Elecciones el 5 de junio
América XXI
La algarabía de los
capitales financieros al conocerse el resultado electoral del 10 de
abril fue el síntoma más claro de lo que viene en Perú: profundización
de la liberalización económica y de la asociación con Washington. Cuando
se supo que Keiko Fujimori (Fuerza Popular, 39,81% de los votos
válidos) y Pedro Kuczynski (PPK, 20,98%) disputarán la segunda vuelta el
5 de junio, la bolsa de Lima registró la mayor suba en ocho años
(8,61%) y la moneda su mayor revalorización porcentual en un día desde
1992.
El giro a derecha del electorado no impidió sin embargo que
Verónika Mendoza, candidata del Frente Amplio (FA), quedara a poco más
de un punto del balotaje (18,85%) y su fuerza conquistara la segunda
mayor bancada en el Congreso con 20 diputados tras ganar en siete
departamentos. Pero no fue suficiente. En parte porque la otra
candidatura de izquierda (Gregorio Santos, Democracia Directa) alcanzó
un 4% y en mayor proporción porque los cinco años de gobierno del
presidente Ollanta Humala, que culminan el 28 de julio, implicaron una
decepción para el electorado que apostó a un cambio a través de su
figura, por entonces representante de un nacionalismo de izquierda.
Fin del “modelo exitoso”
La prensa continental ha presentado hasta el hartazgo a Perú y a Chile
como presuntos modelos exitosos de política económica para Suramérica. A
partir de esa premisa los medios tradicionales interpretaron el
resultado electoral como una prueba irrefutable de la satisfacción de
los peruanos con el rumbo adoptado por el país. Pero sobran evidencias
de lo contrario.
En primer lugar la elección registró más de 3
millones de votos blancos y nulos, el 17% del total, casi cinco puntos y
un millón de votos más que hace cinco años. Si se los calcula sobre la
base de los votos válidos, como se hace con los candidatos, esta opción
fue en rigor la tercera más votada con un 20,5%. Y si se sumaran los
ausentes, el total supera en un millón de votos a Keiko Fujimori. En
esta ocasión influyó la polémica decisión judicial de apartar al
candidato liberal Julio Guzmán –que estaba segundo en las encuestas- y
al millonario empresario César Acuña, cuya fuerza obtuvo 11 bancas. De
todas maneras hubo una participación electoral considerable (81,9%).
En segundo lugar, la debacle de los últimos tres presidentes demuestra
el descontento social con el rumbo adoptado. Humala decidió retirar días
antes de la elección la candidatura presidencial de su fuerza política,
el Partido Nacionalista Peruano (PNP), que estaba por debajo del 2%
según algunos sondeos. Lo mismo hizo con las listas para el Congreso
porque no iban a superar el piso del 5% que establece la ley, siendo
esta la primera vez desde 1980 que un oficialismo no tendrá
representación parlamentaria tras dejar el poder.
Alan García
(2006-2011), el predecesor de Humala en la Presidencia, quedó quinto con
5,82% tras una alianza entre dos partidos tradicionales y rivales
históricos: el Aprista (PAP) y el Popular Cristiano (PPC). Su derrumbe
electoral lo obligó a dejar la jefatura del partido después de más de 30
años. Gracias a un fallo del tribunal electoral el día previo a la
votación que quitó el piso de 7% para las alianzas y dejó el mismo 5%
que rige para los partidos, el PAP tendrá cinco diputados, pero el PPC
ninguno por primera vez en su historia. Acción Popular, el otro partido
tradicional, quedó cuarto con 6,97%.
El caso del ex presidente
Alberto Toledo (2001-2006) no requiere mayores análisis: terminó octavo
con 1,3% y su fuerza perdió la inscripción electoral.
No es un
dato menor que, aunque con diferencias, estos ex presidentes para ser
electos en los tres períodos anteriores se presentaron como alternativas
a fuerzas de derecha. Distintas encuestas indican que alrededor de tres
cuartos de la población desean cambios en la política económica y un
40% clama por “cambios radicales”, aunque todavía no logran que eso se
exprese en el Palacio de Gobierno. El resultado es la crisis de los
partidos tradicionales y sus figuras.
Resurgimiento del fujimorismo
En medio de este cuadro, el partido Fuerza Popular se transformó en la
principal organización política del país. Tuvo un gran crecimiento en
cinco años: pasó de 23,6 a 39,8% y alcanzó la mayoría parlamentaria -71
bancas sobre 130- tras ganar en 15 de las 24 regiones, incluida Lima.
