La Jornada
Ayer, agentes de la
Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés)
catearon por segunda ocasión la residencia de Paul Manafort, quien el
año pasado fungió como jefe de campaña del hoy presidente Donald Trump.
El allanamiento ocurre en el contexto de una de las investigaciones por
la presunta injerencia del gobierno ruso en el reciente proceso
electoral que culminó en noviembre con el triunfo de Trump sobre su
rival demócrata, Hillary Clinton, y en el que, según diversos
señalamientos, Moscú habría buscado favorecer al republicano. Ya a
finales del mes pasado la FBI había practicado una diligencia semejante
en la casa que Manafort posee en Virginia.
Cabe recordar que, además de la pesquisa en curso por esa dependencia
federal, hay otras dos por el mismo asunto en la Cámara de
Representantes y en el Senado, así como otras tantas por supuesta
obstrucción de la justicia por parte de Trump, y que además de Manafort
se encuentran bajo investigación el hijo mayor y el yerno del magnate
neoyorquino, Donald Trump Jr. y Jared Kushner, respectivamente. Esos
mismos señalamientos llevaron a la temprana renuncia del asesor de
Seguridad Nacional Michael Flynn y obligaron al secretario de Justicia,
Jeff Sessions, a permanecer al margen de la investigación
correspondiente, pues se sospecha que él mismo participó en encuentros
secretos con representantes de Moscú.
Además de las pesquisas oficiales de Trump y de su entorno por la
posible colusión con agentes rusos para perjudicar a Hillary Clinton en
la pasada campaña, que constituyen por sí mismas una pesadilla para la
Casa Blanca, el equipo presidencial parece condenado a una permanente
inestabilidad. Desde antes de tomar posesión del cargo, en enero pasado,
Trump empezó a perder colaboradores, ya fuera por despidos o por
inconformidades por su disparatada manera de tomar decisiones. Así
quedaron al margen el especialista en temas de seguridad Mike Rogers y
el diplomático Eliot A. Cohen (ambos, dimitentes), el especialista en
Medio Oriente Derek Harvey y la fiscal general Sally Yates (despedidos).
Posteriormente las bajas han sido particularmente notorias en el equipo
presidencial de comunicación: Mike Dubke, Sean Spicer, Michael Short y
Anthony Scaramucci. Además del ya mencionado Flynn, del escandaloso
despido de James Comey como jefe de la FBI, a quien Trump habría
prohibido investigar sus nexos rusos, y de la salida de Reince Priebius
como jefe de gabinete. Todo ello, en apenas ocho meses.
Por lo demás, el círculo de colaboradores del mandatario no
sólo se ha caracterizado por las constantes defecciones y expulsiones,
sino también por las inagotables infidencias, muchas de las cuales han
terminado en filtraciones a los medios que han causado, a su vez,
boquetes adicionales a la nave de Trump.
Sin duda, la asombrosa incapacidad del magnate republicano para
conformar un equipo de trabajo estable ha sido un factor en las
sucesivas derrotas experimentadas por la Casa Blanca en los organismos
legislativos y judiciales del país vecino y que han detenido u
obstaculizado el empecinamiento de Trump en echar del país a la mayor
cantidad posible de trabajadores inmigrantes y en demoler el sistema de
seguridad soci
al
establecido por su antecesor en el cargo, Barack Obama. Pero esa falta
de cohesión también coloca a la Casa Blanca y a su jefe en una situación
particularmente vulnerable ante las investigaciones paralelas que
realizan ambas cámaras y el Departamento de Justicia –este último, por
conducto de la FBI– en torno a los presuntos tratos indebidos con
funcionarios, representantes o simples ciudadanos rusos y a la supuesta
confabulación entre el equipo republicano de la pasada campaña
presidencial y agentes extranjeros. Por todas esas razones, el futuro de
la administración Trump es de pronóstico reservado.
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