Eric Nepomuceno
Dilma Rousseff y Lula da Silva en un encuentro antes de que el Senado
brasileño aprobara el juicio político contra la presidenta con 55 votos a
favor y 22 en contraFoto Xinhua
La Jornada
Amigos, asesores e
interlocutores frecuentes se dicen preocupados por el estado anímico de
Lula da Silva. El siempre combativo líder se muestra decaído,
entristecido, intranquilo.
Llamó la atención la expresión de Lula el pasado jueves, cuando Dilma
Rousseff dejó el palacio presidencial para dar inicio al periodo en que
estará alejada del cargo, al cual accedió gracias a 54 millones 500 mil
votos populares, y que podrá extenderse hasta por 180 días. El golpe
institucional que desenlazó el Congreso se consumó con la escena de
Dilma Rousseff abandonando el Palacio do Planalto por la entrada
principal.
Lula llegó alrededor de las 11 horas, acompañado por dirigentes
sindicales, de movimientos sociales, senadores y diputados del PT y de
partidos aliados. Cumpliendo lo acordado, la esperó en la vereda.
Al rato salió Dilma Rousseff, que con aire altivo y sereno hizo un
breve discurso a las 5 mil personas que la esperaban para la despedida.
Lo que se vio entonces fue la repetición, pero con sentido totalmente
inverso, de la escena registrada casi a la misma hora del
dramáticamente lejano primero de enero de 2011, cuando Lula colocó la
banda presidencial en Dilma y salió al encuentro de una multitud.
Incredulidad
Hace cinco años y medio Lula lloró de emoción al cerrar
sus dos mandatos presidenciales. Ahora lloró varias veces, de pura y
visible tristeza, mientras Dilma discurseaba. Tenía la mirada atónita,
perdida, como buscando alguna explicación para aquella pesadilla. Como
si no lograse creer en lo que estaba ocurriendo.
Lula da Silva, que se mantiene, pese a todo el desgaste sufrido, como
la más importante figura del escenario político brasileño, cree que es
muy difícil, casi imposible, que Dilma Rousseff logre recuperar su
puesto. También cree que el desenlace se dará antes del plazo
establecido por la ley, que es de 180 días. El discurso de resistencia
al golpe será permanente, pero la percepción es que no tendrá
consecuencias concretas.
Son dos las líneas de acción establecidas por Lula y por la alta
dirección del PT, el partido que él encabeza desde hace más de tres
décadas, para enfrentar el futuro inmediato.
De salida se hará una implacable oposición al vicepresidente en
ejercicio, Michel Temer. Dos medidas ya fueron definidas: el reciclaje
del gobierno de Temer y la intensificación de manifestaciones callejeras
denunciando la ilegitimidad de su gestión y reaccionando de forma
contundente a cada medida anunciada.
Al mismo tiempo, están previstos viajes de Dilma Rousseff por todo el
país, empezando por capitales del noreste, donde su popularidad, pese
ser bastante baja, es superior a la observada en el resto del país.
Los estrategas del partido, sin embargo, dicen, en reuniones
reservadas, que el discurso de denuncia del golpe no se mantendrá por
mucho tiempo. Pasado el impacto inicial, el PT tendrá forzosamente que
proponer acciones concretas en defensa de su electorado tradicional, que
seguramente padecerá pérdidas importantes con la implantación de las
políticas netamente neoliberales del interinato de Temer.
Se sabe, además, que esas acciones, no importa cuáles sean sus
formas, enfrentarán dura resistencia y fuertes críticas de los medios
hegemónicos de comunicación, especialmente de la televisión, con la
intención de neutralizarlas en la opinión pública.
Serán tiempos difíciles para preservar el legado del PT y la imagen
de Lula, y más grave aún si el ex presidente no logra recuperar con
urgencia su espíritu de combate.
Amigos que conocen de su intimidad aseguran que más aún que el
golpe contra su criatura y sucesora, lo que abruma a Lula son las
investigaciones a que están sometidos sus hijos y su esposa, doña María
Leticia. Además, Lula teme, y con toneladas de razón, que pueda ser
blanco, en cualquier momento, de acciones policiacas espectaculares, que
seguramente serán amplificadas por los medios hegemónicos de
comunicación. La evidente judicialización de la política, conducida de
forma efectiva por el juez de primera instancia, Sergio Moro, tiene el
objetivo final de inhabilitarlo frente a las elecciones de 2018 o, como
mínimo, desgastar su imagen a niveles terminales.
No lograr revertir votos de antiguos aliados que se inclinaron por la
oposición también tuvo impacto sobre el ex presidente. La inmensa
diferencia tanto en la cámara (367 contra, 137 en favor) como en el
Senado (55 a 22) sorprendió a Lula, que pasó a entender que la situación
se hizo irreversible. A los que dicen que es posible revertir tres
votos en el Senado, la respuesta es que sería tarea casi imposible.
Al menos ante un interlocutor de su confianza, Lula admitió
arrepentimiento por no haber disputado las elecciones de 2014. Hubo un
movimiento interno, en el PT, para que Dilma Rousseff no buscara la
relección dejando abierto el camino para Lula, que al final cedió a las
presiones de la sucesora.
Se notó durante la campaña electoral que fue especialmente agresiva,
que Lula sólo entró con fuerza en la segunda vuelta, cuando el riesgo de
derrota se hizo más palpable (Dilma superó a su adversario, Aecio
Neves, del mismo PSDB derrotado en tres ocasiones anteriores, por poco
más de tres puntos, la más estrecha diferencia en las victorias del PT).
Al anunciar la integración de su equipo para el segundo mandato, la presidenta dejó claro que no habría ningún
hombre de Lulaen el gabinete. No acató las insistentes sugerencias de su antecesor y creador para el equipo económico. No aceptó sus orientaciones a la hora de elegir su
núcleo duro, ni en lo que serían sus interlocutores con un Congreso, especialmente la Cámara de Diputados, que daba evidentes muestras de hostilidad.
Cuando Eduardo Cunha, del aliado PMDB, anunció su disposición de
disputar la presidencia de la Cámara, Lula hizo una vehemente
advertencia a Dilma Rousseff:
Si te enfrentas con él y ganas, dijo Lula,
tu vida será un infierno y él no te dejará gobernar. Si luchas y pierdes, peor.
Dilma no lo oyó, peleó, perdió y el resultado es conocido: no logró
gobernar y sufrió un golpe institucional conducido por Cunha,
articulador de formidable eficacia, que supo conquistar el respaldo de
un PSDB pleno de resentimiento y aglutinar diputados que traicionaron de
manera impávida a una mandataria altamente impopular. Nada más
significativo que el caso del diputado que ocupaba un ministerio el
viernes 15 de abril, dimitió para volver a su escaño y el domingo 17
votó en favor de la acusación a la presidenta.
Ahora, lo que se ve es un decaído Lula da Silva en su laberinto. Hace
días reconoció ante interlocutores que su PT no dispone de alternativas
para el futuro. Se quejó de que en más de 30 años de existencia el
partido no supo crear nuevos liderazgos. Y dijo que a menos que se
decida respaldar al candidato de una hipotética alianza, la única salida
es contar con que el gobierno interino de Michel Temer sea un desastre y
entonces tener al mismo Lula da Silva como candidato para que la
izquierda vuelva en 2018.
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