Carolina Escobar Sarti
¿Por qué eslabón se romperá la interminable cadena de dominación y dolor que ha sometido a Haití durante los últimos siglos? Esa pequeña isla es el símbolo de la opresión y la marginación. Si algo procede hoy, es analizar su historia, para evidenciar, reflexionar y transponer los excesos del poder y el encadenamiento de sus mecanismos y actores a lo largo del tiempo. Esa foto sería el inicio del fin de ese sistema de apartheid que está a la vuelta de la esquina.
Haití lo tiene todo: una larga cadena de invasiones, despojos y ultrajes de parte de franceses, ingleses y españoles por varios siglos, hasta el golpe final y más duro en 1915, cuando Estados Unidos se apodera de la isla. A partir de ese momento enfrentarían cuarenta años de guerras civiles que desembocaron en un remedio que resultó ser peor que la enfermedad: las dictaduras de Françoise Duvalier y su hijo, Jean Claude, que juntas sumaron 29 años y dejaron a Haití en el desamparo más absoluto. Luego llegaría Aristide, primer presidente democráticamente electo, colocado y derrocado también por influencia de la gran potencia del norte.
Por cierto, el cinismo de los tiranos es mayúsculo, y el último dictador de los Duvalier, “exiliado” en castillos franceses luego de haber sido desterrado de su país, ha vuelto a una Haití mancillada y sitiada por la enfermedad, la pobreza y el abandono. Creerá que después de saquearla toca “salvarla”. Por suerte, hay voces que, desde la resistencia, piden que rinda cuentas y sea enjuiciado por crímenes de lesa humanidad, abriendo así un interesante y muy actual debate en Latinoamérica sobre temas como impunidad y corrupción.
Hace un año se vivió un terremoto en Haití. Hoy, más de un millón de mujeres y hombres haitianos siguen viviendo en albergues temporales. A pesar de que se prometieron cerca de cien millones de dólares durante la Conferencia Internacional de donantes de la ONU y de los Estados miembros que se llevó a cabo en Nueva York, en marzo del 2010, menos del 15% de esa ayuda ha llegado a la isla. Las situaciones que viven los refugiados incluyen desde violaciones sistemáticas a las mujeres y situaciones exacerbadas de violencia hasta la reciente epidemia de cólera que infectó a 170 mil personas y le quitó la vida a otras tres mil 700. Por si todo lo anterior no fuera suficiente, habría que sumar el impasse político al que ha sido sometido el pueblo haitiano por las elecciones presidenciales del 28 de noviembre del 2010, que continúan sin arrojar un resultado definitivo sobre quiénes pasarán a la segunda vuelta.
En Haití se concentran todos los errores que la cooperación internacional debería evitar al intervenir un territorio. Hay ocupación militar en la isla, en vez de grupos de solidaridad, lo cual siempre desemboca en mayor violencia. Los intereses amarrados a la enorme deuda externa que deben pagar a organismos financieros de muy dudosa reputación y a países que deberían condonarla (si son conscientes de su presencia histórica en Haití), son altísimos. Hay un silencio cómplice ante la criminalización de la protesta social. Se han condicionado los fondos a una intervención arbitraria en proyectos más amarrados a la agenda de la cooperación que a la agenda de esa nación. Se generó una dependencia de las remesas y una presencia de empresas transnacionales sin la menor regulación y en medio de una gran corrupción. Se ha limitado la participación ciudadana en el diseño, ejecución y regulación de las grandes políticas públicas. Esto plantea un desafío mayor por donde bien se puede romper esa larga cadena colonizadora.
El diplomático brasileño Ricardo Seitenfus condenó a la comunidad internacional en entrevistas concedidas en diciembre, lo cual mereció su destitución de la OEA. Agregaría luego, con relación a los tres mil soldados enviados por Minustah: “En vez de hacer una evaluación, enviaron más soldados. Se debería construir carreteras, instalar represas, participar en la organización del Estado, del sistema judicial. La ONU dice que ese no es su mandato. Su mandato en Haití es mantener la paz del cementerio”. Toca ahora romper la cadena y recordar que Haití fue el primer lugar en el que 400 mil africanos esclavizados y traficados por los europeos se sublevaron contra 30 mil dueños blancos de plantaciones de caña y café, llevando a cabo la primera gran revolución social en nuestro hemisferio.
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