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sábado, 22 de enero de 2011

ALEPH: Otra vez Alta Verapaz

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Para muchos capitalinos, Alta Verapaz queda más lejos que China. Es más fácil conmovernos por una inundación al otro lado del mundo o por un Holocausto vivido hace más de medio siglo en otro continente que inmutarnos por una tragedia que se vive a escasos 200 km de la capital.

Esto se refleja en el abandono al cual los gobiernos históricamente han sometido a muchas de las poblaciones del interior, y se expresa en las cifras de exclusión que retratan a nuestra sociedad.

Ampliado el estado de Sitio instituido el 19 de diciembre pasado en Alta Verapaz, cabría recordar que, bajo estados de Sitio como el que se prolongara durante el gobierno de Carlos Arana Osorio, hace 40 años, se incrementaron los asesinatos y desapariciones de quienes expresaron oposición a su régimen. En muchas ocasiones, los estados de Sitio amplían los márgenes de acción de los grupos criminales, estén estos o no dentro de la ley.

La demanda de seguridad en una Alta Verapaz tomada por el crimen organizado es una realidad, y una parte de la población se siente más segura ahora porque “los ladrones de chompipes, de gallinas, de café, de cardamomo, ya se escondieron”. Sin embargo, “los otros” siguen allí y a lo mejor hasta se sientan a la mesa con personas importantes de la comunidad. Sabemos que las causas estructurales de la violencia han estado en Alta Verapaz desde el siglo XIX, y seguirán estando después del estado de Sitio si, como sociedad, no revisamos quiénes y cómo deben representar a la población. La historia de esa región da cuenta de sucesivos gobiernos sirviendo de celosos Cancerberos a grupos de poder fáctico que se adueñaron del lugar. Para ello han pactado con un Ejército que, en vez de cuidar la soberanía de una nación, se ha dejado privatizar para custodiar los intereses de unos pocos, incluyendo los propios.

¿O nos olvidamos de los terratenientes guatemaltecos, alemanes y estadounidenses que explotaron a los indígenas de la zona por décadas, con total impunidad, a la sombra de un Estado cómplice y un Ejército servil? ¿Acaso no surgieron, hace aproximadamente tres décadas, los grupos de militares-terratenientes vinculados al Estado, que se agenciaron de tierras en la región donde hoy hay presencia del narcotráfico? ¿O acaso la masacre de Panzós no fue un parteaguas en la historia de la violencia en nuestro país y repitió los motivos, actores y formas de represión del sistema semifeudal que se desarrolló por siglos en las grandes fincas del lugar con la complicidad de las clases gobernantes?

Por ello, me pregunto si la medida del estado de Sitio cumple realmente con sus propósitos o más bien forma parte de una violencia elegante, pautada y distante que se pacta entre los gobiernos y los grupos de poder con intereses en la región. En medio de una aparente calma, hay allí un río revuelto: han sido allanadas oficinas regionales de reconocidas organizaciones sociales por parte de instituciones del Estado y se han instalado dos destacamentos militares en los municipios de San Juan Chamelco y Chahal, cuando ni siquiera se han terminado de exhumar los huesos de la guerra en la zona. La remilitarización de la región nos remite a un pasado oscuro, con los mismos protagonistas como telón de fondo. ¿Acaso están allí para cuidar a las empresas que transportarán en el futuro inmediato sus productos por la Franja Transversal del Norte? Bajo el estado de Sitio, las empresas extractivas han movilizado su maquinaria rápidamente, a pesar de que varias consultas populares les dieran el NO; pobladores han sido amenazados sin mucho ruido; la empresa detrás de la hidroeléctrica que busca situarse en Lanquín también ha actuado rápidamente y el cableado sigue en medio de intimidaciones y descontento; incluso se habla ya de mujeres violadas y de una presencia amenazante del Ejército en ciertos lugares.

Alta Verapaz está cerca, en nuestro país, por lo tanto es nuestro problema. Y la gobernabilidad no se recupera por medio de un estado de Sitio, como quiere hacer creer el presidente Colom, sino trabajando por la mayoría de la población, respetando las decisiones de esa mayoría, llevando alimento, educación, agua, salud y prosperidad a un territorio. No hincándose ante los poderes fácticos de siempre.

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