Guatemala
Prensa Libre
Cuando el gobierno defiende intereses particulares, pierde autoridad.
Los cambios suceden de modo tan sutil y solapado que muchas veces la
población los recibe como una evolución natural de la política. Sin
embargo, la transición de un régimen democrático a uno autoritario nada
tiene de inocente. Es la estrategia más socorrida de quienes, en su
intento de eternizarse en el poder, van cerrando espacios al diálogo y
a la participación ciudadana.
Mantenerse alerta es la
primera prioridad de una sociedad deseosa de alcanzar el desarrollo en
un sistema democrático. Abrir los ojos y detectar los signos del
autoritarismo es una medida de supervivencia y nadie está exento de
responsabilidad cuando esos signos se dejan pasar como algo inevitable.
Las acciones violentas contra manifestantes pacíficos que buscan
soluciones razonables a conflictos de intereses, no es más que una de
esas señales de peligro.
Otra, muy importante, es la
concentración de fuerza política, cuando a través de mecanismos
subrepticios y la intervención de actores poco transparentes se
neutraliza la independencia de los poderes del Estado, con la intención
de reunir en un solo puño toda la fuerza de la autoridad. Es entonces
el momento de encender las alertas porque la democracia está en
peligro.
Para algunos resulta curioso cómo esta involución
hacia regímenes dictatoriales cuenta, muchas veces, con el apoyo de una
parte importante de la población. Sin embargo, este fenómeno también
responde a una hábil estrategia de desestabilización psicológica por
medio de una sensación de peligro latente, caos, pobreza y pérdida de
acceso a los servicios básicos, garantizados en la Constitución.
Mantener a la ciudadanía ignorante de sus mecanismos de apoyo siempre
resulta ventajoso para quienes, desde los círculos más elevados del
poder, mueven todos los hilos.
El quid está en cómo se van
esclerotizando las venas del sistema hasta obstruirse por completo,
dejando todas las decisiones en manos de un puñado de individuos cuyo
objetivo esencial es conservar el mando por tanto tiempo como sea
posible, no importando cuál sea el costo para el resto de la sociedad.
Perdidos en esa borrachera de poder cuya principal característica es un
total alejamiento de la realidad, basan sus decisiones en conceptos
abstractos y regresan al establecimiento de normas diseñadas en función
de ese objetivo.
Mientras tanto, la ciudadanía va perdiendo
toda posibilidad de manifestación. Sus demandas serán satisfechas en la
medida que se plieguen a las nuevas reglas del juego, uno de cuyos
principios es la idea de que la voz popular no tiene valor alguno y a
la masa es necesario "educarla" y someterla, jamás escucharla y mucho
menos dar satisfacción a sus exigencias.
Durante muchas
décadas prevaleció este modelo, repetido una y otra vez en todos los
países latinoamericanos, cuya historia ha estado jalonada de tragedias,
masacres, genocidio y revueltas sociales. Los países han ido superando
las dictaduras con el dolor de enormes pérdidas humanas y la mayoría ha
jurado no repetir la historia. Esto, hasta que algún ego mesiánico
intenta nuevamente esa insensata aventura.
Nota:
El
día en que fue publicado este artículo, se respaldaba en el mismo medio
(Prensa Libre) el proyecto minero que desató las protestas y acusaba a
"personas extranjeras que parecían estar a cargo de dirigir las
acciones de resistencia". Ver editorial: http://www.prensalibre.com/opinion/Opinion-Editorial-La_Puya_0_1144685840.html
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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