Gore Vidal, el gran novelista y ensayista, ha repetido durante años:
tenemos un solo partido, un partido esencialmente del empresariado estadunidense, con dos alas derechas, una llamada los demócratas, una llamada los republicanos.
Y como para comprobarlo, esta semana, el presidente Barack Obama, nombró a Jeffrey Immelt, ejecutivo en jefe de la megaempresa multinacional General Electric (GE) para encabezar una comisión ejecutiva para proponer iniciativas a fin de generar empleo. La semana pasada, Obama nombró a William Daley –ex alto ejecutivo de J.P. Morgan Chase y quien como secretario de Comercio de Bill Clinton fue el principal promotor del Tratado de Libre Comercio de America del Norte– como su nuevo jefe de gabinete. Todo analista y noticiero resaltó las movidas como un mensaje de amistad a la cúpula empresarial y financiera del país. El señor Obama ha indicado que después de dos años en los que su respuesta a la crisis económica y su impulso a la ley de salud lo definieron ante muchos votantes como un liberal de gran gobierno, ahora busca rehacerse como un progresista pragmático amistoso con los negocios
, reportó el New York Times.
Immelt, republicano, autorizó más de 10 millones en contribuciones de su empresa para actos conmemorando el centenario del natalicio de Ronald Reagan cuya administración impulsó la reforma neoliberal que muchos economistas, incluido su ex jefe de presupuesto, David Stockman, critican por detonar la crisis crónica de la deuda y déficit presupuestal de este país durante los últimos 30 años.
En su informe anual a la nación programado para el próximo martes, según lo que la Casa Blanca filtró a los medios, Obama enfatizará la competitividad
de Estados Unidos y resaltará el papel del sector privado en generar empleo y promover el comercio internacional. Para ello, ofrecerá aún más incentivos a empresas, incluyendo posiblemente más reducciones de impuestos, y promoviendo la aprobación de más tratados de libre comercio, específicamente los pendientes con Corea del Sur y Panamá. Su mensaje, ante el Congreso, tendrá un énfasis diferente al enfrentar una mayoría republicana en control de la cámara que le reduce el margen de maniobra político para proponer iniciativas de estímulo económico a través de mayor gasto gubernamental.
Mientras tanto, Obama y su equipo están sumándose a la posición empresarial, y del liderazgo del Partido Republicano, al identificar el déficit presupuestal y la deuda nacional como el tema de mayor prioridad en el país. A su vez, dos famosas figuras del Partido Demócrata, los recién electos gobernadores Jerry Brown, de California, y Andrew Cuomo, de Nueva York, han declarado la guerra a los empleados del sector público, incluido el magisterio, al afirmar que el pago de pensiones, beneficios de salud y otras obligaciones son el enemigo de la política fiscal sana y que reducirlos o anularlos es la única manera de superar los enormes déficits que enfrentan los gobiernos estatales y municipales, posiciones aplaudidas por la cúpula empresarial.
O sea, ahora resulta que los empleados públicos, los maestros, los desempleados, los que más necesitan asistencia económica, tienen la culpa del déficit y la deuda, y que los financieros y empresarios que se encargaron, junto con políticos neoliberales, de llevar al país a este desastre, son los que se encargarán de rescatar al país… del desastre que ellos provocaron.
Aunque tanto Obama y sus demócratas como el liderazgo republicano insisten en que promueven la reducción del gasto público y no incrementar impuestos porque el pueblo lo demanda, los sondeos comprueban casi lo opuesto. Esta semana una encuesta de CBS News/New York Times registró que mayorías se oponen a reducciones en gastos para programas sociales básicos como el Seguro Social o Medicare (el programa de seguro de salud para los ancianos), y hasta están dispuestos a aceptar más impuestos para mantener viables esos programas. Esto a pesar de que también una mayoría prefiere mayores reducciones en gasto del gobierno que un incremento de impuestos para resolver el déficit. De hecho, 55 por ciento favorece reducir el gasto social recortando fondos para el Pentágono. O sea, lo contrario a la lo que propone la cúpula política bipartidista.
Tal vez esto explica por qué amplias mayorías no confían en los líderes de ninguno de los dos partidos ante esta crisis. Una encuesta del Pew Research Center el mes pasado registró que 72 por ciento está insatisfecho
con las condiciones nacionales, que casi seis de cada 10 creen que se está incrementando la brecha entre los pobres y los ricos mientras que pocos creen que los políticos en Washington resolverán los problemas para bien de las mayorías. En la última encuesta de Pew sobre el tema (en abril) sólo 22 por ciento confía
en el gobierno en Washington. La tasa de aprobación del Congreso ha permanecido alrededor de 25 por ciento durante los últimos años. La encuesta de CBS News registra que 52 por ciento opina que Obama no comparte las mismas prioridades que ellos.
Es decir, los servidores
del pueblo en Washington, de ambos partidos, simplemente no representan las opiniones del pueblo, ni comparten sus intereses. Las grandes diferencias sobre política económica que supuestamente distinguen a un partido del otro se están desvaneciendo, y cada día se vuelve más claro que hay una consigna para la cúpula política en Washington: lo que es mejor para los empresarios es lo mejor para el país. No se necesita más que un partido para expresar eso.
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