Víctor Flores Olea
Durante breves décadas
tuvimos la ilusión de que América Latina había entrado definitivamente
en un periodo, al menos de inicio, de prosperidad y de respeto a las
normas básicas del derecho, en el que se hacían grandes esfuerzos
civilizatorios; por otro lado, entendida la situación como una decisión y
una voluntad ciertas para elevar la calidad cívica y cultural de
nuestros pueblos. Pero también de manera cierta los niveles de vida de
nuestros compatriotas latinoamericanos.
Por supuesto que nos impresionaron como acertadas las expresiones,
entre muchos otros de primer nivel (por ejemplo, Noam Chomsky y Atilio
Borón), quienes sostenían, hace apenas unos años, que América Latina era
sin duda una de las regiones más progresistas del mundo. Y todo
indicaba que en efecto era así. A pesar de un mundo convertido
básicamente al liberalismo económico, con un arcoíris prácticamente
infinito de negocios, variadísimo por sus estilos y materias, América
Latina parecía una excepción en la cual no sólo se buscaban los negocios
y realizar las ganancias sino, a lo que parecía, emprender también
cambios sociales que otorgarían mayores oportunidades a los excluidos de
la sociedad. Y junto a esto, movilizaciones y organizaciones sociales
continentales capaces de consolidar la democracia y hacerla resistente
frente a sus enemigos.
Naturalmente esto nos ahorraba buena parte del calvario por el que
transitaban necesariamente los países sometidos al dominio imperial, y
nos colmaban de una confianza y hasta de un optimismo en ocasiones
desmedido. La solidez de las bases sociales de las diferentes
organizaciones que apoyaban a los partidos en el poder parecía capaz de
soportar, y aun de vencer, a los enemigos potenciales más temibles.
La cuestión es que, en efecto, en un mundo dominado por los
consorcios internacionales, ejerciendo todas las triquiñuelas habidas y
por haber, los enemigos digamos de las economías
sociales, aquella etapa de
paz socialparece que no podía durar demasiado. Ahora, en efecto, parece que llegó a su fin y que los grandes capitales internacionales buscaron y buscan las oportunidades que se les ofrecen para modificar la situación hacia su conveniencia.
En las semanas recientes se ha desatado lo que llamo, en el título
del artículo, una gran tormenta sobre América Latina, que afecta muy
seriamente algunos de nuestros más importantes países, sacudiendo
fuertemente su estabilidad y poniendo en entredicho la solidez
institucional que parecía lograda. Comenzaré tal vez por el caso más
espectacular, que es sin duda el brasileño, no sólo por su dimensión
latinoamericana, sino porque ese país parecía haber dejado atrás la
inestabilidad militar que lo afectó durante décadas y que parecía haber
tomado un derrotero que lo conduciría al papel sobresaliente en el que
siempre pensaron de sí mismos los propios brasileños.
Por supuesto, resulta imposible detallar en un artículo los elementos
que condujeron a que el Senado brasileño decidiera el pasado viernes
someter a juicio político a la presidenta Rousseff, después de una serie
de pruebas y contrapruebas que se presentaron de todas las partes, y
que seguramente muestran un medio político tremendamente descompuesto,
sin gran esperanza de una sola de las partes o partidos políticos.
El hecho escueto es que de ambos lados parece desarrollada una
corrupción rampante (incluido naturalmente Petrobras, no muy lejana de
Pemex) y que se trata de una situación que dejará seguramente muy
debilitado a Brasil durante varios años. Pero también parece un hecho
indudable que las oligarquías y empresas brasileñas, según se desprende
de la abundante información difundida, han llevado la voz cantante en
esto que se calificado justamente de
golpe de Estado legal. Es decir, un golpe de Estado sin armas, pero igualmente fulminante e imparable por su apariencia de legalidad. Se ha tratado, pues, de un engaño monumental, nacional y continental, desde luego, pero también mundial.
En este caso se trató de Dilma Rousseff y de Lula, que después de
varios años de incertidumbre lograron organizar y dar vida a un partido
de trabajadores, y diseñar una política de relativa izquierda, que
también comportaba aspectos ciertos de beneficios para las clases
populares, y que contribuían a conformar en América Latina una
región ampliamente progresista, en los dichos de Noam Chomsky y Atilio Borón, como dijimos antes.
Pero antes del
golpe de Estado legalen Brasil obviamente se desató la furia de las oligarquías locales argentinas (e internacionales) en contra de Cristina Fernández de Kirchner, haciéndola abandonar el poder por la vía electoral y trayendo al poder a uno de sus más conspicuos testaferros del neoliberalismo, Mauricio Macri. Para Argentina otro tipo de horror ha comenzado, que no necesariamente el militar, sino el social y económico.
Análogas persecuciones e intentonas de derrocamiento y de golpes
derechistas se repiten en los países latinoamericanos. Están a la orden
del día en Bolivia (si bien Evo Morales tiene un sólido apoyo popular),
en Ecuador, contra Rafael Correa; los casos de Chile, Uruguay y Paraguay
son un poco distintos y, desde luego por muchas razones, el de
Venezuela, que no tocaremos ahora. El hecho es que América parece
frustrada de los adelantos civilizatorios que se dieron hace algún
tiempo, y hoy parece consolidar su línea proimperialista con todas las
implicaciones que esa decisión trae consigo por necesidad.
El caso de México es parcialmente diferente, pero también análogo. La
analogía ocurre porque parece que nos hemos decidido ya claramente por
un medio y por una línea social claramente neoliberal y por una
rendición prácticamente incondicional y plena ante Estados Unidos. Por
supuesto el muy débil crecimiento económico de México, la pobreza tan
extendida y la existencia de un grupo oligárquico tremendamente fuerte
nos sitúan en un punto, digamos, clásico del liberalismo más rampante
sin posibilidades de una recuperación cierta del futuro.
Resumiendo mucho: lo que en un momento pareció, que en América Latina
se recuperaba una política claramente progresista, desde luego no
necesariamente socialista, lo cual nos llevaría a otras discusiones,
comienza a hacerse un mal sueño, un sueño irrealizable tal vez por mucho
tiempo. Mientras, estamos entre las manos de nuestros mentores del
capitalismo liberal, con un desastre diario de los niveles de vida de la
gran mayoría de mexicanos y latinoamericanos.
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