Por:
Juan Manuel Karg
El nuevo cambio de relaciones entre EEUU y Cuba obedece a la extrema
presión de la derecha republicana de La Florida, distrito que
precisamente le dio la ventaja en el colegio electoral al actual
presidente norteamericano. Es, por tanto, una devolución de favores que
además busca otro objetivo de fondo: llevar la discusión pública
fronteras afuera del país, luego de meses sin poder mostrar resultados
concretos en la enmarañada política doméstica.
Que curioso: quien ahora pide “elecciones libres” en Cuba es quien ha
perdido en el voto popular por más de 3 millones de votos de diferencia
respecto a Hillary Clinton.
Recapitulemos: en 2013 falleció Hugo Chávez. Apenas dos años después
Barack Obama declaró a Venezuela “amenaza inusual y extraordinaria” a la
seguridad de los EEUU, a través de un decreto ejecutivo que fue
repudiado por la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad
de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Pero, pragmático,
Obama avanzó asimismo en una distensión de la relación con Cuba, en una
negociación de la que también participó el Papa Francisco. Incluso viajó
a La Habana y se sacó una foto en la mismísima Plaza de la Revolución,
con la imagen del Che Guevara de fondo. “En estos 50 años (de bloqueo)
se ha demostrado que el aislamiento no funciona” fue su reflexión, en
aquel entonces, sobre el tema.
El resto es conocido. Fidel Castro partió a sus 90 años, a fines del
año pasado, siendo despedido por millones de cubanos en las calles de su
país. Y ahora, apenas seis meses después, el propio Donald Trump
revierte buena parte de las medidas de distensión respecto a Cuba. Fue
un verdadero ajedrez del poder real norteamericano, aquel que no va a
elecciones, sino que permanece siempre presente en Washington:
flexibilizar el embate contra Cuba, agudizar la presión y el aislamiento
sobre Venezuela, y una vez consumado esto -aunque aún sin poder
derrocar a Maduro-, volver a la carga respecto a La Habana. Incluso
desde lo simbólico, Trump no lo hizo desde cualquier lugar: fue desde
Miami. Y no desde cualquier salón: fue desde el Teatro Manuel Artime.
¿Quién fue Artime? Uno de los invasores de Playa Girón en el año 1961.
“Este tipo es tan bruto que, mientras lo observaba, Bush Jr me
parecía Shakespeare” dijo el intelectual cubano Omar Gonzalez, minutos
después de que Trump hablara, valorando -negativamente- su discurso. En
menos de veinte palabras resumió el capricho del nuevo presidente de
EEUU, que no es más ni menos que el mismo pataleo insolente que
Washington tuvo durante más de cinco décadas: intentar cambiar a un
gobierno que es legitimado -y refrendado- por su población.
Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan, Bush,
Clinton, Bush Jr, y el propio Obama han pasado por la Casa Blanca con
discursos más o menos similares respecto a Cuba. Fueron todos ellos
quienes incumplieron un principio básico de la diplomacia: la
autodeterminación de los pueblos para decidir sobre su propio futuro,
sin tutelajes externos. El caprichoso Trump, a fin de cuentas, es un
eslabón más en una larga lista de injerencismos. ¿Podrá o se irá de la
Casa Blanca sin poder ver la restauración capitalista en Cuba, tal como
les sucedió a todos sus antecesores? La historia, pero sobre todo el
pueblo cubano, dirán.
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