No es una simple cuestión entre riqueza y pobreza. Es una cuestión entre acceso o no acceso, relación o no relación, conciencia e inconsciencia, ser un ser humano o no serlo. No todo el mundo sueña con una piscina, un helicóptero, cuatro carros blindados y una isla, pero estoy segura que —igualmente— nadie quisiera vivir en las condiciones de miseria que vive tanta gente en Guatemala y en otros países del tercer y cuarto mundo.
Carolina Escobar Sarti
Pero la cuestión es que no nos relacionamos unos con otros. Desde niños, aquí en Guatemala, unos estudiamos de una forma y otros de otra. Y si la educación nos lleva al conocimiento y el conocimiento es la base de la toma de conciencia, ya podemos ir entendiendo por qué estamos tan lejos los unos de los otros. No es lo mismo un niño con algún grado de desnutrición que mal aprende a leer y escribir en una aldea donde hay que caminar horas para llegar a una escuela sin techo, que un niño que accede, bien comido y bien dormido, a unos contenidos curriculares de primer mundo en un colegio limpio, iluminado y seguro.
Desde niños nos segmentan, nos dividen, nos dejan sin podernos ver, sin juntarnos, sin conocernos. Desde pequeños nos impiden saber más los unos de los otros en este país. Desde pequeños nos hacen olvidar lo importante que es ponerse en los zapatos del otro y relacionarse. La receta de cada mico en su columpio y a cada mico una educación y unas oportunidades distintas, está visto que no funciona. Si la base fuera la misma para todos y luego cada quién decidiera cuánta riqueza quiere acumular, otra cosa sería.
Yo podría apostar lo que fuera que mucha gente de este país no conoce las aldeas más alejadas de Huehuetenango, que nunca ha ido a pasar ni siquiera unas horas a comunidades de San Marcos o Quiché, y que nunca ha tratado de establecer comunicación con alguien de una comunidad indígena (a menos que sea por cuestiones laborales). Yo podría apostar, también, que muchos en este país nunca han tenido un chorro de agua en sus casas, ni un libro en su mesa, ni una mesa con alimento suficiente, y menos un piso que no sea de tierra. Podría apostar que hay cientos de personas en Guatemala que no saben que hay gente que come tres tiempos al día, y que hay otras que piden un champagne en el jet privado que esa noche les llevará a Nueva York a cenar, y encima lo dejan desperdiciado porque no les apetece. Pero no es cuestión de ricos y pobres.
Si alguien quiere tomar champagne o no, tener un jet o no, no es la cuestión. Es que unos saben que hay un mapamundi y que en él está Nueva York, y otros jamás han conocido ni el mar, ni han salido más allá de su comunidad, ni siquiera a través de un libro. La ciudadanía de este país está tan segmentada, que entre unos y otros segmentos, casi ni nos rozamos. La conciencia nace del conocimiento, ya lo dijimos, y no nos conocemos. Dan ganas de meter en algún bus a las personas que más oportunidades han tenido, para que vayan unos meses a vivir a las comunidades más alejadas.
El despertar de la conciencia no es gratuito, y es un desperdicio y una pena que muchos de los que más conocimientos han adquirido, los usen de manera tan estrecha, sin darse cuenta de la realidad del país que habitan. Hay una sociedad guatemalteca hecha de personas, y un modelo socioeconómico y cultural que, cuando se interpreta mal, las olvida. No se alude aquí a una lucha de clases, sino a una intención de unir más humanidades. No es lo que nos separa lo que nos importa hoy, sino lo que tenemos igual como humanos.
cescobarsarti@gmail.com
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