Emir Sader
La Jornada
La larga crisis
brasileña, que algunos dicen que ha empezado con las manifestaciones
callejeras de junio de 2013, otros que recién concluidas las elecciones
de 2016, gana contornos definidos, conforme desemboca en un golpe
blanco. No se puede decir que todo ha sido meticulosa y fríamente
calculado, pero es cierto que han terminado siendo piedras de la
arquitectura de una estrategia golpista con el objetivo, a como sea, con
quien sea, de sacar al PT del gobierno.
Simpatizantes de Dilma Rousseff repudian en las calles de Sao Paulo la decisión del Congreso de separar del cargo a la presidenta para que enfrente un juicio político que podría llevar a su destitución, y condenaron la llegada de Michel Temer al poderFoto Afp
Ese es el objetivo de la derecha brasileña, así como es la de los
otros países con gobiernos progresistas de la región: cerrar el ciclo de
gobiernos populares, sacar a esas fuerzas del gobierno, de la forma que
sea posible, restablecer el modelo neoliberal. Es lo que ha pasado y
está pasando en Brasil ahora.
Hubo quienes creyeron que las manifestaciones de 2013 eran
democráticas, que criticabam al gobierno y al PT desde un punto de vista
de izquierda. Ledo engaño: era el comienzo de la onda de
descalificación de la política, primer paso para la ofensiva de la
derecha.
Hubo quienes desde la ultraizquierda saludaban el final de los
gobiernos del PT, su fracaso, el final del ciclo de gobiernos
progresistas en América Latina, como si hubiera llegado la oportunidad
para la ultraizquierda. Enorme engaño: la alternativa al PT y a los
gobiernos progresistas está en la derecha. La misma crisis demostró que
el único gran liderazgo popular en Brasil es el de Lula. Que las grandes
manifestaciones populares tienen en la CUT –Central Única de
Trabajadores, cercana al PT– su más grande puntal.
Hubo quienes se han dejado llevar por los medios brasileños y
creyeron que el tema central de la crisis era un tema de corrupción del
PT. Cuando la crisis se ha profundizado y los medios internacionales
mandaron sus corresponsales, todos, unánimemente, se dieron cuenta de
que los corruptos están del otro lado, son exactamente los golpistas.
Que no nay ninguna prueba concreta en contra de Dilma o de Lula,
mientras los dirigentes del golpe y más de 200 parlamentarios que lo han
votado son reos de procesos de corrupción en el Supremo Tribunal
Federal.
Total, la larga y profunda crisis brasileña es la estrategia de la
derecha para recuperar el gobierno y desde ahí atacar los avances de los
últimos casi 13 años en Brasil. Atacar la destinación constitucional de
recursos a la educación y la salud, atacar los derechos de los
trabajadores, atacar los patrimonios públicos, imponer un durísimo
ajuste fiscal, desatar la represión en contra de los movimientos
populares, establecer una política internacional de subordinación a los
intereses de Estados Unidos; ese es el objetivo del golpe blanco que se
fue gestando a lo largo de los últimos años en Brasil.
Sacar al PT y restablecer el modelo neoliberal, el Estado
mínimo y la política externa subordinada a Estados Unidos, así como los
gobiernos del PT fueron los de prioridad de la lucha contra la
desigualdad, rescate del rol activo del Estado y política externa
soberana. Ese es el objetivo de la larga crisis de desestabilización en
Brasil.
La izquierda en su conjunto y todos los movimientos sociales lo han
comprendido muy bien, se han unido en defensa de la democracia, en
contra del golpe, a sabiendas de que lo que viene, como en Argentina, es
una venganza en contra del pueblo y de sus derechos.
Pero a diferencia de un golpe militar o de una victoria electoral, la
derecha brasileña tiene que enfrentarse al más grande movimiento de
masas que el país ha conocido, con su falta absoluta de propuestas que
pudieran darle legitimidad y apoyo popular, con el liderazgo de Lula, el
único con enorme respaldo popular.
Son tiempos de lucha, de disputa, de inestabilidad, de crisis
hegemónica profunda. El juego no ha terminado; al contrario, se ha
profundizado, los enfrentamientos de clase han quedado mucho más
visibles, Brasil ya no será el mismo despueés de esta crisis. La derecha
ya no se disfrazará de civilizada, de democrática, de reformista, para
aparecer como es: neoliberal, corrupta, golpista. (El gobierno de Temer,
por primera vez, desde la dictadura, tendrá sólo hombres, blancos,
desde luego, adultos, reaccionarios y corruptos.)
Mientras, la izquierda está comprometida con volver al gobierno para
desatar los nudos que han bloqueado sus gobiernos y han llevado al
golpe, principalmente la democratización de los medios, el quiebre de la
hegemonía del capital especulativo, la reforma del sistema electoral,
entre tantas otras reformas. Esa disputa es la que caracteriza al nuevo
periodo político abierto hoy en Brasil.
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