Arturo Balderas
Aunos cuantos meses de
que el presidente Barack Obama concluya su mandato, estudiosos,
observadores políticos y simples ciudadanos se han dado a la tarea de
bosquejar sus principales logros y sus más sonados fracasos.
La mayoría coincide en que la historia hará el mejor juicio. El
tiempo y la cordura sedimentarán los ánimos, que por ahora jugarían un
rol distorsionante en el veredicto. De momento, vale repetir una
pregunta: Desde que Obama ocupó la presidencia, ¿el país está mejor o
peor?
Un elemento a considerar en la respuesta es la popularidad alcanzada
por el presidente. Gallup indica que en abril de este año Obama tenía
53% de popularidad. En 2008, la de George W. Bush era de 28%, y el
promedio de popularidad de los presidentes poco antes de concluir su
mandato es 47%.
Hace algunas semanas, en su editorial en The New York Times,
Paul Krugman expuso que Obama merece una alta calificación por la
reforma al sistema de salud, que algunos consideran una vía que despeja
el camino al seguro universal. La furia y las falsedades que los
republicanos levantaron contra la reforma costaron a los demócratas
perder la mayoría en la Cámara de Representantes. En lo económico,
Krugman destaca que Obama recibió el país con un desempleo de 12%, y lo
disminuyó al 5% actual.
No menos relevante fue su apoyo a las minorías en su lucha por
el voto; a las mujeres por el derecho a elegir su reproducción; a los
gay por legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo; su
impulso a la protección del ambiente, y las órdenes para suspender los
juicios de deportación de millones de indocumentados.
Por supuesto también cometió serios yerros, como prometer intervenir
en Siria en caso de que su presidente usara armas biológicas para
contener las protestas en su contra, o la contradictoria deportación de
miles de indocumentados. Pero sería un error omitir el contexto en el
que gobernó: los obstáculos que los republicanos interpusieron para
evitar que concretara su agenda de reformas, incluida la del sistema
fiscal para poner un alto a la desigual distribución del ingreso.
En este contexto, vale resaltar la actitud de Hillary Clinton en su
campaña presidencial. Una y otra vez reconoce los aciertos de Obama, no
sólo porque fue su responsable de la política exterior, sino porque
aprendió la lección de Al Gore, quien en 2000 perdió por su innecesaria
terquedad de marcar distancia con el entonces presidente Bill Clinton.
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