Leonardo Boff
La crisis económico-financiera de 2007-2008 estremeció los fundamentos
de la economía capitalista (ésta es su modo de producción) y del
neoliberalismo (éste es su expresión política). La tesis básica era dar
primacía al mercado, a la libre iniciativa, a la acumulación privada, a
la lógica de la competición, en detrimento de la lógica de la
cooperación y a un Estado mínimo. El lema en Wall Street de Nueva York
era: “Greed is good”, la codicia es buena. Quien mira desde una
perspectiva mínimamente ética ya podía saber que un sistema montado
sobre un vicio (codicia) y no sobre una virtud (bien común) jamás podría
resultar bien. Un día se derrumbaría.
La caída comenzó con la quiebra de uno de los mayores bancos
estadunidenses, el Lehman Brothers, llevando todo el sistema bancario y
financiero a una crisis inconmensurable. En pocos días se pulverizan
billones de dólares. Parecía el fin de este tipo de mundo. Ojalá lo
fuera.
Curiosamente, los que despreciaban al Estado, reduciéndolo al mínimo,
tuvieron que recurrir a él, de rodillas y con las manos juntas. Los
bancos centrales de los estados tuvieron que habilitar billones de
dólares para salvar las instituciones financieras quebradas. La máquina
de hacer dinero giraba a máxima velocidad día y noche.
A consecuencia de la crisis, aún no superada, tampoco entre nosotros,
fueron a la quiebra miles de empresas e incluso países como Grecia, con
un altísimo nivel de desempleo. Se destruyeron fortunas, pero sobre
todo se creó un mar de sufrimiento humano, suicidio y hambre en el mundo
entero. Datos recientes refieren que en Estados Unidos una de cada
siete personas pasa hambre. Imaginemos al resto del planeta.
Nadie siguió la sabia sentencia atribuida a Einstein:
El pensamiento que creó la crisis no puede ser el mismo que nos saque de la crisis. Tenemos que pensar y actuar diferente. Fue precisamente lo que no se hizo. Todavía se cree con convicción que este sistema sigue siendo bueno y válido, a pesar de la devastación ecológica que produce, poniendo en peligro las bases que sustentan la vida. Es bueno y válido para los especuladores que están acumulando una riqueza absurda. En Estados Unidos uno por ciento de los más opulentos acumula ingresos equivalentes a 90 por ciento del resto de sus ciudadanos.
A pesar de todas las reuniones del G-8 y del G-20 para buscar
alternativas, la política económico-financiera continúa igual: hacer más
de lo mismo. Esto está desestructurando los países y podría llevar a
una revuelta popular mundial con consecuencias funestas.
Se usaron dos estrategias. La primera fue la inyección de billones de
dólares por los estados para impedir la quiebra total del sistema.
Además de los billones de moneda física lanzada al mercado, se creó un
complemento llamado Quantitative easing, que según la definición de Wikipedia, que me parece correcta:
Es la flexibilización cuantitativa, que quiere decir, la creación de cantidades significativas de dinero nuevo (electrónicamente, por lo general) por un banco, autorizado por el Banco Central dentro de determinadas condiciones.
Sucede que este dinero nuevo, en vez de ser invertido en la
producción y en la creación, fue inyectado en la corriente especulativa
de las finanzas mundiales. Aquí se gana mucho más, inmediatamente, que
en la inversión productiva que demora mucho más tiempo. De esta forma
las ganancias van a los ya multimillonarios sin solucionar la crisis; al
contrario, agravándola.
La otra medida fueron las políticas de ajuste, llegadas bajo el
nombre de austeridad. Para garantizar las ganancias de los capitales se
organizó un ataque sistemático a los derechos sociales, a los servicios
públicos de salud y de educación, al sistema de la seguridad social y a
las jubilaciones. Esto se inauguró primero en la zona del euro y ahora,
según la misma lógica, en Brasil. Se fragilizó la ya frágil democracia y
la disminución del gasto público está provocando recesión y desempleo.
Si hubiese habido pensamiento y un mínimo de sentido humanitario, una
posible salida podría ser lo que propone incansablemente desde hace
muchos años el ex senador Eduardo Matarazzo Suplicy: la renta mínima
ciudadana. Por el hecho de ser humano, cada persona tiene derecho a una
renta ciudadana que le garantice una vida digna, aunque sea frugal. Dice
un estudioso, Antonio Martins: “Un cálculo del sitio Swiss Info, en
2009, mostró que sólo en los primeros meses de socorro a los bancos, los
estados gastaron 10 billones de dólares, lo cual sería suficiente para
pagar a cada habitante del planeta mil 422 dólares, aproximadamente 4.5
mil reales, unos mil 280 euros» (cf. sitio Outras Palavras, 14/7/16). Sería la Quantitative easing for People,
propuesta por el líder laborista británico Jeremy Corbyn. Ese dinero
circularía mediante el consumo, los beneficios públicos y superaría el
grave padecimiento humano a causa del desempleo y el hambre. Esta sería
una solución viable, más ética y más humana. Todavía puede ser puesta en
marcha. Quién sabe si con el agravamiento de la crisis mundial no nos
veremos obligados a esta solución verdaderamente salvadora.
Leonardo Boff es teólogo y filósofo.
* Tomado de alainet.org
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