Revista Zoom
La organización que
supo ser estrella del consenso regional en la última década cayó en
desgracia y su ausencia suma otro capítulo a una Venezuela que parece
condenada al abismo.
“La Unasur nació en un momento en el que
varios gobiernos compartían cierta ideología, pero ahora ha habido este
reposicionamiento, que explica en buena parte lo que está pasando”,
sostuvo recientemente el analista Francisco López-Bermúdez, de la
privada Universidad San Francisco de Quito, en diálogo con la agencia de
noticias AFP.
Un argumento similar utilizó el ex ministro de
Hacienda de Colombia, Rodrigo Botero Montoya, cuando escribió una
columna de opinión en el diario brasileño O Globo titulada
“Enterrar a la Unasur” y citada por el sitio Nodal: “La Unasur surgió
como una iniciativa para promover la revolución bolivariana a través de
un foro regional en tiempos de un boom del petróleo y cuando la
proximidad ideológica de Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner le
permitía a Hugo Chávez hablar del eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires. (…)
La Unasur es un producto de un momento histórico particular, que
desapareció. Hoy es un cuerpo que reclama un entierro piadoso”.
El último secretario general de la organización, el colombiano Ernesto Samper,
en cambio, cree que se trata sólo de “un momento de dificultades”.
“Este momento no difiere de otros que la Unasur vivió en el pasado”,
opinó. El ex presidente colombiano explicó aZoom que “la situación de la
organización no tiene ninguna justificación en las circunstancias
actuales de la región” y responsabilizó a “las normas del consenso, que
están previstas en los estatutos fundamentales y que obligan a que
cualquier decisión deba ser tomada con la aquiescencia de los doce
países que integran la comunidad”. “Esto hace muy difícil ponerse de
acuerdo sobre un nombre para cualquier tipo de nominación”, completó el
veterano dirigente latinoamericano.
Samper reconoce que Unasur nació en un momento político muy particular, pero no cree que ese contexto defina a la organización.
“Nació como una respuesta política a una coyuntura política que reflejó
los efectos que el modelo neoliberal, que privilegió el crecimiento
sobre la inclusión social, tuvo sobre la gobernabilidad y el agotamiento
de los mecanismos del sistema interamericano, liderado por la OEA (…)
Esa coyuntura fue superada, a pesar de que existían diferencias
ideológicas entre los países” sudamericanos. Para el politólogo
argentino, Alejandro Frenkel, ‘Brasil abandonó el proyecto sudamericano,
aún cuando Dilma (Rousseff) estaba en el poder”.
Cuando la
Unasur nació, formalmente en marzo de 2008, la integraban presidentes
que estaban muy lejos, ideológicamente hablando, del llamado eje
bolivariano o de los gobiernos de centro izquierda de la época. El
colombiano Álvaro Uribe, el paraguayo Nicanor Duarte y el peruano Alan
García no sólo firmaron el acta que constituyó la organización regional,
sino que se sometieron a ese foro para dirimir los conflictos más
calientes y sensibles de aquellos años. Sin duda la cumbre que quedará
para la historia fue la de agosto de 2009 en Bariloche.
Por
primera vez, los máximos líderes del subcontinente discutieron sus
diferencias frente a las cámaras de televisión durante horas, sin
disimular broncas, malos humores y viejas enemistades, y,
principalmente, sin la presencia de Estados Unidos. El tema central, la
firma de un tratado de cooperación de defensa entre Colombia y Estados
Unidos que le habilitaría a este último numerosas bases militares en el
territorio sudamericano (lo que finalmente no sucedió), desnudó una
grieta que aún divide la región: la alineación de países con Estados
Unidos y su consecuente injerencia en la política y economía locales.
Los
colores políticos cambiaron para muchos de los gobiernos que
protagonizaron la cumbre de Bariloche y las diferencias ideológicas aún
enfrentan, de la misma manera enardecida, a muchos de los países
miembros de la región; sin embargo, hace tiempo que no utilizan la
Unasur como foro para debatir y buscar el más mínimo consenso.
El politólogo argentino y becario del Conicet, Alejandro Frenkel sostiene que lo que cambió en estos últimos años fue la agenda política de la mayoría de los países. “Unasur
nació con una agenda que hoy los gobiernos sudamericanos no tienen
interés en profundizar. No tienen intención de regionalizar la defensa y
la energía, de hacerlo a través de proyectos de desarrollo industrial”,
explicó el especialista que ofició entre 2009 y 2013 como delegado
argentino del Consejo de Defensa Sudamericano, uno de los doce órganos
en los que está dividido el trabajo técnico de la Unasur.
Las principales iniciativas industriales de Unasur, por ejemplo en materia de defensa, quedaron truncas.
Uno
de los proyectos más importantes que se llegó a aprobar en el pico de
actividad del Consejo de Defensa Sudamericano fue la construcción de un
avión de entrenamiento para pilotos, con diseño y producción
completamente latinoamericanos. Fue una iniciativa argentina a la que
luego se plegó Brasil. Hubo reuniones técnicas en la Fábrica Argentina
de Aviones –la empresa que reestatizó en Córdoba en 2009 Cristina
Fernández de Kirchner de manos de la estadounidense Lockheed Martin–
pero nunca llegó a concretarse. “Brasil puso palos en la rueda e incluso
llegó a presentar otro proyecto, el de fabricar drones”, contó Frenkel.
Ninguna de las iniciativas se hizo realidad.
