Página 12
Desde
finales del siglo pasado y, sobre todo desde comienzos de este siglo,
se han instalado en América latina gobiernos que son producto del
fracaso del neoliberalismo. En la última década del siglo XX, amplios
movimientos han resistido a los gobiernos neoliberales, hasta que,
llegada la hora de construir alternativas, hubo diferencias en el seno
de la izquierda.
Algunos han preferido distanciarse de esa
construcción, tanto con eslóganes de impacto –“que se vayan todos”, de
piqueteros argentinos– como con visiones intelectualistas –“autonomía
de los movimientos sociales” o “cambiar el mundo sin tomar el poder”.
Otros se han lanzado a la disputa de la hegemonía en la sociedad,
construyendo alternativas nuevas, como en Ecuador y en Bolivia, o
concentrando fuerzas en alternativas de la resistencia al
neoliberalismo, como en Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay.
Pasada
más de una década, es posible evaluar el debate desde el punto de vista
concreto, de las realidades políticas existentes, y no sólo desde el
punto de vista de las palabras. ¿Cuál es el cuadro que presenta América
latina en la segunda década del nuevo siglo?
Por una parte,
gobiernos posneoliberales que han construido fuerzas con gran arraigo
popular, gracias a la prioridad que dan a las políticas sociales, en el
continente más desigual del mundo. Que, a pesar de los pronósticos
negativos de algunos, han logrado constituirse en los gobiernos de más
grande apoyo popular y de más larga continuidad en el tiempo, a pesar
de la profunda y prolongada crisis internacional del capitalismo.
Nadie
puede sostener que la Argentina de los Kirchner sea igual a la de
Carlos Menem, ni que el Brasil de Cardoso sea igual al de Lula y de
Dilma, ni que el Uruguay previo al del Frente Amplio sea similar al del
Frente. Vale igual para Venezuela, Bolivia, Ecuador. En todos han
mejorado sustancialmente las condiciones de vida de la población, todos
esos gobiernos han articulado y fortalecido procesos de integración
regional soberanos, participan, por medio de los Brics y de los
acuerdos de la Celac, con China y con Rusia, en la construcción de un
mundo multipolar, independiente respecto de la hegemonía imperial
norteamericana.
Los gobiernos posneoliberales latinoamericanos
representan el polo progresista en un mundo todavía ampliamente
dominado por el modelo neoliberal, dismimuyendo la desigualdad, la
pobreza y la miseria, mientras ella crece en el mundo. No hay como
negar que son gobiernos progresistas, democráticos y populares,
apoyados por la mayoría de su población, como nunca había ocurrido
antes en la historia de esos países y del continente.
Del otro
lado, los que planteaban la autonomía de los movimientos sociales
–autonomía respecto a la política, a los partidos, al Estado– no han
logrado construir ninguna fuerza mínimamente significativa en ningún
país del continente. Ni siquiera han dado cuenta de la desaparición de
los piqueteros, que habían seguido sus orientaciones. Los 20 años del
surgimiento de los zapatistas han sido conmemorados sin ningún balance
de qué fuerza han construido hoy en México, de por qué han quedado
–heroicamente, es cierto– recluidos en Chiapas, dejando de representar
una referencia en la política nacional mexicana.
Son posiciones
que se quedaron en las denuncias puntuales, en la crítica, mientras que
las alternativas a los gobiernos progresistas están siempre en fuerzas
de derecha, nunca de los sectores de ultraizquierda, que a menudo se
alían a la derecha contra esos gobiernos.
El fracaso de la
ultraizquierda en América latina se da, ante todo, porque no han sabido
valorar los extraordinarios progresos de los gobiernos posneoliberales
en el plano social. Al parecer no tienen en cuenta las condiciones de
vida del pueblo para valorar un gobierno, tan alejados están del
pueblo. Porque no entienden el inmenso retroceso por que ha pasado el
mundo en las ultimas décadas, con reflejos duros en América latina, y
que los gobiernos posneoliberales son la forma que asume la izquierda
contemporánea.
Porque la ultraizquierda no valora el
debilitamiento de la hegemonía imperial norteamericana con el Mercosur,
la Unasur, la Celac, el Consejo Sudamericano de Defensa, el Banco del
Sur, los Brics. Porque no sabe valorar el rescate del Estado como
agente activo para el crecimiento económico y la garantía de los
derechos sociales.
La ultraizquierda en lugar de aprender de la
realidad concreta ha asumido el cambalache: todo es igual, nada es
mejor. Por ello el pueblo le da las espaldas, mientras sostiene a los
gobiernos y fuerzas progresistas de América latina. La realidad
concreta confirma que hay quienes han logrado contestar al
neoliberalismo con alternativas concretas, mientras que los otros han
quedado en los artículos y los pequeños núcleos sectarios.
Fuente original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-263722-2015-01-12.html
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