Paula Giménez y Matías Caciabue|
Este sábado 22 de junio cerraron las listas electorales que, luego de
las primarias del mes de agosto, establecerán la conformación de un
nuevo gobierno para el país en las elecciones generales de octubre. A
partir de las definiciones preelectorales alcanzadas, compartimos aquí
una serie de reflexiones sobre el momento político y económico que
atraviesa el país.
Macri-Pichetto: ¿un cambio dentro del cambio?
La reciente elección de Miguel Ángel Pichetto como compañero de
fórmula de Mauricio Macri, en la búsqueda por su reelección, pretendió
instalarse como una “gran sorpresa” de campaña.
Pichetto ha permanecido en la trama del poder institucional desde que
fue elegido parlamentario en 1993. Actuando siempre como una figura
política que imita el desempeño de un senador romano, en tiempos de
macrismo, el rionegrino se constituyó en un actor clave del “cogobierno”
que un sector del peronismo le otorgó al proyecto de restitución
neoliberal.
Ese rol de cogobernante –oposición institucional formal,
representación de un mismo bloque histórico de intereses- fue siempre
elogiado por actores neoconservadores de la Alianza Cambiemos (como el
ministro del interior Rogelio Frigerio) y reconocido públicamente por
las autoridades trumpistas del Consejo de Estado norteamericano, así
como del Directorio de la Reserva Federal y su extensión mundial, el
Fondo Monetario Internacional.
En otras palabras, una trama de actores económicos y políticos
locales e internacionales promovió una estrategia de ampliación política
formal del neoliberalismo como proyecto político, con la valorización
financiera y la reprimarización productiva como ejes propuesta
económica.
Evidentemente Pichetto no habría sido la primera opción. Más de una
decena de reuniones con el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, lo
confirman. Detrás de Pichetto no se ubican votos, sectores políticos,
gobernadores y/o figuras políticas de primer nivel.
Eso quedó señalado con claridad a partir de la extinción de la
propuesta electoral que se conoció como “Alternativa Federal”, donde el
actual compañero de Macri aparecía como uno de sus formuladores, y que
ahora se ha reciclado, con muy poca fuerza, en la fórmula del economista
Roberto Lavagna acompañado por el gobernador salteño Juan Urtubey.
Entonces,
¿por qué Macri eligió a Pichetto? Porque, centralmente, necesitó
contentar a las autoridades del Fondo Monetario Internacional. Hay, en
esta elección, una especie de “cambiar para no cambiar”, dado que el
actual senador y eterno lobista y rosquero no expresa nada más allá de
su notable poder de fuego institucional.
El nombramiento de Pichetto fue bien acogido, por supuesto, por “los
mercados”, es decir, por la veintena de actores financieros del poder
económico global. Después de todo, son ellos los tenedores mayoritarios
de los títulos de la deuda pública del país y los propietarios de
acciones de las grandes empresas argentinas cotizantes en Bolsa,
mayoritariamente del sector bancario, agroalimentario, energético y de
la construcción [1]) como JP Morgan, BofA, BlackRock, StateStreet, HSBC,
Goldman Sachs, Deustche Bank, AXA, entre otras.
El alineamiento geopolítico neoconservador fue explícito en el propio
Miguel Ángel Pichetto al día siguiente de su nombramiento como
compañero de fórmula de Mauricio Macri: “Nuestras vinculaciones ya no
son con países complejos de Medio Oriente, Rusia, China, con quienes hay
que tener relación por supuesto, pero hay que ubicarse definitivamente
en un perfil occidental y volver a la relación histórica con los Estados
Unidos” [2].
La premura de Pichetto por brindar tamaña definición pone en
evidencia, además, la falta de un gobierno activo en la vida de los
argentinos y argentinas, convencidos que están en manos de un gobierno
sin iniciativa política, donde el grueso de la política oficial se
diseña en los cuarteles generales del FMI en Washington. Para cualquier
argentino y argentina del común se hace evidente la total falta de una
dirigencia oficialista que señale públicamente el rumbo, más allá de las
reiterativas frases hechas, testeadas antes en redes sociales y en
grupos focales.