Para el politólogo
argentino, “Brasil abandonó el proyecto sudamericano, aún cuando Dilma
(Rousseff) estaba en el poder”. “La Unasur fue un proyecto que impulsó
Brasil para fortalecer su rol de potencia regional, pero muy pronto
muchos otros países asumieron un rol protagónico que Brasilia no
esperaba. Entonces se estableció como árbitro, no tenía una agenda
propositiva, sino que mediaba. Brasil es bastante responsable del declive de la Unasur”, sentenció el ex delegado argentino.
En
abril pasado, cuando la Argentina asumió la Presidencia pro témpore, la
Cancillería del gobierno de Macri prometió liderar la organización “con
el espíritu de elaborar planes concretos que nos acerquen a los ideales
de integración regional que fundamentaron la creación” del bloque
sudamericano. Para Samper, el valor que dio origen a Unasur y que sigue
siendo su mayor ventaja es dar “un enfoque político a los temas
económicos y sociales y eso es lo que permite que juegue un rol de
liderazgo político en la región”. La ex canciller argentina, Susana
Malcorra, en cambio, consideró que “las bases de la idea original de la
Unasur” estuvieron marcadas por el deseo de “integrar la infraestructura
para propiciar el aumento del comercio intra región y el aumento a la
inversión directa en la región”, según explicó en una conferencia de
prensa en el Palacio San Martín junto a la directora del Foro Económico
Mundial para América Latina, Marisol Argueta de Barillas, en el inicio
de lo que los medios bautizaron como el Mini Davos.
En esa misma
conferencia de prensa, opinó que hasta ahora “ha habido mucha dialéctica
de integración pero poca práctica” y prometió “ir de los dichos a los
hechos y empezar trabajar”. Como ejemplo de cómo Argentina, la actual
presidente temporal de Unasur hasta abril de 2018, buscará liderar la
organización sudamericana, Malcorra mencionó al Mercosur como “una forma
de potenciar las economías”. En paralelo, anunció que el Mercosur y la
Alianza del Pacífico comenzarían a “trabajar para encontrar mecanismos
de acercamiento y de estructuración de nuestro vínculo”.
Desde
que Argentina asumió la presidencia de Unasur su única iniciativa ha
sido impulsar la candidatura del actual embajador en Chile, José Octavio
Bordón, como secretario general. Según la prensa brasileña, Temer
le habría dado el visto bueno al ex embajador en Estados Unidos de
Néstor Kirchner y ex consultor de la OEA durante los años de Cristina
Fernández. Sin embargo, el nombre de Bordón no parece conseguir el
consenso de los doce países de América del Sur.
En mayo pasado, al
mismo tiempo de la asunción presidencial de Lenin Moreno en Quito, la
Unasur había convocado una cumbre de presidentes para tratar la crisis
en Venezuela y en Brasil, dos temas urgentes que encabezan la agenda
regional hace un tiempo ya. Sin embargo, la falta de consenso hizo que
la cita se cayera nuevamente. Desde entonces, Argentina, como país
que ocupa la presidencia de la organización, no ha impulsado, al menos
públicamente, el foro de la Unasur. Sí lo hizo con Mercosur o con la OEA
al llevar Malcorra personalmente varias iniciativas para presionar al
gobierno venezolano de Nicolás Maduro.
No hace mucho, el ex
canciller de Lula, el veterano diplomático Celso Amorim, dijo en una
entrevista: “El hecho de no dar énfasis a un determinado proceso también
lo debilita. No se necesita acabarlo formalmente, basta con no querer
más resolver los problemas de América del Sur en la Unasur y llevarlos
directamente a la OEA”.
En ese sentido, hace sólo unos días el
propio Samper reconoció que la mediación de Unasur en Venezuela, a
través de la cual la organización intentó crear una mesa de diálogo
entre gobierno y oposición el año pasado, “está absolutamente congelada”.
El entonces secretario general había impulsado una misión integrada por
los ex presidentes de España, Jose Luís Rodríguez Zapatero, de Panamá
Martín Torrijos, y de República Dominicana, Leonel Fernández. El
esfuerzo diplomático fracasó en diciembre pasado, cuando la coalición
opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) abandonó la mesa de
negociación por considerar que el gobierno de Maduro había incumplido lo
pactado.
Rápidamente, el gobierno paraguayo del empresario
Horacio Cartes se apuró a proponer una alternativa. Su canciller Eladio
Loizaga sugirió crear “un grupo de amigos” de Venezuela. No detalló, sin
embargo, quiénes podrían ser los países amigos del país caribeño. Uno
de los elementos que enturbia aún más el horizonte político de Venezuela
hoy es que no parece haber gobiernos extranjeros u organizaciones
regionales con la legitimidad para llevar a la mesa de negociación tanto
al gobierno como a la oposición y evitar un conflicto armado de
proporciones imposibles de pronosticar. Los gobiernos de las cuatro
principales potencias del continente –Brasil, Argentina, México y
Estados Unidos– fueron claros en su apoyo a uno de los dos grandes
actores de la crisis, la oposición; la OEA, dirigida por Luis
Almagro, se convirtió en el enemigo más acérrimo de Maduro; el Mercosur
coquetea con la posibilidad de expulsar a Venezuela y la Unasur, tras
reconocer un primer fracaso, parece haber quedado en silencio.
A
lo largo de la última década, los países de América del Sur, sin
importar su identificación ideológica de turno, demostraron que la
región tiene la capacidad política de gestionar sus propias crisis y de
mantener una zona de relativa paz, un logro nada pequeño en este mundo
convulsionado. Pero para mantener esta capacidad política los gobiernos
deben interponer una visión regional por sobre los cálculos individuales
de cada país.
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