Gustavo Duch
La Jornada
Siembra buena semilla y ponte a cosechar que en este mundo loco todo puede pasar, es el estribillo de Cuándo será, una bella canción del grupo argentino colombiano Che Sudaka. Y cuánta verdad porque, como estamos viendo en los últimos años, por toda América Latina se están replicando peligrosos
decretos para aniquilar el campo, siguiendo con los versos de estos amigos que disfruto en Barcelona.
El turno le ha llegado a Ecuador donde se está discutiendo una nueva
Ley de Semillas con intereses claros de priorizar y apoyar la expansión
del uniforme ejército de semillas certificadas y transgénicas que
comercializan empresas como Monsanto o Syngenta. En el caso de Ecuador
la locura se agrava doblemente cuando pensamos, por un lado, en los
riesgos que esta expansión puede suponer para la biodiversidad de su
territorio, donde se sabe que la población está utilizando más de 5 mil
100 especies vegetales y, por otro, porque, como recuerda la Red de
Semillas de Ecuador, su país “no es firmante del tratado UPOV 91
(convenio internacional que obliga a crear sistemas nacionales de
control de semillas, con catálogos llenos de requisitos técnicos donde
en la práctica ingresan mayoritariamente semillas comerciales híbridas y
transgénicas, mientras el resto es excluido), bien al contrario, su
Constitución, con una visión diametralmente opuesta y desde el
reconocimiento de la necesidad de soberanía alimentaria, hace
responsable al Estado de
promover la preservación y recuperación de la agrobiodiversidad y de los saberes ancestrales vinculados a ella, así como el uso, la conservación e intercambio libre de semillas.
Cuando vayas donde vayas todo son vallas, leer la palabra libre en
una Constitución es equivalente a ese rayo de sol que hace que la
semilla acostada en la tierra decida despertar.
La semilla es un bien común que pertenece a la humanidad, dice la declaración de la Red de Semillas,
no puede ser objeto de apropiación por parte de intereses privados, ni por parte del Estado. Al igual que el aire, el sol o la sonrisa de nuestros hijos, pertenece por igual a cada ser humano sobre el planeta. El acceso a la semilla es un derecho humano básico, e incluye el derecho a adquirir, adaptar, mejorar, multiplicar, intercambiar, regalar y vender.
Los argumentos que esgrimen quienes desean enjaular a las semillas
nativas, criollas, autónomas y soberanas, aunque los disfracen de
científicos, tampoco tienen validez. Cuando el mundo sigue produciendo
mucha más materia agrícola que la necesaria para alimentar a la
población, la supuesta mayor productividad de las semillas certificadas o
transgénicas no es necesaria ni trascendente. Pero si de productividad
queremos seguir discutiendo, hay que puntualizar que el hecho de que un
campo produzca más o menos depende de muchos factores, sí, y entre ellos
la semilla, pero el fundamental es la calidad de la tierra y el modelo
de agricultura industrial el cual, con las prácticas asociadas a las
exigencias del cultivo de dichas semillas, es el que realmente lo agota.
Sin olvidar que con los cambios climáticos que están llegando es
fundamental la capacidad de adaptarse a miles de diferentes condiciones y
ahí, de nuevo, las semillas criollas y locales son las más apropiadas,
como también ha quedado demostrado que los paisajes dibujados por una
agricultura biodiversa son más resilientes a plagas y enfermedades que
los monocultivos grises y envenenados que emanan del cultivo de las
semillas industriales que la ley quiere primar.
Finalmente, es un posicionamiento entre riqueza y pobreza.
Defender la pobreza de diversidad que aflora de las semillas
certificadas como base de la agricultura de un país es defender la
riqueza que en los bolsillos de las multinacionales de la alimentación
se puede acumular. Defender la riqueza cultural, ecológica, patrimonial
de las semillas libres es defender la posibilidad de que la Vida siga
reproduciéndose.
Y el posicionamiento campesino es claro: “NO debe imponerse ninguna
forma de regulación, registro o certificación a las semillas nativas; NO
debe limitarse el derecho de la población a guardar, transportar,
intercambiar y vender sus semillas; NO debe declararse a la semilla
‘recurso estratégico del Estado’ ni en ninguna otra categorización que
atente contra la propiedad y el libre uso de la semilla por parte de los
pueblos y nacionalidades. En cambio, SÍ debe imponerse un control a las
semillas de tipo industrial, manejadas por empresas de grandes
capitales; SÍ debe mantenerse la prohibición constitucional a los
transgénicos y reglamentarse mediante la creación de los organismos de
regulación pertinentes y sanciones. SÍ debe mantenerse la prohibición
constitucional de otorgar derechos de propiedad intelectual (patentes)
sobre organismos vivos y conocimientos ancestrales.”
NO a sus locuras.
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