Esa situación es, incluso, reconocida por el diseño de la estrategia
comunicacional y política del gobierno de la ahora “ampliada” Alianza
Cambiemos. De hecho, toda la pauta publicitaria oficial del gobierno,
pensada con un claro sentido electoral, se realiza a partir de una
empática utilización de videos realizados por celulares que muestran
obras públicas con relatos y festejos de –supuestos- ciudadanos
desconocidos.
“Tenemos que cambiar la cabeza. Ustedes no tienen que ser los
protagonistas”, afirmó supuestamente el jefe de gabinete macrista Marcos
Peña en un importante encuentro de campaña de Cambiemos, donde se puso
en marcha una apuesta electoral con el ojo puesto en la utilizada por
Jair Bolsonaro para ganar en Brasil. El influyente jefe de gabinete
interrogó: “¿Hoy quién llama por teléfono? Hoy nos pasamos cuatro meses
al año mirando la pantalla del celular. El 90 por ciento de la gente usa
WhatsApp; 80%, Facebook y el 70%, Instagram” [3].
Asistimos entonces, en algún punto, a la puesta en marcha de un
gobierno invisible, de un gobierno que pretende pasar inadvertido, que
sólo es activo en la política represiva de Patricia Bullrich (ministra
de seguridad) y en el manejo monetarista de Nicolás Dujovne (ministro de
economía). Este (des)manejo tiene la intención de anular a la política
como herramienta de transformación social, al tiempo que promueve la
naturalización del gran despojo (acumulación por desposesión) que ha
provocado un gobierno de muy ricos para muy ricos.
El oficialismo, para sostenerse y vencer en las elecciones de octubre
de este año, busca convencer a las argentinas y argentinos de que el
apoyo a ellos es la aceptación colectiva de una situación de
injusticias, a manera de un gran “sacrificio colectivo” del que sólo
podremos salir con el “esfuerzo” de todas y todos, algo que, por
supuesto, no realizan aquellos conciudadanos que “ignoran” el pasado de
corrupción de los últimos 70 años de una uniforme, monocromática y no
explicada historia política y social argentina.
En su batería de argumentos, el gobierno de Cambiemos apuesta, a su
vez, por la profundización del escenario de guerra jurídica (lawfare)
contra las figuras de la oposición política y social. A esta altura, el
Juez Claudio Bonadío se ha convertido en la caricatura grotesca de su
par brasilero, Sergio Moro, el responsable de la injusta y mafiosa
detención de Lula Da Silva.
Dentro y fuera del laberinto electoral
En
el medio de todo este conflicto, de esta “guerra de baja intensidad”,
la fuerza social de oposición política, que se constituyó a partir de
los hechos de diciembre de 2017 –con las protestas callejeras contra las
reformas previsional y laboral-, ha admitido mayoritariamente que la
apuesta electoral central pasa por la fórmula de Cristina Fernández de
Kirchner y Alberto Fernández, exjefe de gabinete de Néstor y Cristina
Kirchner que desde su distanciamiento en 2008 se había dedicado al
armado de espacios de oposición-.
En tal sentido, el alineamiento de actores gremiales y políticos
detrás de esta fórmula es hoy más amplio que aquel que el 9 de diciembre
de 2015 despidiera a CFK como presidenta del país .La alianza de
sectores y actores que el kirchnerismo ahora aglutina cuenta con la
reciente incorporación de actores sindicales de peso, como la Federación
de Camioneros (del dirigente gremial Hugo Moyano), y territoriales,
como el Movimiento de Trabajadores Excluidos (ligado al dirigente Juan
Grabois), el Movimiento Barrios de Pie (vinculada a la diputada Victoria
Donda) y la Corriente Clasista y Combativa (ligada al PCR).