Alberto Fujimori (1990-2000) logró que una de sus hijas sea la
candidata presidencial más votada y que otro de sus hijos, Kenji, fuera
el congresista más votado del país. Su fuerza política podrá ahora
aprobar una ley para que cumpla su condena en “prisión domiciliaria” o
incluso indultarlo si Keiko llega a la presidencia, aunque aseguró que
no lo hará. Otra referente del fujimorismo, Cecilia Chacón, resaltó
apenas terminada la elección que el ex dictador debe salir de la cárcel
“por la puerta grande”.
Fujimori está preso desde 2005 por
violaciones a los derechos humanos y delitos de corrupción, con una
condena de 25 años, y tiene pendientes otros procesos como el de la
esterilización forzada de unas 250 mil mujeres. Por eso su figura y la
de su hija generan el rechazo de al menos la mitad de los peruanos, que
el último 5 de abril marcharon masivamente a 24 años del golpe de 1992
en contra de la candidata.
Kuczynski necesita aprovechar ese
rechazo para llegar a la presidencia pero los antecedentes no lo ayudan:
en 2011 apoyó a Keiko para la segunda vuelta y fue orador en el acto de
cierre de campaña. “¿Quién acabó con el terrorismo? ¿Quién acabó con la
hiperinflación? Yo no lo olvido”, celebró aquella vez ante una multitud
que vitoreaba a Fujimori. Además, tiene un caudal de voto muy bajo en
los sectores de menores ingresos, donde sí llega el populismo
conservador de Keiko.
Quien sea electo deberá enfrentar una
dificultad principal: el sur del país se manifestó en contra de ambos
candidatos y dio la victoria a la izquierda en ocho de las 24 regiones.
Es la zona más excluida, con mayores niveles de pobreza, menor
desarrollo y a la vez el lugar donde se desarrolla la explotación
minera. Sortear esta barrera para garantizar la gobernabilidad en todo
el territorio y construir una base social sólida será una tarea
principal y decisiva para la derecha. No lograrlo podría provocarle una
herida incurable al actual orden político y económico del país.
Balance de la izquierda
“Era indispensable, urgente e imprescindible que se constituyera una
fuerza política de izquierda para generar un mínimo de equilibrio que no
teníamos en los últimos años”, analizó Verónika Mendoza (Frente Amplio,
FA) luego de las elecciones y celebró haber instalado “una agenda de
cambio”. La candidata, de 35 años, abandonó en 2012 al Partido
Nacionalista, liderado por el presidente Humala.
Cuando comenzó
la campaña, el Frente Amplio estaba muy lejos en las encuestas. Entre
sus debilidades estaba la fragilidad del proyecto de unidad de las
izquierdas, ya que la mayoría de los partidos y dirigentes más conocidos
decidieron quedarse afuera, aunque ahora el apoyo a Mendoza ya es
mayoritario.
Su propuesta de campaña tuvo como ejes la reforma
constitucional, diversificación económica, renegociación de los
contratos de exportación del gas de los yacimientos de Camisea ante las
estafas de compañías transnacionales, no criminalizar la protesta
social, no rebajar estándares ambientales, permitir el matrimonio
homosexual y el aborto terapéutico, fortalecer el papel del Estado. Con
la promesa de esas reformas ganó en la mayoría de los distritos mineros y
alcanzó porcentajes altísimos en departamentos como Apurímac (60,6%) y
Ayacucho (58,4%) para pasar a ser la segunda fuerza territorial del
país. Habrá que esperar dos años para saber si el FA puede lograr
resultados similares con otros candidatos en las próximas elecciones
municipales y regionales de 2018.
Mendoza mostró también
síntomas positivos en comparación con Humala. Pese a la presión de los
medios, no moderó, negoció ni traicionó los principales puntos
programáticos y se negó a hablar de “presos políticos” en Venezuela. En
el debate presidencial condenó el modelo económico y aseguró: “No
creemos que Perú deba seguir siendo una simple despensa de piedras”, en
rechazo a la dependencia de la exportación de minerales. También es
cierto que si bien el FA se define como “socialista” no tiene un
programa anticapitalista, aunque va más allá de los límites que tolera
el sistema político nacional.
“El pueblo peruano nos ha dado un
mandato de ser una oposición firme y fiscalizadora. Ese será el rol del
Frente Amplio”, afirmó Mendoza. “Lo que vamos a vivir los próximos
cinco años, cualquiera que gane, sea PPK o Keiko, va a gobernar la
Confiep (Confederación Nacional de Instituciones Empresariales
Privadas), los grandes bancos que manejan el Estado y la política real”,
completó el diputado electo por el FA Manuel Dammert.
Resta saber si las movilizaciones y protestas de calle darán continuidad a los votos para empezar a torcer el rumbo de Perú.
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