quienes fueron descuartizados bajo las órdenes de l virrey
Jáuregui y Aldecoa, como un mensaje político de terror para el resto de
indígenas que osaran rebelarse. Entre los otros errores señalan la
traición de Francisco Santa Cruz y el de levantar una consigna que en
vez de unir dividía como era la del regreso al Imperio Inca, que tenía
el rechazo de comunidades como los chancas, etc.
Sin embargo, Túpac Amaru II, a la misma vez que cierra un ciclo de
luchas originarias, marcó un hito en las mentes y corazones de los
indígenas e incluso blancos que luego tendrían participación decidida
en la gesta de la emancipación o de escritores como José M. Arguedas
cuando redactó “…De tu inmensa herida, de tu dolor que nadie habría
podido cerrar, se levanta para nosotros la rabia que hervía en tus
venas… ¡Somos todavía! Voceando tu nombre, como los ríos crecientes y
el fuego que devora la paja madura…hasta que nuestra tierra sea de
veras nuestra tierra…” (A nuestro padre creador Túpac Amaru).
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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