Por otro lado, Alberto Fernández ha podido resolver las tensiones del
kirchnerismo con algunos gobernadores peronistas (Manzur de Tucumán,
Uñac de San Juan, entre otros) y sumar a Sergio Massa, una figura
política que concentró más de cinco millones de votos en la primera
vuelta electoral de 2015, que en ballotage se inclinó por Mauricio Macri
en detrimento del candidato peronista Daniel Scioli, y del que se
cuenta con una abundante documentación sobre sus vínculos con la
embajada de EEUU a partir de las denuncias realizadas por Julian Assange
y su Wikileaks.
Vale afirmar, entonces, que se cierne una disputa sobre la visión que
conducirá las políticas de un eventual nuevo gobierno. En ese marco,
pareciera que el kirchnerismo, a partir de la nominación de Alberto
Fernández como candidato a presidente, intenta delinear la conformación
de un “polo productivo”como el conformado en el ciclo 2002-2003.
Para ello cuenta, por estos días, con el apoyo del grueso de las
organizaciones territoriales y sindicales, con una porción importante
del sector universitario y profesional, con la pequeña y mediana
empresa, y con una convocatoria abierta (no cerrada) a los grandes
grupos económicos locales (el sector de la UIA articulada por el
empresario y diputado José Ignacio de Mendiguren), sector que, en algún
momento, supo empujar el Proyecto Mercosur como propuesta argentina de
inserción al mundo –contrario al Proyecto ALCA-.
El trazado de este “polo productivo” se terminará de delinear a
medida que se caliente la confrontación con el “polo financiero”, ese
que cabalmente se expresa en el gobierno neoconservador de Mauricio
Macri. Por supuesto, vale reconocer que “producción” y “finanzas” hay en
uno y otro polo de la conflagración electoral de octubre.
Así como las grandes cadenas de valor que enlazan la producción
agroalimentaria argentina (y que encuentra representación institucional,
entre otros, en el actual Secretario de Agricultura Luis Etchevehere)
están subordinadas a la lógica de la valorización financiera que
construyó la Alianza Cambiemos (la bicicleta de LEBAC´s y LELIQ´s),
dentro del “Frente de Todos” hay jugadores que apuestan por estrategias
“financieras” para resolver la actual crisis de la economía argentina.
Entre
ellos destaca Guillermo Nielsen, principal asesor económico de Alberto
Fernández, que proyecta atar las riquezas del yacimiento petrolífero de
Vaca Muerta –el más grande del país- al pago de la deuda externa
contraída por Macri y sus amigos a ambos lados del mostrador del Estado
argentino.
“Para salir del problema económico necesitamos políticas de Estado en
Vaca Muerta, algo que nos da la posibilidad de incrementar
exportaciones y, por ende, mayor oferta de divisas que harán más fácil
el pago de la deuda”, anunció Nielsen en una entrevista [4].
Valen, entonces, un par de preguntas: ¿De dónde se van a obtener los
recursos para reconstruir las reservas del país? ¿Con quéfondos vamos a
atender las necesidades urgentes de los sectores populares? ¿En serio no
vamos a auditar la deuda externa contraída por Macri, salpicada de
muchas inconsistencias económicas y legales, y qué sólo ha servido para
sostener la bicicleta financiera en función de los intereses económicos
representados en su propio gobierno?
La salida para el campo popular
La restitución neoliberal ha sido muy violenta y
veloz en la Argentina. Aún con las complejidades que atravesamos, todos y
cada uno de los actores económicos, políticos y sociales del campo
popular se verán comprometidos a tomar partida por un polo de la
antinomia que señala el crucial momento electoral que empieza a vivir el
país, aun sabiendo que la esperada y deseada derrota del macrismo en
las urnas abrirá un “gobierno en disputa”.
En ese escenario, la salida actual de los sectores populares ante el
“gobierno invisible” de la Alianza Cambiemos sigue siendo una sola…
* desplegar la máxima unidad, resistencia y calle contra el macrismo;
* acompañar al binomio Fernández-Fernández como la fórmula para la inclusión y la justicia social.
*enfrentar toda política que sea en contra delos intereses nacionales y populares;
* empujar e incentivar toda política que sea en favor de los sectores populares;
En eso estamos. Hacia allá vamos, confiados en la fuerza popular.
Notas
* Investigadores argentinos del Centro Latinoameri